Michael Foot, el último romántico socialista
Michael Foot es posiblemente la última figura romántica del socialismo inglés. Incluso su aspecto físico induce más a identificarle con un político de fines del siglo pasado que con el líder de la oposición, que tiene que enfrentarse, el 9 de junio de 1983, con la temible Margaret Thatcher. Su melena blanca, cortada por detrás como con regla; su anticuado modelo de gafas; la desaliñada manera de vestir, y la ligera cojera que padece, consecuencia de un accidente de automóvil, le dan más el aspecto de un intelectual radical y decimonónico que de posible primer ministro de una potencia europea. Los británicos le quieren, pero como pueden querer a un santo: desconfiando de sus dotes prácticas.Foot, que cumplirá 70 años el próximo 23 de julio, ha sido siempre un hombre íntegro, firme en sus convicciones (socialista y antinuclear) y fiel al partido. Fue un periodista temido y un orador parlamentario agresivo, y todavía hoy conserva parte de esa leyenda, aunque en la última legislatura brilló menos de lo que cabía esperaren el jefe de fila de la oposición.
Sus enemigos afirman que no está en este mundo y sus amigos critican la teoría de que para ser un buen primer ministro del Reino Unido hay que ser un poco garbancero y no tener imaginación. Michael Foot es un intelectual, idealista e imaginativo, y no lo oculta.
Humor británico
Ningún asesor de imagen laborista ha conseguido que deje de pasear su perro por las mañanas, en chándal y con bufanda, o que sustituya sus viejos y cómodos trajes por modelos más a la moda. El resultado de su empecinamiento puede ser gratificante para el propio Foot, pero no le ayuda a conseguir votos. Se cuenta que acudió a un importante desfile militar vestido con su clásica chaqueta de tweed y pantalones de franela y que, según un rápido sondeo pagado por un diario popular, su popularidad descendió varios puntos. Cuando se lo contaron, guiñó nerviosamente un ojo y se quedó perplejo, pero no modernizó su guardarropa.
Michael Foot, que procede de una familia adinerada, con tradición política (su padre, Isaac, fue también diputado, y uno de sus hermanos es sir), hizo el clásico recorrido de un joven de la buena sociedad británica: colegio privado, Oxford (donde fue presidente de la Sociedad de Estudiantes), para salir catapultado a la carrera política. No posee, sin embargo, una gran ambición personal, como lo demuestra el que sólo haya aceptado ser ministro en una ocasión, en el Gabinete de Harold Wilson y durante dos años, para negociar con los sindicatos. Aunque no ha cultivado nunca las relaciones, se afirma que algunos miembros de la familia real disfrutan más charlan do con el líder de la oposición, que con la primera ministra. Foot posee el famoso sentido del humor británico, del que carece casi por completo Margaret Thatcher y además, es capaz de hablar de pintura, música o caballos, sin preten der, al mismo tiempo, imponer sus ideas políticas, como se rumorea que suele hacer su oponente Margaret Thatcher.
Pese a que le acusan de fanático e izquierdista, Foot nunca se ha consíderado a sí mismo como marxista, sino como socialista radical. Afirma que le debe más a Shakespeare, a Cervantes y a los profetas hebreos que al filósofo alemán, y que su preocupación social y su admiración por la clase obrera británica está más enraizada en su experiencia personal (pasó su infancia de niño asmático y observador en una zona deprimida de Gales) que en lecturas marxistas.
Su ascenso al liderazgo del Partido Laborista se produjo más como una solución de emergencia que como una operación política premeditada. El enfrentamiento entre el sector izquierdista y el moderado del partido era tan profundo que se pensó que Michael Foot, pese a que procedía del sector radical, disfrutaba de suficiente ascendiente personal sobre todos como para unir de nuevo los pedazos de la organización. Los laboristas se dieron cuenta demasiado tarde de que el intento había fracasado. Margaret Thatcher adelantó casi un año las elecciones y ya era imposible buscar un líder para la gran masa de los votantes. Foot tenía que enfrentarse personalmente con la dama de hierro, y el viejo león aceptó el desafío, aunque sabía muy bien que sus virtudes personales no son precisamente las que más busca el elector británico en un futuro primer ministro. Cuando pasen las elecciones, analizará la causa del desastre y, afirman sus amigos, dimitirá.
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