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Un tribunal noruego absuelve a una esposa maltratada que mató a su marido

El relato de las palizas y violaciones sufridas por la acusada en su matrimonio conmovió al jurado

Hace unos días, un tribunal de la ciudad de Oslo absolvió a una mujer que el 23 de agosto de 1981 dio muerte a su marido de un disparo en el pecho con una escopeta de perdigones. La mujer, que en ningún momento negó la autoría del hecho, ingresó en la cárcel a la espera del juicio. Otra mujer, que compartió con ella dos meses de prisión por un delito de tráfico, dijo que la homicida era una persona agradable y casi la única de las reclusas con quien se podía mantener una conversación.

Es la primera vez en la historia judicial del país que alguien que confiesa haber cometido un homicidio es absuelto y dejado en libertad.La protagonista de esta increíble y triste historia, cuyo nombre no ha aparecido en los diarios noruegos, segun es norma en la Prensa escandinava para este tipo de sucesos, tiene 37 años de edad, trabajaba -hasta el momento en que culminó el drama- como vendedora en una tienda de Oslo y vive en un barrio de viviendas económicas en la capital noruega.

Como muchas otras jóvenes provenientes del un tanto eufemísticamente denominado en estos países tercer grupo social, apenas terminada la enseñanza secundaria comenzó a trabajar. Tenía 16 años cuando conoció al joven que poco después sería su marido y su verdugo. Del matrimonio nacieron dos hijos, un varón y una niña, que tienen ahora respectivamente 19 y 17 años. El varón padece un serio retraso mental congénito (un trazo oscuro más en el paisaje familiar).

Lejos estaba la mujer de imaginar que tras la apariencia sencilla de aquel muchacho se escondía una personalidad violenta y perversa. La infelicidad duraría 18 años, en el transcurso de los cuales todas las iniquidades imaginables fueron infligidas a la mujer. Desde simples palizas a la violación brutal y humillante, sin olvidar los insultos, que a veces lastiman más que los golpes. En su impresionante testimonio ante el jurado dijo la acusada: "Mi angustia era tan grande, que yo temía por mi vida ante la más mínima cosa que hacía y que pudiera irritarle. Él era fuerte y lleno de agresividad, me tapaba la boca con un pañuelo o presionaba la almohada sobre mi cabeza para que mis gritos no pudieran oírse".

Así, se fue incubando la resolución extrema que habría de concretarse en la noche del domingo 23 de agosto de 1981. Tras haber regresado a casa después de una cena con unos amigos, el hombre, que había bebido en exceso, comenzó a reprochar a la mujer supuestos coqueteos con uno de los asistentes a la reunión. Tras los insultos vinieron los golpes, y como culminación, el detalle que termina de dibujar el perfil psicológico del individuo: la exigencia del coito. Quizá fue la gota que desbordó la copa de tanta vejación acumulada. En lugar de caricias, le llegó el turno a la escopeta que guardaba cuidadosamente.

Nadie, en los dos tribunales que entendieron en el caso, puso en duda la autenticidad del relato de la homicida. No obstante, el juez Lars Fronsdal expresó sus temores de que la absolución pudiera señalar el camino a otras mujeres que pudieran estar en la misma situación. El abogado defensor respondió que esos temores eran simples majaderías. El derecho a defender la propia vida fue el motivo que fundamentó la sentencia.

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