Humano, demasiado humano
La obra de Shakespeare tiene una larga y laberíntica proyección sobre la historia del cine. Entre la primera película shakespeariana, que fue La doma de la bravía, de David Wark Griffith, rodada en 1908, y Campanadas a medianoche, de Orson Welles, producción española de 1965, hay medio centenar de adaptaciones para todos los gustos. Casi todas ellas son aproximaciones, por otros medios, al drama originario, pero sólo unas pocas se elevan a auténticas reinvenciones fílmicas del poema.Entre estas últimas se encuentran Sueño de una noche de verano, rociada por Max Reinhardt en 1935; el perfecto Enrique V que Laurence Olivier hizo en 1944; el sobrio Julio César que Joseph L. Mankiewicz rodó en 1953; también en 1953, Welles realizó un turbulento Otelo y una irregular versión de Macbeth, que, no obstante, es el ensayo general de su bellísima Campanadas a medianoche, síntesis de las Tragedias del rey Enrique IV, con algunas escenas de Las alegres comadres de Windsor.
La vocación shakespeariana de Orson Welles proviene de su época de aprendizaje en los teatrillos universitarios por donde pasaba. Tenía 16 años cuando fingió ser un veterano actor especialista en Shakespeare para así enrolarse -cosa que consiguió- en el Gate Theatre de Dublín. De vuelta a los Estados Unidos engañó, a su vez, a los empresarios de Nueva York con un imaginario currículum shakespeariano británico, que le llevó a montar un Otelo con actores negros, un Julio César que los cronistas de la época - 193 7- consideraron "imponente", y, finalmente, un montaje sintético de varias obras shakespearianas, que debe considerarse como el precedente remoto de Campanadas a medianoche.
Este montaje se tituló Five Kings, y fue producido por el Theatre Guild de Nueva York. Era una especie de resumen de las grandes tragedias políticas de Shakespeare, la enorme saga de los Enriques. En este legendario montaje, realizado en 1938, cuando WeIles tenía veintitrés, años, éste interpretó el personaje del inmenso, genial, inabarcable, amargo gozador sir John Faistaff, y a partir de entonces su obsesiva pasión por Shakespeare quedó fijada definitivamente.
Falstaff, para Welles, no sólo es el lado más humano de la cosmogonía shakespeariana -en las tragedias sobre el mecanismo inhumano del Poder, Falstaff representa al hombre en estado de puro barro humano-, sino también la encarnación de su propia identidad personal profunda.
El proceso de identificación de WeIles con Falstaff discurre en realidad a lo largo y lo ancho de toda su obra cinematográfica, inundándola. Hay un misterio en la obra de este gigante del cine: su necesidad, incluso en plenajuventud, de encarnar a personajes ancianos, vivos bajo su obesa máscara mortuoria. Kane, Arkadin, el Quinlan de Sed de mal, el abogado de El proceso, el viejo de Una historia inmortal, el Falstaff de Campanadas a medianoche son siempre uno y el mismo hombre absoluto que, de vuelta del poder y de la gloria, se enfrenta a la carencia nostálgica de amor, de amistad, de inocencia.
Un crítico norteamericano, Mark Shivas, radiografió con sagacidad el fondo del mundo de Welles, en contraposición con el de Hitchcock. Dijo: "A Welles le preocupan los sentimientos ordinarios de la gente extraordinaria, mientras que Hitchcock se interesa por los sentimientos extraordinarios de la gente ordinaria". Imposible decir más cosas con tan pocas palabras. El hombre, considerado, a la manera wellesiana, como un animal de talla hercúlea, como un héroe desmesurado, como sujeto de las excepciones de la naturaleza, cuando llega al final de su camino y se encuentra a solas frente a sí mismo, retrocede hacia la in fancia y la pequeñez y se pregun ta por su trineo perdido -el "Rosebud" de Ciudadano Kane-, por el calor de una vieja prostituta -Quinlan en Sed de mal-, por la paternidad -Una historia inmortal-, o simplemente por la amistad -Falstaff en Campanadas a medianoche-.
Imagen de la fragilidad Falstaff, en la emocionante creación de Welles, es la imagen de la frágil enormidad de la condicion humana. El rastreo de WeIles de las relaciones entre el príncipe Enrique y el caballero Falstaff es uno de los más sinceros actos de introspección jamás emprendidos por un cineasta. Un hombre que rompe todas las medidas, alto como una torre, ancho como un roble, voraz como un ogro, bebedor como un río, un animal enamorado, que ha ejercido sin medida todas las pasiones humanas, cuando llega al fondo de sí mismo es nada más que una pura herida nostálgica. Las escenas de juerga de Falstaff en el albergue, el entramado de su amistad con Enrique y el abandono de éste, el triángulo de despojos enamorados en carne viva trenzado por Welles con Jeanne Moreau y Margareth Rutheford, hacen de Campanadas a medianoche el monumento a un encuentro entre un hombre de nuestro tiempo y un poema inmortal, más allá del tiempo.
Un obseso de la perfección
El filme, pese a algunas arritmías, es de los más perfectos de un obseso de la perfección, sobre todo en el núcleo falstaffiano de la historia, realizado a la manera heperbólica de Welles, pero volcada esta vez sobre las minucias de los comportamientos, en un ejercicio de captura de lo delicado a través de lo brutal, de lo ordinario a través de lo extraordinario, de lo íntimo a través de lo cósmico.
La fusión entre Falstaff Welles supera lo imaginable, y las secuencias falstaffianas de Campanadas deben situarse entre los instantes mayores de la historia del cine: un milagro de ingenio, de vigor y de amor. El filme fue rodado en España y algunas gentes del cine español tuvieron ocasión de descubrir en su propia salsa el complejo sistema de creación y de rodaje de Welles. Nadie podría descubirir, por ejemplo, que la gran batalla del filme -un fastuoso ejercicio de síntesis entre las diversas técnicas de montaje- está rodada en la Casa de Campo de Madrid, concretamente en el pequeño Cerro de Garabitas. La fisicidad de la puesta en escena de Welles no impide que la toma de realidad esté totalmente fundida en el conjunto de los signos poéticos del. filme, hasta el punto de que nada exterior es reconocible como tal una vez dentro de él. Campanadas a medianoche se emite hoy a las 22.00 horas por la segunda cadena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.