Dos escándalos ponen en peligro el congreso de los conservadores británicos, que hoy se inaugura
El congreso del Partido Conservador británico se reúne hoy en Blackpool, a los cuatro meses de su aplastante victoria electoral, pero en una atmósfera que no sólo no es triunfalista sino que comienza a mostrar señales inequívocas de preocupación. La semana pasada estallaron dos escándalos: la vida privada del delfín de Margaret Thatcher, Cecil Parkinson, y el informe confidencial de las juventudes denunciando la infiltración de la extrema derecha en la organización del partido.
Estos escándalos llegan, además, en un momento político delicado para la primera ministra, cuando se han anunciado recortes en los presupuestos del Servicio Nacional de la Salud y empiezan a oírse voces disidentes dentro de su propio Gabinete. La Prensa británica es casi unánime, -al margen de sus preferencias políticas, a la hora de valorar los primeros meses del segundo mandato de Thatcher: "A los cuatro meses de su victoria, el Gobierno sigue dando la impresión de que no sabe qué hacer con ella", escribe el conservador The Times. "Estamos ante una parado ja política: una Administración con renovada autoridad, con una gran mayoría en el Parlamento y una aparente disminución del sentido de dirección", editorializa el diario económico Financial Times Desde junio, el ejecutivo conservador se ha sumido aparente mente en la apatía y las pocas medidas que ha adoptado han sido mal acogidas por la opinión pública. La principal, la reducción del presupuesto del Servicio Nacional de Sanidad, puesta en práctica por el ministro Norman Fowler, amenaza con provocar enfrentamientos internos en el partido. Más grave aún, desde el punto de vista de la primera ministra, es que las críticas no llegan sólo desde la oposición o siquiera desde el sector wet o moderado de su propio partido. Un representante del ala dura, John Biffen, líder del grupo tory en la Cámara de los Comunes, no tuvo inconveniente en afirmar públicamente que no estaba de acuerdo con una disminución importante de los fondos de la Seguridad Social. En este ambiente, los dos escándalos antes mencionados han venido a enrarecer aún más la atmósfera de un congreso que hubiera podido reducirse a un canto de alabanzas de la primera ministra, Margaret Thatcher. Tampoco ayuda a subir la moral de los delegados el informe secreto que han elaborado las juventudes del partido, en el que se demuestra que elementos fascistas han logrado infiltrarse en la organización. El presidente del partido, John Selwyn Gunimer, un perfecto desconocido hasta que Margaret Thatcher le designó hace dos meses para sustituir con toda urgencia a Parkinson, se ha movido con rapidez anunciando que a partir de ahora nadie podrá ser candidato conservador en unas elecciones sin explicar previamente si ha mantenido relaciones con organizaciones extremistas.
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