La movilidad salvadora del arte
Pensándolo bien, la cultura es un blanco, pero móvil. A veces vienen ganas de pedir, contradiciendo a Truffaut: "Ne tirez pas sur le pianiste". Pero ¿quiénes apuntan en realidad contra la cultura? A las dictaduras militares, de más está decirlo, no les agrada esa palabra inquietante. Las oligarquías criollas, en cambio, fueron oportunamente atraídas por la cultura, o por las porciones menos urticantes de la misma, pero eso fue en tiempos de Arcadia que ya no se estilan. Más tarde, cuando la inquietud social empezó a arañar sus cofres, no tuvieron inconveniente en cambiar a Kierkegaard por Clausewitz, y en reclamar a voz en cuello el orden, pero en inglés. Me refiero, como es obvio, a América Latina.Es como si la cultura estuviera entre dos fuegos. Por un lado, los grandes promotores y beneficiarios de la explotación necesitan de la ignorancia popular; por otro, cuando, pese a todo, va naciendo una cultura nacional, aquellos mismos intereses fraguan su aplastamiento.
Por fortuna, los pueblos latinoamericanos van aprendiendo que la cultura es una aliada de su libertad, y que siempre llega un tramo de su proceso histórico en que la cultura adquiere, por derecho propio, el sitio que le corresponde en cualquier sociedad. Pase o no por la rebeldía, pase o no por la revolución, un pueblo sólo llega a su plenitud cuando, entre otras necesidades primarias, conquista el libre ejercicio de sus posibilidades culturales.
Ahora bien, en países donde no existe una situación totalitaria y coercitiva, y, en consecuencia, el genocidio cultural (al menos en sus formas más groseras) está descartado, entonces las corrientes represivas se adaptan a esa realidad peculiar y se avienen a agredir a la cultura con medios y recursos más sutiles. "¿Qué cosa más fatigosa que concebir el caos de una multitud de espíritus?", se preguntaba el pulcro Valéry en 1896, y hoy quizá se asombraría ante la respuesta que los actuales tecnólogos de los mass media creen haber encontrado a aquella interrogante fin¡secular. Por lo menos han concebido canales, niveles, conductos destinados a compaginar ese caos de las multitudes, a amputarles su diversidad, a distraerlas de sus espontáneos intereses.
Del caos a la atrofia, podría ser el lema. Y la maniobra se lleva a cabo, fundamentalmente, en las capas juveniles de la población, aprovechando propensiones legítimas para, de algún modo, deformarlas. Digamos la transformación paulatina y sutil del disfrute musical en simple ruido anestesiante, o del saludable erotismo en pronografía de la más baja estofa.
Como sucedáneos del genocidio y la penetración culturales, los tecnócratas de la alienación impulsan la indiferencia por la cultura, el paulatino deterioro del gusto, la frivolidad como misión cumplida, la ñoñería como obra maestra. O sea, cualquier medio que distancie al individuo, y también a las masas, del quehacer y el goce de la cultura, a sabiendas de que en esa separación va implícito un extrañamiento, y, en definitiva, un rechazo, con respecto a otras tomas de conciencia. Tras el colonialismo político, viene ahora la colonización interior, o sea, una solución provisional que ha hallado el sistema para conceder a los jóvenes un alarde externo, de aparente y ruidosa independencia, en tanto que convierte al intelecto, a la vida interior, en fin, en un sutil enclave colonial.
Poder represivo
Sí, la cultura es un blanco, pero móvil, y esa, movilidad es también una de sus más verosímiles posibilidades de salvación. La cultura tiene la movilidad de los pueblos que la generan, y en ese sentido es imprevisible e incalculable. Siempre es capaz de sacar de la manga, o del bolígrafo, o del pincel, o de la guitarra un recurso inédito, una nueva agilidad, una manera original de burlar al enemigo.
Cuando un poder represivo, como, por ejemplo, el que hoy somete a mi país, decide destruir la cultura, ésta busca y encuentra formas idóneas para su renacimiento. Una, dentro de fronteras, forjando y perfeccionando el arte de la entrelínea, logrando que artista y público afinen su sensibilidad, pero (y fijense qué buen pero) impulsando al artista a echar por la borda todo esquematismo panfletario, o sea, a cambiar la cuadrada consigna por la sugerencia y la metáfora, a inventar cada día nuevos canales para restablecer el diálogo y hasta la complicidad con el destinatario natural. Y otra: el arte del exilio, que, tras un lógico período de desajuste, hoy renace y fructifica, influye y es influido, y amplía considerablemente las fronteras de un pequeño país que nunca se dará por vencido.
Esa es la movilidad salvadora del arte. Porque es móvil, cambiante, dinámica, sus jurados enemigos, si bien a veces la hieren en sus suburbios, en sus bordes, en sus arrabales, casi nunca la alcanzan en sus centros vitales, en su esencia, en su vida perdurable y transmitible, Sin embargo, el riesgo es más amplio. Aun cuando, en América Latina, la cultura y el arte suelen ser blancos móviles y, en consecuencia, difíciles de derribar, en cambio el artista como hombre, como simple integrante de su comunidad, puede ser un blanco fijo. Y ésta es la otra forma, la horrible manera, que las dictaduras encuentran de agredir al arte: sencillamente, acabar con el artista. Así acabaron con Otto René Castillo, con Ibero Gutiérrez, con Leonel Rugama, con Paco Urondo, con Javier Heraud, con Rodolfo Walsh, con Víctor Jara. Así desaparecieron a Roberto Obregón, a Julio Castro, a Haroldo Conti.
La muerte de un artista, la muerte de un poeta es, ante todo, la muerte de un hombre. Por eso, por ser, ante todo, la muerte de un hombre, el asesinato de un poeta es también un acontecer poético, así sea un trágico acontecer, ya que de un modo extremo revela la increíble capacidad que tiene el ser humano, no sólo de arriesgar la vida por sus convicciones, sino, también, de arriesgar sus sueños. Es por eso que, como en cualquier carrera de relevos, debemos recoger el testigo de las manos de nuestros. compañeros caídos, y con la misma fe que ellos despertaron y nutrieron, y con el paso, lento o rápido, joven o viejo, de que cada uno disponga, continuar el curso hacia la meta liberadora.
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