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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un cocinero antes que fraile

Creo que para entender adecuadamente la obra, tortuosa e irregular, en la que hay miserias y, a renglón seguido, auténticas glorias, de Robert Aldrich, hay que saber algo de su vida, que es la de un sujeto que aprendió bien el oficio de cocinero antes de meterse a fraile, o, si se quiere, que se ensució los pies en el barro antes de remontar el vuelo.Pese a ser un hombre con tendencia hacia el lado intelectual, más bien escaso, del cine de Hollywood, asimiló desde su época de aprendiz las rastrerías de la producción, y supo, antes que en los rollos de celuloide, orientarse en los libros de cuentas. Su primer trabajo en el cine fue como capataz de las oficinas de presupuestos de los estudios de la RKO, y su pasaporte a la dirección de películas lo adquirió, años después, como productor, delegado del tandem Burt Lancaster y Harold Hetch.

La leyenda de Lylah Clare se emite hoy a las 22

30 por la primera cadena.

En medio de ambos trabajos preparatorios, Aldrich había bebido a fondo las fuentes del arte de hacer buen cine, convirtiéndose en un prestigioso y solicitadísimo ayudante de dirección, circunstancia que le permitió ver en primera fila de barrera la lidia de directores de la talla de Jean Renoir, Lewis Milestone, William A. Wellman, Mervyn Le Roy, Richard Fleischer, Joseph Losey, Abraham Polonsky y Charles Chaplin, de quien fue ayudante en Candilejas.

Con estos antecedentes no puede extrañarnos que, en 1953, cuando Aldrich se decidió por fin a dirigir películas, eligiese hacerlo por su cuenta y riesgo, con una pequeña productora independiente fundada por él mismo, y que, tras un filme de tanteo, se despachase, en 1954, con dos obras de singular perfección para un primerizo: Apache y Veracruz, que le convirtieron, con treinta y pocos años, en millonario y en un clásico del cine de su país.

Las dos películas son westerns de una extraordinaria brillantez, que hacían presumir una posible especialización de Aldrich en el género. No fue así. Aunque hay otros buenos filmes del Oeste en la obra de Aldrich, como El último atardecer y La venganza de Ulzana, se negó al encasillamiento, y tocó dramas, relatos policíacos, comedias, farsas" melodramas, dramones truculentos -como ¿Qué fue de Baby Jane?-, aventuras rocambolescas -Doce del patíbulo- y hasta un feroz filme político antimilitarista, como Ataque-.

Mezcla de melodrama, alegato social, drama psicológico e intriga policíaca, La leyenda de Lylah Clare, rodada por Aldrich en 1968, es una especie de respuesta de este inteligente director a todas las tentaciones de encasillamiento. Hay, como en los cajones de los sastres, de todo en el filme, y todo es digno, y se encuentra sólidamente engarzado, a través de un sólido guión.

Durante el franquismo, La leyenda de Lylah Clare se estrenó en España algo peinada de imágenes y diálogos, pues se trata de un filme duro, inquietante, escéptico y de gran intensidad en su violencia y su erotismo. Aldrich no es precisamente un adicto a las medias tintas, sino un radical, no en sentido ideológico, terreno donde juega con frecuencia a la ambigüedad, sino como tipo humano, como carácter. No solo no elude el horror, sino que lo busca.

La leyenda de Lylah Clare, además de una intriga densa y conducida con un ritmo seguro en las alteraciones temporales y en el juego del enigma, tiene el aliciente de ser una de las más convincentes apariciones de la esplendorosa Kim Novak, cuando aún estaba en su efímera época de esplendor. Secundada por los excelentes Peter Finch y Eriís Borgnine, la Novak parece incluso buena actriz, apoyada en tan sólidas muletas.

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