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VISTO / OIDO

Sospecha

Hay que hacer un enorme esfuerzo imaginativo para creerse el concurso de Isabel Tenaille y Miguel de la Quadra. Cuando salen en pantalla los títulos de crédito de A la caza del tesoro, es domingo, es crudo invierno, es noche cerrada y los calendarios del cuarto de estar -del cuarto de ver: habría que modificar urgentemente esta expresión cotidiana- indican que es 1984. Pero el televisor dice otra cosa. Esas peripecias aeroacuáticas por las costas seductoras de Bretaña suceden en 1983, con un espléndido sol entre veraniego y otoñal, en día laborable con las tiendas abiertas, los pescadores faenando, los turistas en mangas de camisa y la temperatura del océano apta para el chapuzón.De entrada es la perplejidad. El concurso ocurre en otro tiempo, casi in illo tempore. Mejor dicho, es una aventura que ya ocurrió felizmente. Y sin consecuencias, que de haberle sucedido algo estrepitoso a Miguel de la Quadra o al equipo de filmación en alguna prueba acrobática, los periódicos y las revistas ya lo hubieran contado con detalle y en grandes titulares a su debido tiempo, hace tres o cuatro meses. Por ese lado no hay suspense para el telespectador, por mucho que Isabel Tenaille intente subrayar la peligrosidad de la audacia física de turno.

Esta lejanía temporal, inevitablemente, introduce la sospecha en el concurso. Mientras a los participantes hay qué leerles varias veces el enigma, al héroe le basta y le sobra con la primera lectura a través del barullo del estadio y de los auriculares de campaña; incluidos nombres, cifras, juegos de palabras, y sin necesidad de deletrear toponimias exóticas del golfo de Saint-Malo, o apellidos bretonantes de pescadores de bajura. Pero es que, encima, los concursantes no dan la menor muestra de nerviosismo, la chica Tenaille se dedica a animar al aventurero sin demasiada convicción y al piloto del helicóptero le es suficiente una vaga orden de rumbo hacia el este, ahí es nada la precisión del vuelo-, para enfilar decidido y veloz hacia el lugar donde se oculta el tesoro. Todo demasiado, sospecho para conceder inocencia total al equipo exterior y a parte del interior.

No le reprocho al concurso el diferido; ni siquiera un cierto conocimiento previo del guión -entre los ocupantes del helicóptero. Le reprocho lo mal que hasta la fecha representan el suspense, la poca pericia para interpretar los diversos papeles con un mínimo de emoción, el amateurismo de unas actuaciones que exigen mucho entusiasmo para contrarrestar la muy evidente falta del directo. Y lo más esencial: para que un concurso funcione es necesaria la competencia feroz entre los participantes. Con una sola pareja, por muy embarazada que esté, el estudio se convierte en un lugar sumamente triste y desangelado. En definitiva, un excelente programa turístico, en esta ocasión con unos planos bellísimos del gran paisaje del Norte, pero un concurso altamente sospechoso y carente de emoción.

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