' El río', una película ejemplar
Desde que realizara La regla del juego en 1939, Jean Renoir inició un largo exilio que le retuvo en Estados Unidos durante diez años. Allí realizó algunas de sus más sugestivas películas hasta que, después de El río, pensó en la posibilidad del regreso.No significaba esa lejanía desconocimiento alguno de lo que se fraguaba en Europa. El neorrealismo había convulsionado la estética del cine y Renoir, que ya había mostrado su inquietud por la realidad inmediata -La Marsellesa, por ejemplo, fue producida por suscripción popular al servicio del Frente Popular-, no dejó que los nuevos aires del cine pasaran sin influirle.
No es, sin embargo, El río (1950) una película neorrealista, aunque sí un filme que atiende en primer lugar el decorado real en que habitan los personajes. Podría decirse que El río es un documental ataviado con una historia de amor. Con tres historias de amor. Cuando Renoir decidió rodar en la India ya sabía que la fuerte impresión de aquel país debía plasmarse en imágenes que respondieran a la realidad antes que al tópico. Los productores querían filmar una aventura con cacería de elefantes porque, decían, "la India, sin elefantes y sin cacerías, no es la India". El director se negó tanto a esta posibilidad como a la del inevitable y feroz reportaje sobre la miseria y el hambre.
Su impresión de la India fue la de un burgués culto que trasciende lo evidente para dejarse seducir por toda una forma de vida. Renoir reflexiona sobre la existencia del hombre, sobre la vida y la muerte, el amor y la guerra, encontrando en las costumbres de los indios un enérgico contraste a las actitudes occidentales. Neorrealismo trascendido.
Heridas de guerra
Los protagonistas de El río son ingleses que viven los últimos años de colonialismo. Frente a su decadencia se yergue la vida nueva, el crecimiento de unas adolescentes que sufren su primer amor. El objeto de tales pasiones es un joven oficial que busca en la India una forma de olvidar sus heridas de guerra. Amargado y sin objetivos, no se sensibiliza con la ternura de sus jóvenes admiradoras, sino que busca en sí mismo un camino por el que sobrevivir. Es el portador de realidades. Antes de él, las jóvenes inglesas podían soñar; con su aparición, la vida se transforma y sus existencias son ya como la de ese río que arrastra vida y muerte, que permanece al margen de las pasiones, melancólico y silencioso.Harriet es la narradora. Una muchacha que con el tiempo se transformará en hermosa mujer pero que ahora pertenece a esa legión de adolescentes larguiruchas, promesas de futuro, que no dudan en erigir su sensibilidad en protagonista de cuanto ven. Su tristeza animal es el pórtico de la madurez. Otras realidades le irán haciendo entender que ella, al menos, crece, mientras otros quedan interrumpidos para siempre ante ese río que lo alberga todo con aparente indiferencia.
"El río pasa y el crecimiento duele", dice Harriet. Renoir la contempla en ese momento "en el que se odia a los cuerpos" con la ternura de un adulto que también sabe entender a los inocentes. No desarrolla una historia tradicional, sino que parcela la vida de sus personajes en unos instantes concretos de su vida. Ni los más trascendentes ni los menores. Un trozo de vida en el que se cambia, en el que se muere para volver a nacer. Las tres muchachas enamoradas presencian el devenir de ese cambio siendo protagonistas y testigos a la vez. Las tres creerán que su frustrada pasión es definitiva. Renoir sabe que la melancolía de la adolescencia no es más que el inicio de otra más amplia que abarcará ya la vida entera. A pesar de todo, nos dice, hay que vivir.
El río se basa en una novela de Rummer Godden, que colaboró también en el guión. Renoir hizo notables cambios en su adaptación cinematográfica, aunque tuvo en cuenta los conocimientos personales que la escritora tenía del ambiente reflejado en su libro. El genial cineasta impulsó el aspecto documental y definió a la familia inglesa en cuyo hogar se desarrolla la leve trama con una perspectiva más crítica que la que Rummer Godden podía ver. "Me interesaba", dice el director, "la dignidad bastante estúpida de esa familia inglesa que vive en la India como una ciruela en un melocotonero".
La película se rodó casi por casualidad, dado que ningún productor se interesaba por ella. Fue un mediador ocasional quien convenció a algunos financieros indios para que invirtiesen en el cine y pudieran así evadir capitales de su país. El Gobierno indio, por su parte, desconocedor de esta operación, se interesó también en el rodaje, dado que la película no era una versión europea sobre la vida en la India. "Los indios", continúa Renoir, "no creían que los extranjeros pudieran tratar con propiedad sus problemas". Representantes del Gobierno aconsejaron la filmación de El río: Nehru la vería con buenos ojos.
A pesar de esas facilidades tuvo Renoir que luchar contra quienes aún se empeñaban en ilustrar la película con cacerías y elefantes. Venció en sus pretensiones y realizó El río tal como lo había concebido, aunque aprovechando cuantos elementos surgían durante el rodaje. Las fiestas populares, por ejemplo, surgieron espontáneamente cuando los miembros indios del equipo técnico conjuraban a los malos espíritus que causaban accidentes menores.
Tierna y suave, la película debe poco a sus intérpretes, aunque todos ellos responden con precisión a las exigencias de los personajes. La mayoría de los que componen el reparto fueron seleccionados por Renoir entre actores no profesionales. Para el papel masculino pensó en contratar a Marlon Brando, pero superó pronto esa tentación y eligió en su lugar a Tom Breen, modesto actor que había perdido, efectivamente, una pierna en la reciente guerra. Brando hubiera condicionado demasiado esa narrativa dulce y sencilla con la que Renoir nos dio una lección de cine.
El río se emite hoy, a las 22.00 horas, por la primera cadena.
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