Un nuevo drama de Bette Davis

En el cine, las institutrices han sido más bien marimachos. El lesbianismo, por ejemplo en La residencia, o su mera sospecha -en La calumnia-, ha sido un argumento abundantemente tratado. Por culpa de determinada concepción de la enseñanza, asociada a los dotes de mando, la gobemanta colegial era una variante con faldas del sargento de West Point.En El cielo y tú, el problema se presenta por lo contrario; la tutora tiene sus encantos y ante ellos claudica el padre de familia. La esposa de éste, carcomida por los celos, recurrirá a su malicia felina para hacer imposible la convivencia bajo el mismo techo del marido enamoradizo y de la causa de tal estado.

La firma de Litvak en la dirección garantiza tanto una mínima corrección estética como la mediocridad de la misma. Litvak procuraba asegurar el tiro y para ello colocaba sus dianas a escasa distancia. En este caso partía de un best-seller y de una cabecera de reparto popular.

Boyer se había afincado en Hollywood, pero sin renunciar a los papeles étnicos, en este caso un conde francés. Sus maneras de amante europeo habían sido saboreadas en la pantalla por Ingrid Bergman y Greta Garbo. Que a sus 43 años pensara en alborotos sentimentales con las ganas de un chaval, aunque con una depurada técnica seductora, no obedece tanto a la lógica interna del personaje como a la necesidad de contentar al público cinematográfico (al que las estadísticas daban una edad media cercana a la cuarentena y no como ahora que es adolescente y de ahí la abundancia de romances cinematográficos con problemas menstruales por medio).

Bette Davis es la actriz que comparte los honores del reparto con Charles Boyer. Su carácter enérgico trascendía la pantalla. Poco tiempo antes del rodaje de El cielo y tú había mantenido un pleito con la Warner, su casa, reclamando mayores libertades contractuales, la posibilidad de negarse a las ñoñerías de encargo. Por suerte para los estudios, perdió el juicio y tuvo que volver un tanto amansada, aunque la productora, interesadamente bondadosa, olvidó el incidente.

No es uno de los mejores filmes de la actriz. Poco antes había hecho La loba, un personaje a quien no le iban las futuras melindreces de la heroina del cuento de hoy. La acción transcurre en el siglo XIX para que los excesos argumentales sean achacables al espíritu de la época y no al delirio del guionista, con lo que el melodrama pierde peso en favor de una supuesta estampa sentimental de un siglo al que la carpintería cinematográfica le ha hecho hacer un injusto ridículo.