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Reportaje:

Mariel Hemingway

La nieta del autor de 'El viejo y el mar' pasea por Europa la película 'Star 80', de Bob Fosse

Para presentar Star 80, la película dirigida por Bob Fosse, Mariel Hemingway realiza una gira por Europa. Ayer estaba en Madrid. Nieta de Ernest Hemingway, el autor de El viejo y el mar, y hermana de la actriz Margaux, interpreta en esta película a Dorothy Stratten, cuyo asesinato interrumpió una posible carrera triunfal en el cine. Desde que apareciera en Manhattan, de Woody Allen, Mariel Hemingway se dibujó como una de las más firmes apuestas de Hollywood.

Cuando la ves de cerca se parece más a la débil muchacha de Manhattan que a la débil gran estrella de Star 80, aunque es obvio que a las dos contagió ese desvalimiento que ahora luce en la entrevista, esa media sonrisa que estalla en carcajadas sin poner la boca a su lógico tamaño, y esa coquetería de nueva Lolita que aún explota a sus 21 años.Desde que te recibe, empieza a reír, sorprendiéndote, agasajándote, y luego, modosita, contestando con aplicación a todas las preguntas, sin protestar porque se parezcan todas, repitiendo como un reloj que no conoció nunca a su abuelo, pero que ahora le admira mucho; que apareció en cine por vez primera acompañando a su hermana Margaux en Lipstick cuando sólo tenía 15 años; que esquía en la nieve y que se divierte al sol californiano; que sí, que le reformaron los senos para imitar las medidas de la auténtica Dorothy Stratten, de la que Star 80 es su biografía; que quiere ser actriz y que luchó mucho por conseguir este papel: "El contestador automático de Bob Fosse no volverá ya a funcionar igual".

Mientras te habla y ríe, para decir poco, reparte su mirada entre tus ojos -te mira de frente- y los de una enjuta dama que asiste en presunto silencio al fondo de la sala: es su apoderada, Lee Gross, vestida en vaqueros, seca pero con ojos joviales, que cambia el tamaño de su sonrisa al compás de los giros de la mirada de Mariel. Cuando se miran mutuamente de frente, pero sólo por un instante, se ponen más serias, se discuten y se informan con los ojos, se entienden con admirable precisión ("quítate ese mechón de la frente", "has contestado bien, pero no dudes más", "mejor, no te metas en eso", "cruza las piernas", "descrúzalas"...). Es una información breve casi intangible, pero que denota una ya vieja costumbre en la relación que las pasea por Europa. Ellas vienen a trabajar: una es responsable de la actitud pública de la otra.

Quizá a su aire propio, sin obligación de ser simpática, sin el control que obedece como todos esos actores norteamericanos que nos visitan de continuo intentando alimentar un mercado de estrellas que se desvanece, quizá en real persona Mariel Hemingway fuera una muchacha de la calle, acompasada la crónica timidez a su forma de ser, relajada en movimientos y vestuario, alegre, viva. Ahora, sin dejar de serlo, y permitiéndote al menos que disfrutes contemplando su encanto, tiene esa rigidez que comienza en su camiseta negra, pasa por los ligeros pendientes de garbanzo y acaba, claro está, en los ojos que la siguen con rigor.

Woody Allen se fascinó con su timidez, aunque le produjera algún retraso en el rodaje de Manhattan: Mariel se resistía a ser besada. Ahora, cuando la actriz te dice que eso es tiempo pasado y que lo que le ocurría entonces es que aún no había tenido ningún novio, uno se sorprende de que haya tenido ya alguno, con ese toque de inocencia que parece un aplazamiento de futuras perversiones. Vestida así, de mujer seria, su inocencia aumenta, porque parece un disfraz.

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