_
_
_
_

Wright ganó el título continental para el Banco di Roma

Luis Gómez

Epi podía haber salido a hombros en Ginebra y el público hubiera conocido esa práctica taurina de homenajear a los héroes. Ante Europa hubiera quedado confirmado como un alero inmisericorde con las canastas. Pero quedó en un acto no consumado. A Epi le niega la fortuna un título europeo para que en el continente adopten también para él el calificativo de Super. Wright seguirá disfrutando de una veteranía repleta de dólares a cambio de liras. Su ejecución de la teoría de la ralentización se convirtió en 20 minutos de la segunda parte en una obra maestra. Bianchini y Wright dejaron esa lección para el baloncesto. El Barcelona sólo fue campeón de Europa durante los primeros 20 minutos.

Ralentizar el ritmo

La práctica que impone lo que es el baloncesto exige que tras la batalla se busquen las razones que expliquen lo que ha sucedido. ¿Cómo un 42-32 en el descanso pudo degenerar en un 73-79 al final? El Banco di Roma trabajó 20 minutos con dos objetivos: ralentizar el partido y hacer que Epi descansara durante 4.40 minutos y despejara la presión ofensiva que pesaba sobre los hombros de los jugadores italianos. Epi era, con los datos en la mano, el 50% de las canastas del Barcelona, el sostén psicológico del equipo, la rabia, la inmisericordia. Si, además, Davis terminaba el partido casi al mismo tiempo que él, enviado por Serra al banquillo para protegerlo de la defensa italiana, coincidieron dos circunstancias necesarias, pero no suficientes para que el Banco di Roma pudiera ser campeón. La suficiencia la puso Wright, su ritmo lento, su experiencia, su desprecio inhumano por el miedo a fallar y arrastrar a su equipo a la derrota. Que el Barcelona ganara las primeras escaramuzas con claridad casi resultó perjudicial. Epi y sus compañeros disfrutaron de un marcador ventajoso de 13 puntos durante todo el primer período a base de asegurar los rebotes y aprovechar las ganas que tenía su mejor jugador por ganar el título. Sus lanzamientos oscurecieron la mala actuación de Sibilio, generalmente desacertado. El Banco di Roma puso más altura en el parqué con la previsión de proteger las canastas marcando sólo cuando los jugadores azulgrana rebasaran una imaginaria línea de unos cuatro metros. Para Epi no hubo problema, Sibilio no estaba para nada, pero Starks y Davis aprovechaban los rebotes. El Banco di Roma sólo tuvo noción de que Gilardi se volvía loco en el marcaje y llegaba descentrado al tiro, que solía fallar. Solfrini ni se atrevía, y Gorila Kea quiso intentarlo a lo bestia, según su costumbre, pero sólo funcionó en un par de ocasiones. La diferencia se puso en los 13 puntos de forma clara. A Bianchini no le servía casi nada.

El técnico italiano intentó, incluso, aplicar esa zona 1-3-1 que parece ser una táctica destinada a sufragar milagros. Un 1-3-1 con variantes, porque Sbarra, il picolo, el sexto hombre, como dice Sandro Gamba, corría de lado a lado según se desplazaba Epi. No sirvió. Que Wright saliera de su aparente tranquilidad ofensiva para apoyar como segundo marcador en el acoso a Epi, sólo contribuyó a incrementar el cúmulo de personales que atesoraba el equipo italiano. Gilardi alcanzaba la cuarta, Solfrini también. Eran mártires por la causa. Ansa, que reemplazó a Sibilio, era un sorprendente complemento (3 de 5) con 9 tantos en el primero período.

Un error muy caro

En el descanso casi nadie podía esperar ni siquiera una intensa emoción. El Barcelona, cometió el error de creerse que las finales se ganan en el primer tiempo. Sólo fue campeón durante 20 minutos. Insuficiente.

Los gritos de "¡Epi, Epi!", la impotencia que Tombolato dirigía a Bianchini desde el suelo, tras no poder detener a la estrella rival en un lanzamiento acertado, confirmaron las apariencias de victoria azulgrana en los primeros minutos de la reanudación. Kea dio optimismo a sus compañeros cuando echó a Davis. Sólo era una esperanza. Que Gilardi y Sbarra fueran enviados como kamikazes a la caza de Epi, fue, sin embargo, la operación de cirugía de urgencia que aplicó Bianchini. Ahí lo consiguió. Epi alcanzaba la cuarta personal y Serra, demasiado temeroso, lo quiso poner a buen recaudo. Fue entonces cuando el enfermo italiano pudo comenzar a respirar y Wright encontró en el terreno adecuado la tranquilidad que necesitaba en sus compañeros para hacerse dueño del juego. Davis era una fuerza reboteadora que perdía el Barcelona. Muy importante. Epi, como queda dicho, el 50% de su eficacia. Wright ya podía controlar él solo el resto.

Sucedió que sin estos dos hombres, el Barcelona se asustó, se perdió eficacia ofensiva y sobre todo entró en un descarado desequilibrio defensivo. Los problemas que implicaba tener a Starks y De la Cruz cargados de personales obligaron a Serra a implantar en casi toda la segunda parte una defensa zonal ideal para los italianos. Además, Sibilio fue el encargado de encararse con el base americano y no lo hizo a ritmo de samba, peron pareció una actuación de sorna. Wright encontraba disposición clara para internarse hasta el centro mismo de la zona. Nadie pudo pararlo. Los rebotes empezaron a ser para Polesello. La entrada de Seara no solucionó nada, ni la posterior de Ansa. Fallaba el sistema defensivo, más que unos jugadores que casi lloraban en la cancha al ver que se escapaba el triunfo. Epi reapareció cuando el Banco di Roma había, por primera vez, alcanzado ventaja en el marcador. No la perdió. Wright se encargó de que el tiempo corriera a su favor. Singular ejecución la suya de la teoría de la ralentización.

La lección de Wright

El ritmo lento del americano era el tempo que necesitaba su equipo, la música que les gusta escuchar a los jugadores italianos del Banco di Roma. No sólo lo impuso, sino que jugó en solitario los últimos cinco minutos y fue ejemplar comprobar cómo despreciaba impunemente 25 segundos de los 30 preceptivos para hacer la jugada. Parado, botando la pelota con parsimonia, sin contar con sus compañeros, para, en esos cinco segundos que restaban, hacer una jugada individual y lograr una canasta. La lección la repitió hasta tres veces. Seara no lo olvidará mientras viva. Solozábal tampoco, aunque estuviera ya en el banquillo. Epi iba para protagonista, pero varios años de licenciatura en la NBA pesaron demasiado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_