Retrato de familia
El prólogo a la serie El mayorazgo de Labraz que Televisión Española emitió por su segunda cadena el pasado sábado fue un retrato de familia hecho con ternura y con distancia. La vida de Pío Baroja, que era lo que trataba de contar ese prólogo a la novela que va a serializarse, es lo suficientemente sencillo de narrar como para tentar a la retórica de las palabras y de las imágenes. Quienes hicieron la. película que vimos el sábado tenían motivos suficientes como para no incurrir en esas retóricas: eran, justamente, dos Baroja. Uno es Pío, el realizador, y el otro es Julio Caro Baroja, el etnólogo. Los dos sobrinos del autor de El mayorazgo de Labraz construyeron un poema cuya emoción nace de la sencillez dramática que sirvió de base a su construcción.Pío ha dicho que se considera "miembro de la gran familia de románticos de la humanidad". Le hubiera bastado con subrayar su apellido para explicar su adscripción literaria y cinematográfica, su tendencia humana. El prólogo a El mayorazgo de Labraz fue un relato casi viscontiano en el que la ternura no dejó nunca lugar al ternurismo, y en el que distanciamiento nunca fue otra cosa que una fórmula de respeto a un telespectador que no puede vivir del sobreentendido.
Esa fórmula en la que es distanciamiento era preciso para que el retrato de familia no se convirtiera en un recuerdo familiar, de álbum de fotos manoseadas, tuvo un cómplice esencial en Julio Caro Baroja, que sumo a su conocimiento directo del personaje del que hablaba unos toques de interpretación que a veces sobrecogían por la sencillez rotunda con que servían al texto que narraba. Caro Baroja convirtió el relato sobre la vida de su tío en un ensayo sociológico que en todo momento respetó las reglas del juego televisivo y que resultó un trabajo de gran sugerencia sobre la vida española y europea en los tiempos de la existencia de Baroja, desde las épocas de la, guerra hasta la situación que impedía enterrar a los muertos en libertad.
Combinación dramática
La combinación dramática alcanzada por los dos sobrinos de Baroja consiguió un cómplice más en la secuencia de las imágenes, que acompañó a la narración de acuerdo con los tonos, brillantes o dramáticos, que ésta precisaba, de modo que la decrepitud física del escritor se parangonaba en la calle con un Julio Caro combatiendo el invierno, mientras que épocas más gozosas o más tranquilas merecían la visión del sol o de los árboles del Retiro.
No faltaron en este prólogo a El mayorazgo de Labraz las imágenes filmadas de la vida de Baroja, con el norteamericano Ernest Hemingway al borde de la cama del moribundo novelista de Itzea. Pero la cámara no subrayó ese incidente literario, sino que fue más allá en su búsqueda de los símbolos. Y ofreció una metáfora lenta de la agonía que sufría Pío Baroja: la mano izquierda abandona parsimoniosamente las sábanas y recorre torpe, trabajosamente, el largo camino que la lleva a la frente; casi al final del trayecto abandona el intento y regresa, derrotada y seca, al calor último de la cama.
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