Michael Foot, dispuesto a enfrentarse a Margaret Thatcher
Michael Foot debería ser el hombre que impidiera a Margaret Thatcher volver a ganar este año las elecciones. Nadie cree, sin embargo, que sea capaz de ello. Sus enemigos, los conservadores, por que creen que su imagen de intelectual radical echará para atrás incluso a sus votantes más tradicionales. Sus amigos, los compañeros del Partido Laborista, buscan urgentemente una solución de repuesto porque creen que, dirigidos por Foot, pueden cosechar el peor desastre electoral de su historia. El permanece impertérrito y asegura que nadie le quitará el liderazgo, a menos que sea en un congreso extraordinario.
La campaña para desposeer a Foot de la dirección del Partido Laborista se inició hace varios meses, pero ha alcanzado esta semana su punto culminante cuando el candidato socialista en las elecciones parciales de Bermondsey -un distrito que ha sido laborista durante sesenta años- perdió estruendosamente los comicios frente al candidato de la alianza liberal-socialdemócrta. Foot, que no ha podido inicialmente a Peter Tatchell, asegura que las elecciones se han perdido por culpa de la personalidad del candidato, un joven del ala izquierda militante en movimientos homosexuales. La hora de la verdad llegará el mes próximo en las elecciones de Darlington, donde los laboristas presentan un candidato más tradicional. Las encuestas aseguran por ahora que volverán a perder.Foot cumplirá setenta años el próximo mes de julio. Sus vecinos del barrio de Hampstead, uno de los más elegantes de Londres, le pueden ver todas las mañanas, a las siete, vestido con un chándal y bufanda, paseando a su perro. Su figura es inconfundible: cabello blanco algo largo, gafas de miope y una cojera consecuencia de un accidente de automóvil. Viene de una familia de larga tradición política -su padre, Isaac Foot, fue diputado liberal- y se le nota en el perfecto acento de Oxford, en sus modales casi aristocráticos y en la virulencia de su lengua. Foot fue en sus años maduros un parlamentario temido no sólo por los tories, sino también por sus compañeros socialistas. Sus amigos dicen que mantiene intacta su admiración por la clase obrera británica.
Más que un extremista, Foot -al que la Prensa popular califica ha sido siempre un de fanático- socialista radical. En sus años de estudiante en el Wadham College, de Oxford, firmó el famoso manifiesto Esta casa no luchará ni por el rey ni por el país. Al contrario que otros muchos de los firmantes, que lucharon y murieron en la segunda guerra mundial, Foot no pudo ir al frente porque padece de asma.
Desde que entró en el Parlamento en 1947, Michael Foot se ha mostrado contrario a los armamentos nucleares y ha encabezado manifestaciones tan importantes como la marcha de Aldermaston. Aún hoy, cuando los años han dulcificado su lenguaje y moderado algunos de sus planteamientos políticos, la cuestión nuclear sigue siendo para él de gran importancia. Se declara contrario a la instalación de euromisiles en el Reino Unido y ha permitido que el congreso de su partido se pronunciara a favor del desarme unilateral lo que causa escalofríos en los sectores más moderados de los laboristas, que esgrimen sondeos según los cuales la mayoría de los británicos no quiere más armamento nuclear pero tampoco está dispuesta a destruir el que ya, posee.
Tanto sus amigos como sus enemigos le reconocen una gran honestidad personal y una formación intelectual excepcional; pero, desgraciadamente para él, también coinciden en su falta de imagen como posible primer ministro. Los laboristas le auparon al liderazgo en un momento de graves tensiones internas, pensando que podría rehacer la unidad del partido y dejar después su plaza a otro candidato más conveniente para enfrentarse a Margaret Thatcher. Foot no ha conseguido aplacar las discusiones internas y no tendría tiempo, aunque quisiera, para ceder su puesto a otro líder si, como parece, la primera ministra adelanta las elecciones. El viejo león puede encontrarse obligado a competir con la dama de hierro y corre el riesgo no sólo de perder las elecciones, sino de dejar a su partido, por primera vez en la historia, en una posición de tercero, detrás de la alianza de socialdemócratas y liberales, a menos que la ésta fuera capaz de realizar el prodigio y alzarse con la victoria.
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