Conejos
En España, ahora "sino, hay miles de conejos con taquicardia alineados en el paredón con los ojos vendados. Este país en otoño se convierte en una gran perdiz roja, deslumbrada por la sequía, que sobrevuela el rabo de Alá a merced de los perdigones. ¿,Qué va a matar usted? En nuestro territorio se encuentra a su disposición toda clase de objetivos para sus instintos primarios: ciervos, becadas, patos reales, gamos, codornices y otros pajaritos de cazuela. Hace unos años, los señores de verdad, con suficiente dinero en metálico para ostentar ese extracto de teología que es la dignidad humana, cuando volvían del veraneo en Marbella con un bronceado de barquillo, echaban un vistazo somero a los papeles del despacho, mandaban al secretario que engrasara el rifle y se iban al coto a abatir fieras. Entonces, por el otoño, las clases sociales, con un arma en la mano, se ordenaban meticulosamente por el tipo de animal que les tocaba matar, desde un urugallo a una libre.La zona del venado, antes reservada para aristócratas y altos funcionarios, se halla hoy muy batida por ejecutivos de medio pelo con un arcabuz de repetición adquirido en las rebajas. Vivimos en democracia. Ahora, asesinar a un bicho por la espalda es un signo de distinción al alcance de cualquiera. Por este tiempo, una tribu peluda de la Biblia, en pantalón de pana, sombrero con pluma y zamarra verde con muchos pliegues se echa al monte o al llano y dispara contra todo lo que se mueve. El terror unánime de las perdices, el clamor escuálido de perros en el horizonte, el olor a pólvora y a jara ensangrentada, las lágrimas de los ciervos, el grito telúrico de las aves y el gruñido ancestral de los jabalíes lo llena todo. Los alegres escopetazos revientan en el paisaje. ¿De verdad no desea usted matar nada? Aunque sea pobre puede disparar sobre un conejo o retorcer el cuello a un tordo y remacharlo con un golpe contra el suelo como si fuera el petardo de un día de fiesta. En esta tierra agostada por el castillo de Dios va a caer un ejército de cazadores dispuesto a acabar con el último soplo de vida que aún alienta en los campos. Se ha levantado la veda. Antes de que el desierto de Libia aplaste del todo con su pezuña seca a la vieja España, usted tiene la posibilidad de asesinar la última lagartija. Dispare, dispare.
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