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Vigencia del krausismo

Dos acontecimientos recientes me hicieron recordar la influencia que todavía ejerce en la cultura hispánica una corriente filosófica, aparentemente poco importante, del siglo XIX, conocida bajo el nombre de su fundador neokantiano, Karl Christian Freidrich Krause (fallecido en 1832). El primer recordatorio fue un artículo de fondo relativo a Raúl Alfonsín, el recientemente elegido presidente de Argentina. Al analizar el lenguaje ético, y especialmente la filosofía legal que sustenta su programa, el autor hace referencia a la influencia del krausismo en la formación de muchos de los líderes del partido radical de los últimos 90 años. El segundo recordatorio fue la reciente desaparición del gran poeta Jorge Guillén, cuyo énfasis en la plenitud, la claridad y el respeto por la vida reflejan los ideales de pensadores krausistas como Julián Sanz del Río, Fernando de Castro, Francisco Giner de los Ríos y una larga lista de profesores de bachillerato y universidad que recibieron su primera educación y los ideales que les acompañarían toda la vida de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por Francisco Giner.Es indudable que el nombre, el espíritu y gran parte de su doctrina básica tienen su origen en la obra de Krause. Pero Krause fue traducido al castellano muy libremente, y en ocasiones con inexactitud, por lo que al describir el krausismo trataré sus ideas según la forma que adoptaron en España en la segunda mitad del siglo XIX. El espíritu del krausismo hacía hincapié en la plenitud, en el origen divino y en la evolución progresiva de la cultura humana. Además, tanto Krause como sus admiradores españoles daban una importancia crítica a las éticas legal y educacional.

La doctrina central se conocía como panenteísmo. El universo se consideraba racional y cognoscible, aunque en modo ninguno totalmente conocido. Dios era inmanente a ese universo como en la doctrina de Spinoza, el filósofo intoxicado de Dios. Pero el panteísmo de Spinoza, al hacerlo conterminal con el universo, privaba a Dios de toda función futura. Por esa razón es bastante comprensible que los rabinos no intoxicados de Amsterdam excomulgaran a Spinoza por predicar una doctrina que de hecho era. equivalente al ateísmo. Krause deseaba conservar la absoluta unidad de cuerpo y espíritu de Spinoza, pero sin exponerse a la acusación de ateísmo. Por eso, en el panenteísmo Dios es inmanente, como en el panteísmo, y transcendente, como en el cristianismo o en el judaísmo. Es decir, su poder no se había agotado con la creación del universo conocido. Según Fernando de Castro, el cristianismo era la religión más elevada creada hasta la fecha, y Jesús era el hombre que mejor había comprendido y ejemplificado las intenciones de Dios. Pero, daba claramente a entender que el cristianismo no era la religión final e inalterable de una humanidad en continua evolución.

Para el gran educador krausista Francisco Giner de los Ríos, el krausismo aglutinaba las mejores, tendencias del pensamiento europeo moderno: el humanismo de Erasmo y sus discípulos españoles; la racionalidad del universo y la perfeccionabilidad del hombre según se proclamaba en el siglo XVIII, y la evolución y el organicismo del siglo XIX. Giner, siguiendo a Krause, definió la ley como una serie de relaciones recíprocas entre los hombres evolucionados libremente. De esta forma, por definición, la violencia era ilegal. La injusticia era a la justicia lo que la enfermedad a la salud -unas ideas que sin lugar a dudas están poderosamente vivas hoy en el pensamiento del presidente argentino y sus seguidores-. Giner estaba totalmente convencido de la libertad individual, y en una ocasión prefirió pasar unos días en la cárcel antes que aceptar un exilio temporal. Pero ponía gran cuidado en evitar polémicas sobre la Iglesia, el ejército o los poderes fácticos. Para él, la mejora de la condición humana dependía primordialmente de la educación: la educación considerada no simplemente como instrucción, sino como la formación imaginativa, creativa y ética del carácter.

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La Institución Libre fue, de hecho, uno de los primeros centros del mundo de educación progresiva, adelantándose a la fundación en Estados Unidos de las escuelas de Francis Parker, Dalton y Putney; a las escuelas experimentales de la Telegraph House, en Inglaterra, fundada por Bertrand y Dora Russell; a las escuelas Montessori de Italia (introducidas más tarde en Barcelona por María Montessori, que se había exiliado de la Italia fascista). La labor de los educadores de las escuelas krausistas era estimular la curiosidad intelectual, en vez de imponer a la fuerza el dogma religioso o un cúmulo de datos probados. Las excursiones al campo se utilizaban para fomentar el amor a la naturaleza y para la iniciación en el conocimiento geológico / biológico. La literatura y las artes se presentaban no como monumentos inamovibles, sino con vistas a desarrollar la capacidad creativa y crítica de los estudiantes. Por su edad y función, los profesores seguían siendo figuras de autoridad, pero no había jerarquías ni procedimientos de ceremonial que aumentaran la distancia psicológica natural entre alumnos y profesores.

Como quiera que los educadores krausistas se negaban a depender del Estado o de la Iglesia, sus escuelas eran inevitablemente asequibles sólo para la clase media urbana progresista, que podía permitirse pagar por la educación de sus hijos. No obstante, su influencia fue mucho mayor que la del número de sus escuelas. Convencieron al Gobierno de la monarquía en 1907 para que fundara la Junta para Ampliación de Estudios, una serie de becas en el extranjero que permitía a los estudiantes graduados recibir una avanzada formación profesional en universidades europeas. Fueron ellos los que influyeron en el espíritu de la Residencia de Estudiantes de Madrid de los años veinte, y de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, fundada en 1932. El énfasis krausista en la adopción de una visión tolerante y evolucionista de la historia cultural y legal influyó en las obras de Joaquín Costa, Eduardo Hinojosa y Rafael Altamira. La teoría legal krausista inspiró la obra de Concepción Arenal. El énfasis krausista en la plenitud, la receptividad y el amor a la vida y a la belleza en todas sus manifestaciones es un elemento integrante de la historia del arte de Manuel B. Cossío, y de la poesía de Antonio Machado, Pedro Salinas y Jorge Guillén. Durante las dos primeras décadas de la dictadura de Franco, las publicaciones y escuelas krausistas sufrieron la misma represión que sufrió todo lo que no tuviera espíritu fascista o nacionalcatólico. Pero para los exiliados interiores y para las nuevas generaciones de estudiantes universitarios, el espíritu krausista siguió vivo en la poesía de Vicente Aleixandre, en los ensayos de Tierno Galván, García Calvo, José Luis López Aranguren y José María Valverde, y en la revista Ínsula.

La España de 1984, acuciada por la depresión económica y el terrorismo, mientras intenta construir una sociedad democrática, tolerante y pluralista, debería alimentarse con esa corriente tan éticamente hermosa, aunque no siempre intelectualmente clara, de su reciente pasado; debe recordar también, en el momento de la muerte de Guillén, la oración krausista de Antonio Machado:

"Tal vez la mano, en sueños del sembrador de estrellas, / hizo sonar la música olvidada / como una nota de la lira inmensa, / y la ola humilde a nuestros labios vino / de unas pocas palabras verdaderas".

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