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El cine en la pequeña pantalla

Desierto gris

A caballo de los años 50 y 60 el cine europeo comenzó una atropellada exploración de nuevas formas. Mientras en Francia se hacían hueco los cineastas de la nueva ola, como Godard, Chabrol y Truffaut, con su rescate del clasicismo norteamericano mientras en Suecia emergía el islote de Ingmar Berginan; mientras en Inglaterra los heredero de la generación angry, como Reisz y Richardson, se estrellaban contra su poca imaginación; mientras Hollywood cerraba filas en una ofensiva de superproducciones sobre el mercado mundial; mientras España o Alemania ideaban los artificios de sus nuevos cines, en Italia el neorrealismo agotó sus ubres y se desbandó hacia comedias y documentos sociales. En la desbandada surgió otro islote: Michelangelo Antonioni.La carrera de este singular cineasta, desde sus filmes primerizos, de corte transparente y clásico como Las amigas y El grito hasta el comienzo de su confuso final, que se inició en 1964 con El desierto rojo, es un caso demente de puro racional, de aventura individual allí donde casi todo es colectivo. Antonioni encarnó el punto de mayor paroxismo que el mito del director-autor adquirió en los años perplejos en que el cine europeo perdió su norte y deambuló, con las brújulas enloquecidas, en busca de una salida del laberinto donde quedó atrapado, después de la efímera armonía de la posguerra mundial.

Con La aventura y La noche, Antonioni inició una sorprendente trilogía de filmes, que clausuró El desierto rojo. En ella quiso volver del revés la lógica tradicional del relato cinematográfico e intentó introducir a éste en terrenos que hasta entonces le estaban vedados, porque eran coto exclusivo de la narrativa literaria y de casos raros de dramaturgia escénica, como la Antón Chejov. A grandes rasgos, esta1ncursión consistió en desterrar del filme el axioma del predominio de la acción para dar paso a su contrario, el principio de la inacción. Fue un salto en el vacío, una aventura estilística que en sí misma tuvo algo de suicida, pero que arrojó mucha luz sobre la historia del cine posterior.

En La aventura y La noche, esta incursión estilista de Antonioni en la inacción, en la ausencia fílmica de actos, en los llamados desde entonces tiempos muertos, tuvo la frescura de los actos pioneros. Pero en El desierto rojo, relato hermético y sin savia, forzado Antonioni por la soledad de su esfuerzo a ser epígono de sí mismo, la fatiga carcomió su inventiva e hizo un filme cansado,sobre el cansancio. Culminó Antonioni su islote, pero no en una cumbre. Después escapó de Italia y aplicó su compleja teoría de la mirada a filmes de gran formato, como Blow-up, Zabriskie point y El reportero. Pero esta parte de su obra, donde hay zarpazos del antiguo vigor, sólo es,historia ya hecha disfrazada de historia por hacer.

El desierto rojo se emite hoy a las 22.30 por la segunda cadena.

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