_
_
_
_

El sector privado de Yugoslavia podría dar ocupación a todos los parados

Mientras que uno de los efectos más negativos de la crisis económica yugoslava es el aumento de los índices de paro, que rondan el 15% de la población activa, crece la polémica sobre el sector privado, que, en opinión del Instituto Económico de Ljubljana, podría dar trabajo a todos los desempleados. Millón y medio de personas podrían emplearse en el sector de la pequeña economía, nombre que se da a empresas de particulares o grupos de ciudadanos asociados. El sector político, opuesto a planes de agigantamiento del sector privado, se resiste a ofrecerle a la juventud una salida al callejón de la crisis por la puerta grande de la pequeña economía. Lo que, según ellos, hay que hacer es volver a llevar la economía de la autogestión socialista a sus índices de crecimiento de antes, relegando el sector privado a sectores artesanales o turísticos.

Políticos de la talla de Kiro Gligorov, uno de los inspiradores de la reforma económica de 1966, fracasada por haber chocado con los sectores radicales del sistema y con la revuelta de los estudiantes enemigos de la sociedad de consumo, siguen insistiendo en que sólo una red de oferta de bienes y servicios de particulares o grupos de ciudadanos puede satisfacer al mercado yugoslavo en ciertos sectores.La pequeña economía participó el año 1981 en la producción total del país con un 2,49%, sin contar los agricultores por su cuenta, en cuyas manos está el 80% de la tierra. Sus perspectivas objetivas son grandes, pero enormes son también los recelos contra la formación de un sector privado que necesitaría expresión de sus intereses a través de grupos de presión o asociaciones que la Liga de los Comunistas de Yugoslavia no sabría expresar en su actual vocabulario. Y en Hungría, país de menos experiencia al respecto que Yugoslavia, se acepta que los trabajadores hagan horas extras por su cuenta, incluso utilizando maquinaria y locales estatales.

En la pequeña economía hay dos vertientes. Una es puramente privada, y está constituida por el clásico esquema del artesano y su aprendiz en boutiques, pequeños bares, talleres de mecánica, tiendas de fotocopias, etcétera. Otra faceta de la pequeña economía es la de ser una empresita privada que, por necesitar desbordar en su crecimiento el límite legal de empleo privado de más de cinco o diez empleados, decide constituirse en cooperativa, cuya propiedad es de los trabajadores en ella empleados.

En ese caso, el propietario decide pasar a ser director o ejecutivo de la pequeña empresa, con derecho a recuperar todo el capital que invirtió, más los intereses razonables y un sueldo holgado negociable. Eslovenia, la República más desarrollada de Yugoslavia (la Federación yugoslava está formada por tres Repúblicas ricas y tres pobres), es la campeona de estas miniempresas. Para estimularlas, ha renunciado incluso a cobrar buena parte de los impuestos que podría. En cambio, el polo del subdesarrollo yugoslavo, Kosovo, de mayoría albanesa, se resiste a la embestida de estas empresas. Se calcula que en Yugoslavia hay un 30% de trabajadores empleados en el sector social (la terminología yugoslava no acepta en economía el término estatal), que no producen más que pérdidas. El Estado-providencia se resiste a engordar el paro, prolongando en realidad el existente con una baja productividad. Uno de los casos más reveladores es el de la empresa de taxis de la ciudad de Belgrado, de impecables servicios durante más de quince años, pero que acaba de hundirse con la piedra de su excesivo personal administrativo al cuello. Mientras tanto, la Asociación de Taxistas Privados produce en cada vehículo un salario suficiente con ocho horas de trabajo. El secreto de que esta empresa -que ofrece servicios más irregulares y menos cotizados que la municipal- sobreviva lozana hay que buscarlo en su resistencia a emplear más personal administrativo del necesario.

Para muchos yugoslavos, la idea de abrir una pequeña empresa privada es sinónimo de quimera de enriquecimiento rápido. El emigrante yugoslavo que lleva diez años empleado en la República Federal de Alemania no quiere volver a casa a invertir los 100.000 marcos que ahorró en montar un servicio de reparación de televisores, un bar o un taller que no le rente más que en la RFA. El argumento más trillado por los sectores leninistas de la autogestión es el de una clara tendencia a la especulación en el caso de los particulares. Los privatnichi no quieren compartir el pan y la sal de región de los Balcanes: quieren ganar más que en Baviera.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_