La vuelta a la vida de Javier Doña
La tarde del día 22 el mundo le sonreía a Javier Doña. A base de juntar turnos, de acuerdo con sus compañeros, había podido abrirse un largo fin de semana por delante. Era jueves, y hasta la noche del domingo no tenía que volver al tajo. Había salido a las 14 horas del Virgen de las Nieves, el hospital de la Seguridad Social granadino en el que trabaja como electricista y, tras una ducha y la comida en casa de sus padres, se había echado a la carretera con su modesto 133 camino de Jaén, donde le esperaban su mujer, Concepción , y su niña de pocos meses."Sí, la vida merece la pena", pensaba Javier. "Tengo un trabajo, cosa que no pueden decir todos, y una familia feliz. La única sombra es que mi mujer y yo vivamos separados, pero entre Granada y Jaén no hay mucho más de una hora de carretera, y ella está con sus padres, yo con los míos y podemos hacer escapadas".
"Este fin de semana lo pasaremos en Granada. Recojo a Concepción y la niña y volvemos a Granada, o quizá vayamos al pantano de Bermejales y sigo trabajando en la barca, a ver si la termino pronto. Una barca y un pantano son lo mejor para un fin de semana".
La carretera comienza a hacerse ahora más lenta y hay que tomar precauciones. Es un kilómetro de curvas de las que hay que desconfiar. Un kilómetro de raya continua; no adelantar, no hay visibilidad. Javier sabe ser paciente. El que viene detrás no. El que viene de frente tampoco. Javi sufre un adelantamiento temerario, y el que le rebasa ("sólo recuerdo que era matrícula de Madrid") se encuentra de cara con otro que viene muy fuerte. El imprudente tiene que cerrarse bruscamente a la derecha. Javier da un volantazo, se va a la derecha, pisa la gravilla del arcén, aquí ensanchado como para permitir el aparcamiento, pero el coche se desliza sobre la grava; otro volantazo, nada, atraviesa los zarzales, hay pendiente, mejor tomarla de frente; el coche se inclina, sigue su dirección, brinca, un golpe en las piernas, llega al fondo.
Abajo Javier trata de vencer su aturdimiento ("hay dos cosas evidentes: estoy fuera de la carretera, y desde aquí el coche no puede volver a subir por sus medios; tendré que subir y llegar a Jaén en autoestop y cambiar mis planes para el fin de semana. Las piernas me duelen, pero espero que no sea nada"), lo primero es salir; la puerta está empotrada. Javier tiene recursos, coge la barra antirrobo de bloquear la dirección y, haciendo palanca, consigue forzarla. Ya está. Ahora fuera. Y cuando se mueve ve que la pierna derecha se queda atrás. Es una masa de carne y hueso que no obedece, como un saco colgado de la cadera.
"¿Dónde está Javier?"
En Jaén, Concepción empieza a inquietarse. Javier nunca se retrasa tanto, al menos sin avisar. A las ocho llama a casa de sus suegros. ("¿Dónde está Javier?". "Salió para allá hacia las cuatro, ¿no ha llegado todavía".) La familia se inquieta. Javier es un chico muy formal, no es de esos que se encuentran un amigo, se enrollan y llegan tarde sin avisar. Anochece, es demasiado tarde. El padre, Primitivo Doña, decide acudir a la Guardia Civil de Tráfico. "¿Un 133 verde, SE-4239-G? No, no tenemos noticias de que se haya accidentado ningún coche con esta matrícula". "Entonces quiero denunciar su desaparición". "No se inquiete, hombre, espere. Estas cosas pasan. Sí, ya sé que el suyo será un gran chico, como todos, pero ¿qué edad me dijo que tenía?, ¿veintinueve?, puede estar con un amigo. Es muy pronto para inquietarse". Pero Primitivo conoce a su hijo y Concepción a su marido, y están angustiados. No, no puede estar de parranda. "Qué más quisiéramos".
Javier ha pasado su primera noche en el barranco. "Mala suerte; todo por un loco que quiere correr más de lo debido y que a lo mejor ni se ha enterado de que me ha echado fuera. La pierna duele, duele mucho. ¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?".
Primitivo denunciado la desaparición de su hijo ante la Policía Nacional, y le han dicho también que toman nota, pero que espere un poco. "¿Cuándo tenía que volver al trabajo, el domingo?; pues vamos a esperar un poco". Pero la familia cada vez está más angustiada y llaman a los amigos de Javier, a Manolo Cascales, a Paco García, a los demás. "No, no sé; ni idea. ¿Que no ha recogido a Conchita?; pues qué raro".
Al fondo del barranco, Javier ha aprendido a convivir con el dolor de su pierna derecha, inutilizada por la fractura de la cabeza del fémur. No sabe que tiene fracturado también el tobillo izquierdo. Intenta reptar, descubre que de espaldas tiene más posibilidades; pero no, no es posible salir así. La pendiente es muy dura, más de 45 grados quizá, y el zarzal, espesísimo; se pincha y se pincha y no puede avanzar. Sin embargo, la carretera está tan cerca, hay que gritar, gritar, gritar. "No puedo tener tan mala suerte como para quedarme aquí tirado".
En busca de la gloria
El segundo personaje de la historia pasa el viernes por allí con su bicicleta. Francisco Monleón Vico tiene 21 años y quiere ser ciclista. Una lesión de menisco primero y la mili después le tienen fuera de forma. Hay que entrenarse mucho. Sale de Peligros (su pueblo), muy cerquita de Granada, y tira por la carretera general de Jaén. Quiere participar en el memorial Manuel Galera, una carrera open importante.
Javier se ha dado cuenta ya hace tiempo de que nadie montado en un vehículo de motor le puede oír. Pero tiene que pasar alguien caminando o en bici, "así que tengo que gritar y gritar. Socorro, socorro, socorro, socorro". ("Si la bocina funcionara".) Javier es buen electricista e intenta repararla. El viernes, cuando pasa Paco Monleón sobre su bici Javier está hurgando los cables del circuito eléctrico del coche para hacer sonar la bocina. Nada, no hay nada que hacer. ("Socorro, socorro".) Pero ya ha pasado el grupo de ciclistas.
Ya es sábado. Ya son dos noches aquí. Dos noches frías, en las que ha maldormido. A veces pueden el frío y el dolor y no duerme. El tráfico intenso, la vida colectiva y alocada está ahí, en lo alto del terraplén, a 15 o 20 metros todo lo más, y él abajo, ignorado por el tumulto que pasa. ("No importa. Al menos estoy sobre el arroyo y tengo agua. Puedo aguantar varios días. Mi familia me está buscando, seguro. Es una carretera corta, sólo 97 kilómetros entre Granada y Jaén. Apareceré".)
Domingo, día del Señor. Javier va a misa todos los domingos, y desde que está en el fondo del barranco reza, y reza, y reza. El domingo reza más, si cabe. Entre grito y grito y esfuerzo y esfuerzo por salir, reza y piensa. ("¿Será posible que me muera aquí? No, no es posible. Me buscan y me encontrarán. Padre nuestro... Lo peor lo estará pasando Concepción, pobrecilla, con la niña. Ave María... ¿Y, mis padres? Irán de un lado para otro. Gloria al Padre...").
Primera falta injustificada
El domingo, a las nueve de la noche, el padre y el suegro de Javier se presentan en el hospital. Concepción no ha podido ir por que está destrozada. Tiene que reincorporarse a las 10 de la noche al trabajo. Son las 10 y no ha venido. Son las 11 y tampoco. Son las 12 y tampoco. El padre y el suegro de Javier se van desolados.
La mañana del lunes todo el equipo de mantenimiento del centro de traumatología y rehabilitación de la Seguridad Social Virgen de las Nieves, conocido popularmente como el Trauma, discute qué ha podido pasar. "¿Le habrán secuestrado? ¿Para qué, si no tenía dinero?". Le han podido parar en autoestop, robarle el coche y dejarle atado a un árbol. O haberle dado un golpe y tirado por un barranco, o el coche se ha despeñado y está por ahí. Sería bueno batir la carretera". "Ya lo está haciendo la Guardia Civil".
Un capitán le ha asegurado: "Vamos a peinar la carretera hasta que su hijo aparezca". Primitivo está convencido de que su hijo se ha salido de la carretera y confía en que viva aún, pero urge encontrarle. La ha recorrido varias veces ya, parando casi en cada curva.
Es difícil, muy difícil
Martes ya, o quizá no. A Javier se le estropeó el reloj con el golpe y no puede tener más referencias temporales que las que el sol. La herida de la pierna tiene muy mal aspecto ,("¿Será esto gangrena?"), y se la lava con agua ("Menos mal que no me falta lo más elemental"); pero comprueba que se ha convertido en caldo de cultivo de unos insistentes gusanos. Al final decide atacarlos con un spray de laca que lleva en el coche. Parece que da resultado. ("Padre nuestro...").
Paco Monleón ha vuelto a pasar con la bici mientras Javier estaba ocupado combatiendo los gusanos. Cuando está lejos vuelven a salir gritos del fondo del barranco: "Socorro, socorro".
Por arriba pasa un Land Rover de la Guardia Civil con dos números, uno veterano y otro joven. Cada poco paran en una curva, miran en el barranco, bajan. Trabajan a conciencia, pero 97 kilómetros son más de lo que cree quien no los ha rastreado.
El miércoles -¿será miércoles?, ¿o martes?- las cosas se han puesto peor. Amenaza tormenta. ("Padre nuestro... Urge que me saquen de aquí. Dios mío, Dios mío, ¿qué será de Concepción, de mi madre, de todos? ¡Socorro! ¡Socorro! Dios te salve, María... Quizá si sigo cortando el matorral podré salir. No, no, es muy difícil... ¡Socorro! ¡Socorro! Gloria al Padre...".)
Manolo Cascales tiene turno de noche toda la semana, pero el miércoles ha decidido no dormir. Junto con otro compañero, Paco García, rastrea la carretera. "Oye, ¿tú que crees?". "Tiene que estar vivo. Tiene que estar por ahí. Caído, pero vivo. Es un tipo mañoso, se las arregla. ¿No ves la inventiva que tiene para todo?". Los compañeros de Javier le admiran tanto por su buen talante como por su habilidad e inventiva. "Se estaba haciendo una barca.
Han salido a las 10 de la mañana y regresan de anochecida. Una gran tormenta les ha bajado mucho el ánimo. Por dos veces la carretera ha quedado cortada por el agua, y en Campillos el autocar de Alsina se ha accidentado por eso. Cuando Cascales llega a casa para ducharse y salir hacia el trabajo lo ve todo bastante sombrío. Un día entero sin dormir, una noche de trabajo por delante y Javier que no aparece. Recuerda cuando le robaron unos gamberrillos el coche, un Seat 2430 y después de divertirse con él lo tiraron por un barranco. Lo encontró un pastor, fue a buscarla, y tardó mucho en verlo. Estaba justo donde le dijo el pastor, pero imposible de ver, bajo un saliente y unos matorrales. "¿Estará así Javier? ¿Y si no aparece nunca?".
Javier se ha metido en el coche antes de que anocheciera para refugiarse de la lluvia. ("¿Cómo se llamará el arroyo? Creo que este monte de al lado es el Coto de los Guardias, pero ¿cómo se llamará el arroyo? Sin él ya estaría muerto. Padre nuestro... ¿Qué será de la niña? Ave María...".) El agua golpea fuerte sobre el coche, se oyen truenos, es de noche. El arroyo crece y crece, el coche se mueve, por momentos parece que el agua lo va a arrastrar o a volcar. Javier tiene más miedo que nunca. Padre nuestro, Padre nuestro, Padre nuestro...
Amanece un día resplandeciente. Un helicóptero pasa sobre la cabeza de Javier, que hace señas con un cristal y un plástico, tratando de reflejar los escasos rayos de sol que pasan entre las copas de los álamos. ("Dios mío, qué sombrío es este sitio. ¿Cuántos días llevo aquí?".) El helicóptero no le ha visto, pero su paso le ha devuelto la fe con minúscula. La Fe con mayúsculas no la ha perdido nunca. ("Me están buscando cada vez más intensamente. Seguro que me encuentran. ¡Socorro! ¡Socorro! Padre nuestro...".) Mientras hacía señales con el espejo ha vuelto a pasar con la bici Paco Monleón, con un grupo de compañeros de su equipo, el Sema Montver: "No, no ando bien. Hasta el domingo tendré que entrenarme también por las tardes. Si éstos no quieren salir, le diré al Chavalín si mi e acompaña". El Chavalín es José Bailón, que a sus 14 años ya le pega bien a la bici y a veces se arrima a los mayores para seguirles en los entrenamientos. "Sí, le diré al Chavalin que me acompañe por la tarde".
"Llevo aquí cinco o seis días"
A Javier cada vez le cuesta más no desesperarse. Bebe muy frecuentemente, tras cargar de agua una bolsa de plástico que lleva. Ahora bebe ya cada cuarto de hora y sigue alternando los gritos con los intentos desesperados de reptar. Cuando no puede más, reza. ("Dios mío, no me abandones. No es por mí, es por Concepción y la niña. Sácame. ¡Socorro! ¡Socorro!".) Un ruidoso e intenso tráfico sigue pasando por encima de él. Oye voces, pero ahora no tiene fuerza para gritar. ("Dios mío, si creo que es la voz de mi padre. ¡Guíale, Señor! Padre nuestro, Padre nuestro, Padre nuestro...".)
"Chaval, ¿te vienes?". A Pepito le hace ilusión que Paco le invite. Paco es todo un corredor, y él un principiante. Coge las bicis y salen de Peligros a la general de Jaén. Son las cinco de la tarde. Paco ya ha rodado por la mañana, así que no va muy fuerte, aunque sabe que el chaval haría cualquier esfuerzo por seguirle. ("Este chico tiene futuro".)
"¿Has oído un grito?". Y los dos se paran. Sí en esta curva, ahí, al fondo del barranco. "¡Socorro! ¡Socorro!". "¿Quién pide socorro?". "Aquí, en el río, me he salido de la carretera...". La voz apenas llega. Paco y Pepito se miran desconcertados. ¿Y si son delincuentes que nos atacan? Pepito es reacio a bajar, pero Paco reflexiona. ¿Qué me van a quitar? ¿La bici? Y se acerca cauteloso. Al fondo, apartando matorrales que le pinchan las piernas semidesnudas, ve un Seat 133 verde abollado por todas partes y un hombre sucio y andrajoso que podría ser Robinson en su isla desierta. "¡Sácame! ¡Llevo aquí cinco o seis días, no me puedo mover!". Y no habla más. Llora intensamente, como Paco nunca ha visto llorar a un hombre adulto.
Emocionado y nervioso, sube a la carretera. "¡Hay que parar el primer coche que pase!". Un seiscientos blanco pasa de largo, casi les atropella. "¡Será hijo puta!". Pero ahora llega un R-5 en el que viaja un hombre con dos niñas y para. Y luego un camión, y pronto muchos más. Se arma un corro de curiosos. La mayoría mira. Sólo Paco se atrave a meterse en los zarzales, con su culotte de ciclista, y Pepito increpa a los mirones. Sus gritos rompen el desconcierto y la pasividad. El camionero saca de su vehículo un largo cable. Alguien llega con una hoz, se ata al cable y baja hasta los zarzales. Penosamente consigue abrir un pequeño pasillo y llega hasta Javier, que llora y llora. "Llevadme a Trauma". El recién llegado se carga al herido en la espalda. Varios hombres tiran del cable y Javier llora más que nunca cuando está arriba. Los curiosos le miran extrañados, con una mezcla de miedo y asco. Alguien se ofrece a llevarle en un furgón al hospital.
Aparece la Guardia Civil, avisada por indicación de Paco, pero acaba de producirse la evacuación. El más veterano de los dos números que han llegado abre su bloc y busca la línea donde pone: "SE-4239-G, Seat 133, verde, desaparecido su conductor". Justo debajo anota: "Hallado 17.30 día 30-IX-83, carretera Jaén-Granada, kilómetro 407,700, término municipal Deifontes, junto cerro de Los Guardias. Conductor herido, trasladado centro de traumatología y rehabilitación de la Seguridad Social Virgen de las Nieves de Granada". Cierra el bloc y respira aliviado. Ha habido mejor final que en lo de los Dientes de la Vieja.
Ahora Javier está en su centro de trabajo, pero no en el taller, ni de un lado para otro, con el maletín, en busca de circuitos que reparar. Está en la 712, con buen aspecto. Se diría que es un futbolista lesionado más que un Robinson de la cuneta que ha pasado nueve días sin comer y con una infección brutal. Su familia está alrededor. A Concepción no le quedan lágrimas, de tanto llorar, primero de dolor y luego de júbilo. Al padre no le quedan palabras para quitarse de encima a los periodistas, peste de periodistas que quieren saberlo todo. Los médicos están asombrados. Cuando baje la infección le operarán las fracturas; quizá mañana, viernes. Ninguna secuela psíquica. Habrá un restablecimiento total.
En el taller, los de mantenimiento fuerzan sus turnos hasta que Javier esté repuesto, y en voz baja comentan: "¡Vaya tío!". En la 712, Javier da gracias a Dios y duerme tranquilo, sin frío ni miedo, por la noche, y por el día recibe a los amigos y a algún periodista que se cuela. No tiene pesadillas. Sabe que quedan muchos fines de semana por delante para acabar la barca y disfrutar del pantano junto a Concepción y la niña.
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