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Hoy, elecciones legislativas

Suárez, convencido de que su hora volverá a sonar, hizo una campaña de hombre de Estado

Escéptico acerca de sus posibilidades electorales actuales, Adolfo Suárez parece convencido de que volverá a ser necesario a medio plazo. La campaña del líder del Centro Democrático y Social, mal planificada, deliberadamente monótona y escasa de medios, fue más la de un hombre de Estado que la del jefe de un partido político.

Martes, 26 octubre. Son las 11,30 de la noche en el Mercado Grande, Ávila. Grupos de jóvenes de distintas formaciones políticas dan vueltas una y otra vez a la plaza, pegando sus carteles encima de los del contrario. Ya se han roto dos brochas en las cabezas de otros tantos jóvenes. En el grupo de pegacarteles del Centro Democrático y Social están el propio Adolfo Suárez Jr. o Gonzalo Rodríguez Sahagún, hijo del cabeza de candidatura suarista en la provincia. En la sede local del partido, a menos de medio kilómetro de allí, el ex presidente del Gobierno toma un último vino, rodeado por los eternos fieles abulenses: su cuñado Lito, el candidato al Senado Alberto Dorrego, el amigo de toda la vida Fernando Alcón o el propio Agustín Rodríguez Sahagún, seguro de que va a ganar en su tierra e indignado por la circulación de una carta apócrifa -presuntamente difundida por la UCD local-, falsamente firmada por Suárez, en la que se afirma que éste se retira de las elecciones.Falta media hora para que concluya la campaña electoral y comience la jornada de reflexión. Suárez ha querido pasar estos últimos minutos con sus fieles de Ávila, como colofón de una jornada que le llevó desde Barcelona a Valencia, de allí a Alicante, después a Madrid y, finalmente, a su tierra natal, incluída parada en Cebreros. Concluía así una campaña electoral desordenada y loca, con más de cincuenta mil kilómetros en avión, diez mil en automóvil y casi cinco kilos menos a sus espaldas.

Suárez esta irritado, pero lo disimula repartiendo abrazos a sus paisanos y parientes. El mitin de Madrid ha estado mal organizado, y el cierre de la campaña del CDS en la capital ha sido mucho menos brillante que el de los otros grandes, excluída UCD. Algunos dirigentes del partido culpan a Joaquín Abril de la mala organización, de la campaña, le atribuyen un "estilo opusdeísta" de hacer las cosas y una deficiente planificación. Lo cierto es que la campaña ha adolecido de graves defectos, a unir a las dificultades de financiación, a la mala suerte, a ciertos boicots planificados en la prensa y a la precipitación inevitable. Suárez se iba enterando a última hora de los planes para el día siguiente; se han hecho cosas como recorrer 300 kilómetros para celebrar una conferencia de Prensa en Algeciras, o perder un día entero para asistir a un almuerzo con cuarenta simpatizantes.

Muchos candidatos en provincias muestran un desconocimiento casi total de lo que es el partido; Suárez ha puesto en pie de guerra a las gestoras de diecisiete provincias no pasando por allí durante la campaña: algunos han llegado a amenazar con la dimisión. Y, para colmo, están los resultados de las encuestas. Desde el comienzo, Suárez sabía que no podía ganar; que, por mucho voluntarismo que derrochasen sus hombres, era imposible, en el espacio de menos de tres meses, organizar un partido. Por ello, el ex presidente del Gobierno decidió apostar por el futuro, realizando una campaña casi institucional, sin ataques personales, predicando un pacto de Estado entre todas las fuerzas políticas y prometiendo una ayuda desinteresada al PSOE para facilitar la gobernabilidad del país: no se trataba de obtener resultados inmediatos en escaños, sino de sembrar para el futuro. A lo largo de más de cuarenta mítines, Suárez no se ha permitido ni una sola concesión a la galería, no ha añadido ni un solo error personal a los muchos

Suárez, convencido de que su hora volverá a sonar, hizo una campaña de hombre de estado

cometidos por los planificadores de su campaña.Piensa que volverá al poder

En privado, el hombre que lideró la transición se muestra convencido de que el país volverá a necesitarle. No será a corto plazo, pero sí a medio. Cree que un gabinete socialista en solitario, aunque esté respaldado por una confortable mayoría absoluta en las Cortes, no podrá afrontar todos los problemas del país; por ello, la gran solución es el pacto de Estado que él predicó, mitin tras mitin, sin haber logrado nunca convencer a la Prensa de que no pretende entrar en un Gobierno de coalición con el PSOE. Su campaña tuvo una enorme dignidad -huyendo del aplauso y de la utilización de recursos como el vídeo del 23-F-, basada en la advertencia de que, por este camino, a España le espera un inmediato desastre económico y en la necesidad de que las Fuerzas Armadas se subordinen al poder civil. Suárez no ahorró ataques a los militares golpistas, a la opción representada por Alianza Popular ni tampoco al comportamiento de la Banca y de la CEOE.

Pese a la aridez de muchos pa sajes de su mitin -todos eran sensiblemente parecidos-, el público que abarrotaba los pequeños locales en los que Suárez era confinado por su propio partido parecía identificarse con las ideas básicas y un tanto generales que el duque proclama. Era un público heterogéneo, clases acomodadas en las primeras filas, más humildes en los asientos traseros, predominio de la mediana edad, sobre todo entre las mujeres. "Vamos a besarle", se decían unas a otras, como si se tratase de una reliquia. Alguna llegó más lejos: "Don Adolfo, yo también quiero un hijo suyo".

Pero ese mismo público, que parecía volcarse a la hora de abrazar, o al menos tocar, al hombre que hizo la transición, mostraba, en cambio, un completo desconocimiento a la hora de valorar el CDS. Nadie conocía el programa del partido y, quienes lo conocían, parecían incapaces de distinguirlo del de UCD.

El paralelismo inevitable con UCD ha constituido uno de los constantes martirios de los suaristas. Frases como "soy un admirador suyo, señor Suárez; naturalmente, volveré a votar a UCD", han proliferado a lo largo de la campaña. La cuarta parte del electorado parece ignorar que Adolfo Suárez ha abandonado el partido en el poder para formar su propio grupo.

Ahora, tras las elecciones, Adolfo Suárez y el reducido núcleo de quince incondicionales que componen la espina dorsal del CDS, tendrán que dedicarse a la verdadera construcción de un partido: dentro de dos semanas, Suárez recomenzará su peregrinaje por todas las provincias, buscando afiliaciones, dinero, locales. Empezando de nuevo.

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