Cathy Berlerian 'Requiescat(hy) in pace'
Le gustó siempre jugar con su nombre en la titulación de sus creaciones (Morsicathy, Magnificathy). Con un cierto desconsolado morbo me he permitido parodiar su costumbre en el título de este artículo-homenaje.Cathy Berberian ha fallecido en Roma, con sólo 57 años, a principios de marzo. Un mes villano, que en sus inicios se llevó también a Igor Markevitch y a sir William Walton. Pero si la Prensa convencional ha sido generosa -y justa, por supuesto- con estos dos, la marginalidad de Cathy Berberian se ha traducido en la parquedad, si no escasez, informativa con que su definitivo mutis por el foro ha sido tratado.
La Berberian nace en Attleboro (Massachusetts), en el seno de una familia de origen armenio. Despierta, vivaz y decidida como su gente, estudia literatura, teatro, danza y -especialmente- canto. Como solista del American Folk Grotip de Nueva York obtiene una beca que la lleva a Italia en un momento especialmente brillante en que los compositores, distanciándose del estricto corsé serial elevado a la categoría de dogina por René Leibowitz, emprenden su particular safari, a la caza de la que debía ser nueva música o lo que se terciase, que tampoco estaban tan claras las cosas.
A su llegada a Italia, Chathy Berberian inicia una relación -que a nivel sentimental durará hasta 1965- con Luciano Berio, quien ha venido siguiendo en Italia una evolución parecida a la de Karlheinz Stockhausen en Alemania: estudios convencionales, normativa serial, experimentación electrónica, etcétera. El contacto con la cantante abre a Berio las puertas de la "liturgia de la palabra", que de forma tan original usará en sus composiciones (Circles, Omaggio a Joyce, Laberintus y la Sinfonía para ocho voces y orquesta), alcanzando lo que Manuel Valls denomina acertadamente "una vivísima elucubración expresiva". Umberto Eco no andaba lejos de todo ello. Por su parte, la Berberian se enriquece con los nuevos lenguajes que Berio y sus amigos le ofrecen, y resuelve dedicarse decididamente a la música de vanguardia. Le ayuda especial mente su voz, de gran flexibilidad y amplio registro, así como su sentido dramático y su rara, dijo alguien- musicalidad. La interacción Berio-Berberian será, así, uno de los fenómenos más importantes de la música contemporánea italiana, y Sequenza 3 (de 1966), su ejemplo más significativo.
Seducidos por esta singular artista, dispuesta a ser, por encima de todo, intérprete de y para su tiempo, un buen número de compositores escriben para ella: Henri Pousseur, SyIvano Bussotti, Bruno Maderna, Darius Milhaud. El propio Igor Stravinski compuso para Cathy Berberian la versión definitiva de su Elegía para J. F. K. John Cage la convierte en su intérprete favorita por su ductilidad, versatilidad y singular capacidad re-creativa, que tanto conviene a la obra del compositor americano.
La Berberian, se convierte así en una especie de musa de la vanguardia musical, construyendo un personaje con el que, vitalmente, se irá identificando cada vez más. Un personaje eminentemente gestual: el gesto, la acción están en su música, son su música. Stripsody -quizá su mejor trabajo propiono es más que la sonorización de una tira cómica (strip, en inglés), que recupera así una existencia inaudita más allá de su propio significado: el colmo del gestualismo.
Una gran parte de los músicos contemporáneos españoles aprendimos mucho de Cathy Berberian, cuyas dotes pedagógicas, ejercidas en multitud de instancias y ocasiones, eran más que notables. Corre por el mercado -y lo recomiendo vivamente- un disco que sintetiza el fenómeno Berberian: Magnificathy, subtitulado Las múltiples voces de Cathy Berberian. En él, en abigarrado y explosivo cóctel, se reúne todo lo que era capaz de interpretar, que no es poco: su Stripsody, La lettera amorosa, de Monteverdi; Chansons de Bilitis, de Debussy; A flower, de Cage; O (de La Pasión según Sade), de Bussotti; el maravilloso texto de Brecht Surabaya Johnny, musicado por Kurt Weil; Ticket to ride, de los Beatles, y Summertime (de Porgy and Bess), de Gershwin... Escucharlo es todo un ejercicio. Y, hoy, un homenaje. Requiescat(hy).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.