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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El problema político del Ejército

Según extendida opinión de los autores sobre temas militares, los ejércitos constituyen un fenómeno político de primera magnitud, pese a que, como es bien sabido, los cuadros de oficiales se nutren de profesionales, que ni ambicionan la participación en la política ni se han preparado para ello.En efecto, el aspirante a cadete inicia sus estudios para el ingreso en la Academia motivado por valores de muy concreta significación, siendo consciente de que cuando acceda al estamento castrense no podrá sindicarse, y le estará vedada toda manifestación partidista, limitándose sus derechos políticos al ejercicio del voto.

Ahora bien, no es menos cierto que puede considerarse materia política cuanto se proyecta, refleja y trasciende. Las actividades del Estado, y, según este punto de vista, los ejércitos, ocupan un destacado lugar en la nómina de los instrumentos políticos. Ya el inevitable Clausevitz había sugerido que la guerra, o, lo que es lo mismo, el aparato bélico de los Estados, su organización y disposición para la defensa, son manifestaciones esencialmente políticas. De modo que no caben actos políticos espontáneos, preparados y dirigidos por los cuadros militares, sino que los ejércitos, instrumento o aparato del poder soberano del Estado, deben ser usados por quien lo ejerce, activa o disuasivamente, según convenga a los intereses generales del país.

Hasta aquí la ortodoxia. Y, sin embargo, frecuente y habitualmente, los miembros de las FF AA de numerosos países aparecen implicados directamente en movimientos o golpes para alcanzar el poder, sometiendo a su estricto y exigente fuero a las instancias y potestades establecidas.

Pero la acción política de los ejércitos, por su peculiaridad, no debe ser juzgada con los parámetros al uso en el mundo de la política, puesto que constituye una anomalía, pese a su frecuencia; una extemporaneidad, pese a su contemporaneidad permanente, y, en todo caso, un acontecimiento fácilmente explicable, no obstante su aparente complejidad.

Cuando Wittgenstein elaboraba su Tractatus, observó que la complejidad de los sistemas y de las cosas en general radicaba las más de las veces en la "complejidad de nuestra comprensión", o, lo que es lo mismo, y consta en el acerbo de la sabiduría popular, que las cosas pueden ser mucho más sencillas de lo que nos parecen, aun cuando estemos próximos a ellas, y que tendemos a desfigurarlas con interpretaciones inoportunas. Y es el caso que lo castrense, en sus orígenes y en sus últimas apariencias y significaciones, es extraordinariamente sencillo, y, sin embargo, el problema militar suele ser mal entendido, peor interpretado, con inequívoca tendencia a falsearlo con lo anecdótico, que se presta a toda suerte de interpretaciones.

La realidad inobjetable se manifiesta en la causa y primera naturaleza de los ejércitos de todas las naciones, que, como sugería Clausevitz, se instrumentan por los poderes soberanos de los Estados. Por tanto, para centrar el problema militar conviene examinarlo siguiendo dos líneas, que partiendo de bases distintas confluyen y articulan la política.

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El Gobierno, el pueblo, el Ejército

La primera, la que corresponde a la función gobernante. Pues bien, si los actos fundacionales y la instrumentación de los ejércitos corresponden a lo poderes soberanos del Estado, es evidente que la responsabilidad de cuanto les atañe corresponde primeramente a ese mismo poder generacional y mantenedor. Como dijo uno de nuestros clásicos, Villamartín, ha de quedar sentado el principio absoluto de que jamás deben separarse los Gobiernos de los ejércitos.

En época de guerras, y sin esfuerzo alguno, el gobernante, el pueblo y el ejército se funden en un solo cuerpo sin solución de continuidad, pero cuando por fortuna se vive un período de paz exterior prolongado, parece como si el ejército se hiciese inobjetual, y el gobernante, y con él el pueblo, se van separando paulatina e insensiblemente del ejército. Naturalmente, en la medida en que se produce este distanciamiento, los miembros del cuerpo de oficiales se centran en sus reductos y ensimisman en sus peculiaridades, con lo que la distancia se hace más y más perceptible.

La segunda línea de observación proviene del ejercicio de la política. En el cotidiano esfuerzo por alcanzar o mantenerse en el poder, los partidos no observan a veces rigurosamente los límites que aconseja la prudencia para la acción política, y la contienda ideológica adquiere tan singular relevancia que la idea y el credo partidista se superponen incluso a la idea esencial de la patria, mientras la lucha política desborda todas las previsiones eligiendo los lugares menos oportunos para dirimir la contienda. En estas ocasiones, la denuncia conservadora o progresista (véase EL PAÍS de 5 y 13 de octubre de 1982) presiona sobre el cuerpo de oficiales intentando acelerar el proceso político mediante la intervención armada, o se imponen obstáculos represivos a la natural evolución del proceso político, pasando a ser, en uno u otro caso, el ejército, el elemento esencial de la política.

Ni funcional ni institucionalmente, el ejército es parlamento, tribunal o cátedra. No está hecho para gobernar ni dictar las leyes, sino para observarlas y hacer cumplir las recibidas. No es el lugar para juzgar a los ciudadanos, sino exclusivamente las materias de su competencia. Y mucho menos el ámbito apropiado para exponer y discutir teorías sobre las formas de gobierno y los regímenes políticos, por muy cultos y preparados que fueran los oficiales en esas materias. Y no son de menor importancia los perjuicios que pueden causarse a la moral y eficacia de las unidades militares con propaganda o acciones insidiosas en los acuartelamientos, menoscabando el principio esencial de la disciplina.

Pasos sin rupturas

Los sistemas caducan, qué duda cabe, pero si bien en la germinación de casi todos los regímenes instituidos y en la mayor parte de los constituidos se halla un acto impositivo, de fuerza, espontáneo, no reglado previamente, que conculca la vieja ley antes de estar promulgada la nueva, no es menos cierto que los tránsitos políticos más convenientes para la prosperidad y paz de los pueblos son los que van modificando la legalidad vigente sin rupturas o desquiciamientos peligrosos, consolidando las realidades sociales y políticas del presente. Las tablas de la ley que recibe Moisés en el Sinaí no representan la ruptura de los hábitos y costumbres del pueblo judío, sino consolidan su régimen. Por el contrario, cuando se sigue el camino de la violencia -como también fue harto frecuente en la historia de Israel- para resolver la contienda política, se requiere de un largo, laborioso y doloroso proceso, hasta alcanzar la situación de equilibrio que hoy se conoce por Estado de derecho, en la que cada pieza, cada instrumento, debe cumplir su misión específica sin inmiscuirse, o verse implicado, en áreas que no son de su competencia.

No es fácil desarrollar en el espacio de un artículo lo que hemos dado en llamar el problema de la participación política de los ejércitos, pero soslayando cuidadosamente lo anecdótico, disponemos de los argumentos precisos para afirmar algunas conclusiones:

a) Ni vocacional ni profesionalmente, los militares, los ejércitos como conjunto, sienten la llamada de la política ni se mueven naturalmente hacia ella.

b) Por el contrario, los gobernantes, los partidos, los grupos de influencia, o la misma sociedad civil, según los casos, buscan, incitan o propician la solución militar, para acelerar o resolver la contienda política civil por el poder, o cuando consideran que está en riesgo, o se ha perdido, su propia e indispensable disciplina.

c) Una vez en el poder, el ejercicio de la política supone para el militar un complicado laberinto, del que anhela salir, y en el que cada día que pasa, más se pierde.

d) El ejercicio del poder legítimo con autoridad y la debida y celosa atención a los ejércitos, eliminan por completo los riesgos de la intervención militar en la política.

Rafael Hitos Amaro es general interventor de la IV Región Militar. Barcelona.

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