El PCE , antes y después
Nuestra consternación -que comparten otros demócratas no comunistas- tiene su fundamento en el descalabro que ha experimentado el voto comunista. Sólo cuatro diputados representan hoy en el Congreso a una de las fuerzas políticas que más ha luchado en este país para que la democracia y el cambio fueran algún día realidad.Algo tiene que haber sucedido para que se nos juzgue con tanta severidad. El Comité Central del PCE -y el del PSUC- primero, y, ahora, la conferencia del PCE, han iniciado una reflexión colectiva acerca de las causas de esta derrota, insuficiente todavía, abierta a desarrollos ulteriores, pero significativa. Hemos reconocido públicamente que los resultados revelan errores políticos y desaciertos organizativos. Y hemos afirmado que era necesaria una revisión crítica y autocrítica de nuestra política y de nuestra forma de hacer política. Hemos concluido también que son necesarios cambios en los métodos de trabajo y de organización y en los equipos de dirección.
En mi opinión, la explicación de la derrota electoral del 28-O obliga a mirar hacia la sociedad y hacia el partido. Y hacia la relación entre el partido y la sociedad. De lo contrario, se abren dos intentos de análisis del retroceso electoral políticamente estériles: el que pretende atribuir nuestro descalabro a problemas de imagen o el que se apoya en la estricta descripción de fenómenos de sociología electoral, esto es, en la dinámica del voto útil.
No se pierden un millón de votos comunistas sin errores políticos de primera magnitud. Y en ellos debemos profundizar si queremos reflotar la opción comunista y ocupar un espacio político y social que la nueva situación del país contribuirá a delimitar.
Hemos apuntado ya autocríticamente una primera idea: la tendencia a hacer política por arriba. Una política acertada en su propósito -la contribución a consolidar la democracia que todo el mundo nos reconoce-, pero nefasta en sus formas, cada vez más distanciada de la realidad social, de las exigencias y de la conciencia de quienes constituyen la razón de ser de un partido como el nuestro.
Otros partidos pueden permitirse este lujo. En la derecha, por supuesto, porque, al fin y al cabo, se corresponde con su proyecto de sociedad. Pero también en la izquierda, si el poder está al alcance de la mano y sus expectativas permiten acallar inquietudes. Pero el nuestro no. Porque nuestro proyecto es esencialmente participativo y porque sólo una tarea paciente, desde abajo, pegados al tejido social, nos podía permitir colmar poco a poco la distancia que se puso de manifiesto el 15-J de 1977 entre nuestra incidencia como fuerza antifranquista y la fragilidad de la tradición y de las ideas comunistas en amplias zonas del país.
Agilizar la comunicación
Un cambio radical en los métodos de dirección -iniciado en el Comité Central de los días 6 y 7 de noviembre-, destinado a priorizar la eleboración colectiva y democrática de la política y a agilizar la comunicación con el conjunto del partido, y una reformulación de nuestras orientaciones y de nuestro trabajo, orientada a volver a la sociedad, son, pues, del todo necesarios.
Esta reflexión no agota el capítulo de los errores políticos. En mi opinión, los comunistas no valoramos en toda su dimensión el proceso de recomposición de la derecha, que se inició con el derribo de Suárez y el acceso de Calvo Sotelo al Gobierno. Hablamos de derechización de UCD cuando entrábamos en una etapa cualitativamente nueva de la transición. El retraso en reaccionar nos colocó en una tierra de nadie y nos marginó del movimiento popular por el cambio, moderado, pero firme, que se inició con la moción de censura a Suárez, y cuya expresión electoral ha sido el 28 de octubre.
Es cierto que el PCE no podía ser el factor hegemónico de un cambio de estas características, situado inequívocamente en el campo de la reforma y no en el de la ruptura. También es verdad que la crisis económica provoca entre la clase obrera y las capas populares tendencias moderadas, corporativas incluso. Y nadie duda que el contexto político, marcado por amenazas reiteradas de golpe de Estado, actuó también en beneficio de un posibilismo electoral que nos era perjudicial. Pero aun así, qué duda cabe acerca de la posibilidad de haber ocupado un lugar específico en el cambio, como factor de dinamización política y cultural, de movilización de las capas sociales más afectadas por la crisis y de los sectores más conscientes de nuestra sociedad. En mi opinión, los resultados electorales se han resentido también de la crisis que han conocido el PCE y el PSUC en los dos últimos años. Ambas crisis nos han restado credibilidad democrática y credibilidad como partido de clase.
Hacia otro futuro
Sigo convencido que, tanto en la crisis del PSUC (5º congreso) como en la del PCE (crisis de los renovadores), asistimos a una confrontación política de fondo que no podíamos eludir. En el caso del PSUC, ésta se ha puesto de manifiesto de forma inequívoca con la formación del PCC, un partido de matriz estratégica distinta a la que tenemos los comunistas, al menos desde 1956. En el caso de los renovadores, la confrontación fue y es más confusa. Pero el posicionamiento ulterior de algunos (aunque no todos) de sus portavoces revela también un propósito de contestación de nuestra estrategia -en particular de la centralidad del papel que le corresponde a la clase obrera- por la vía de la negación de la necesidad del partido comunista o por la de una reflexión movimentista, tan interesante como insuficiente, si no se articula con una perspectiva marxista de transformación del Estado.
Pero dicho esto, creo que no supimos evitar lo que podría calificarse como efecto de amalgama en la resolución orgánica de ambos conflictos. No acertamos en considerar que, en ambos casos, la confrontación a la que he aludido se entrecruzaba con críticas fundamentadas a aspectos de nuestra política y de nuestra práctica organizativa.
En el caso catalán no todo podía reducirse a una confrontación entre eurocomunismo y dogmatismo, aunque ésta fuera decisiva. Se expresaba también una voluntad de afirmación de señas de identidad, cuya difuminación ahora todos lamentamos. Y en el conflicto con los renovadores, no todo era contestación de plano del papel del partido comunista. Se expresaba también una exigencia de democratización y de adecuación del partido a la sociedad en la que ahora estamos comprometidos.
Hay que ser consecuentes con este error y actuar, como ha decicido la conferencia, para que muchos comunistas que tienen un lugar en el PCE y en el PSUC -porque ni tenían ni tienen un proyecto sustancialmente distinto del que colectivamente nos hemos dado- vuelvan al partido.
En esta reflexión crítica y autocrítica de nuestros errores políticos y organizativos radica el sentido profundo de la nueva etapa que se abrió para todo el PCE tras la reunión del Comité Central de los días 6 y 7 de noviembre, la elección de Gerardo Iglesias como secretario general y, ahora, la celebración de la conferencia nacional.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.