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Elena Francis, consejera de la mujer

Convertida en mito, la señora Francis tiene dudas sobre la publicación de su correspondencia de 34 años de consultorio

Lluís Bassets

Doña Elena empezó en 1950, al llegar a esa edad indefinida que adquieren las mujeres cuando son capaces de hacer de madre, de hermana y de consejera. Ahora, 34 años después, con su cabello blanco, sus ojos de azul acuoso, sus manos que tricotan con un trémolo delicioso, toda ella es nostalgia. Verano indio derrama su melodía empalagosa sobre los corazones rotos, las mujeres engañadas, las jovencitas que juegan sus primeras y peligrosas armas en la guerra del amor, Azucena triste, Una desengañada, Una desesperada, Violeta apasionada, Una que no sabe qué hacer, Géminis, Una gallega.

LLUÍS BASSETS, ¿Presentará doña Elena Francis una demanda ante la Magistratura del Trabajo? "Querido amigo, yo siempre he procurado ser ecuánime y desapasionada. En esos casos hay que poner el problema en manos de abogados y seguro que no será necesario llegar a extremos que son siempre desagradables para todos". ¿Publicará sus 35.000 folios de correspondencia? "Mire joven, una de las virtudes que adornan a toda mujer es el cuidado de sus cosas personales. Yo siempre he sido muy ordenada y he ido guardando toda la correspondencia con que me han honrado mis corresponsales, así como una copia de mis respuestas. No descarto que algún día publique esta obra de 18 años de trabajo".

Elena Francis es un nombre comercial. Una dama cuyo rostro e identidad se pierden en esa nebulosa que junta, más que separa, la realidad con la fantasía, inspiró su nombre, Francisca Elena. Hasta 1966 es una mujer desdibujada quien redacta las respuestas. Des de entonces, los laboratorios lo confían a la escritura profesional de un guionista. Pero nadie quiere entrar en detalles ni desvelar el secreto. Entre 30.000 y 40.000 cartas al mes, en tiempos de máxima audiencia, y entre 3.000 y 4.000 últimamente, se recibían en el Instituto Francis. Una parte pasaba a manos del guionista, junto con las cartas de reclamo. El resto entraba dentro de la rutina de los laboratorios, donde "un equipo de psicólogos, médicos y asesores morales" colaboraba en la redacción de las respuestas y folletos publicitarios de cremas hidratantes, potingues antiacné y demás afeites.

Doña Elena, ¿pero usted era franquista? "Mire caballero, yo me he limitado a aconsejar, intentando ser útil, y para ello he tenido que acomodarme a los tiempos. Usted quizás me tache de anticuada, pero sospecho que ha prestado poca atención al consultorio en los últimos meses". ¿Pero usted transmitía unas ideas morales reaccionarias? "¿Qué quiere usted que aconsejara a las quinceañeras en los años del franquismo? ¿Que perdieran el tesoro que más apreciaba la sociedad del tiempo? Al contrario yo siempre he ido justo un pasito más adelante. Yo aconsejaba la separación cuando aún no estaba social y jurídicamente admitida. Yo siempre he estado del lado de las mujeres que sufrían, y si aconsejaba con prudencia, e incluso acogiéndome a la opinión común, que suele ser conservadora, era porque los tiempos y el programa me obligaban a ello".

Elena Francis tiene una voz dulce, melosa, que hace acorde con la melodía de Victor Herbert encadenada a las fórmulas de despedida de las cartas. Pero también es dura y enérgica y su voz adquiere los tintes de la reprimenda cuando se trata de poner coto a ideas disparatadas o cuando una mujer engañada no sabe situarse en su lugar.

Sus consejas sobre cómo quitar manchas, espinillas o patas de gallo se mezclan con palabras de consuelo para pequeñas tragedias claras como un vaso de agua. No conoce la ironía, porque se limita a desempeñar su papel y lo hace a la perfección, sin distancias intelectuales. "Muchas veces he contestado con seriedad cartas que yo sabía inventadas, maravillosamente escritas por universitarios bromistas. Pero me las tomaba en serio, porque en ellas, a pesar de una intención que podía ser torcida, se explicaban historias tan humanas o más que las reales".

Elena Francis no existe. O mejor, vive en el reino de sombras de Emma Bovary, Pepita Jiménez, Margarita Gauthier y tantas otras, gracias a una correspondencia nutridísima, escrita por seres de carne y hueso, en la que se recoge la historia del corazón.

"Como usted comprenderá, yo no puedo reconocer absolutamente nada". Eppur si muove: "Pero Elena Francis soy yo". También alguien dijo "madarne Bovary soy yo". ¿Y qué dicen los especialistas, los estudiosos -que ya existen- de este consultorio sentimental? "Elena Francis es un hombre, creador discreto que desde hace 15 años es guionista del programa de la 'señora Francis' y que ha terminado identificándose por completo con su modelo hasta hablar el mismo lenguaje", dice Gerard Imbert, autor de un ensayo semiótico sobre el consultorio.

Pero quien ha prestado pluma e ideas, quien tiene el consultorio escrito hasta el 20 de febrero, quien se sentaba a la máquina cada día para hacer sus nueve folios, quien... Doña Elena no es amante de hablar del pasado y menciona con tristeza su programa. "Lo único que he procurado siempre ha sido hacer mi trabajo bien hecho y a conciencia". Su mundo es un boudoir faldas, sentimientos, una lágrima extraviada y esa cartilla de la moral común, mediocre y llevadera, que se cerró el pasado 31 de enero. "Un cordial saludo de su amiga...".

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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