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El paro como obsesión en Andalucía

Un 21 % de parados sobre la población activa, de los que menos de la tercera parte recibe prestaciones de desempleo, supone un problema demasiado grave para Andalucía como para que preocupen otras cuestiones. La crisis ha tenido aquí efectos multiplicativos. El emigrante que se ha quedado sin trabajo en Cataluña o Alemania y que ha agotado ya su período de beneficio del subsidio de desempleo, o que no lo ha tenido nunca, según fueran sus condiciones de trabajo, ha regresado al pueblo. Ahí se ha encontrado con los muchos antiguos trabajadores de la construcción que, al amparo del boom turístico, han vivido años gracias al andamio y que ahora ya no tienen ocupación alguna, toda vez que la Costa del Sol ya tiene todos los hoteles que es capaz de llenar.Y quedan los que no se fueron los que se quedaron a vivir del campo, del jornal escaso que ahora tienen que disputarle, por fuerza, los retornados.

El empleo comunitario (mil pe setas al día, cuatro días por semana, a cambio de hacer cosas absurdas e inútiles, como desbrozar cunetas, quitar papeles de la vía del tren o limpiar de piedras un campo) ha servido quizá hasta el momento para aplazar importantes conflictos sociales, pero está muy lejos de ser una solución válida. "Y además", señala Joaquín Galán, consejero de Trabajo de la Junta de Andalucía, "ha dado lugar a un gran número de corruptelas. En cada sitio ha habido quien ha podido hacerse con el control de los fondos y los ha repartido como ha querido. Lo mismo se puede usted encontrar un tendero que tiene ya su vida asegurada por ese lado que cobra el empleo comunitario, y también su mujer y sus hijos, que un verdadero trabajador del campo sin otro medio de vida al que no se lo dan".

Manaute: modernización necesaria

La crisis avanza y crea tensiones en el campo andaluz de consecuencias hoy todavía difíciles de evaluar. Un síntoma muy claro se produjo recientemente en el pueblo gaditano de Benalup de Sidonia, donde los jornaleros se levantaron por un retraso en la llegada del dinero del empleo comunitario. Hubo manifestación, barricadas y fuerte respuesta de la Guardia Civil, con disparos de pelotas de goma y botes de humo, con un saldo final de algunos heridos. Los sucesos sirven para recordar que este pueblo, Benalup de Sidonia, se llamaba antes de la guerra Casasviejas, y que si bien se le cambió el nombre: para tratar de borrar de la conciencia colectiva uno de los episodios más tétricos de la preguerra civil, las condiciones que dieron paso a aquellos hechos pueden estar en camino de reproducirse.

El problema es particularmente importante es lo que a los grandes olivares se refiere, que abarcan prácticamente toda la provincia de Jaén, más grandes zonas en Córdoba, Granada, Málaga y Sevilla. Miguel Manaute, encargado por la Junta de lidiar con los problemas del agro andaluz, declara que "el olivar da dieciocho jornales por hectárea durante los dos meses que dura la recogida, pero sólo tres durante el resto del año. Una zona inmensa consagrada al olivar es una zona condenada al desempleo durante diez meses al año". La solución podría antojarse fácil, se cambian los olivos por otra cosa, y ya está. Pero no es así de sencillo: "El olivo está arraigado allí desde generaciones, y no habría muchos dispuestos a arrancarlo. Más bien habrá de ir a alternarlos con otros cultivos o con ganadería. Y, eso sí, sustituir los olivos que sean poco rentables. El umbral mínimo de rendimiento está en los 2.000 kilos de aceituna por hectárea, y lo que no llegue ahí ya no interesa".

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Pero la solución del olivar no es fácil, porque cambiar de producto supone buscar nuevas vías de comercialización, y eso hoy es muy complicado. Y tampoco hay solución para las grandes extensiones de las campiñas de secano, donde la mecanización de las recogidas y el latifundio hacen que el producto de la tierra no se traduzca en salarios para los desheredados de las grandes poblaciones que hay en estas zonas, como Osuna, Ecija o Morón. Ni para la agricultura difícil y deprimida de las serranías.

La guerra del algodón

Donde sí puede haber soluciones, aunque difíciles, es en la extensa vega del Guadalquivir, con sus tierras de regadío. Para estas tierras, Manaute sueña con una gran extensión del cultivo algodonero, pero se encuentra para llegar a este fin con problemas inmediatos difíciles de saldar: "Tenemos ahora cerca de 60.000 hectáreas de algodón, que dan treinta jornales por hectárea durante ocho meses al año y setenta durante lo que dura la recogida. Pero para que el algodón nuestro, que es de gran calidad, sea competitivo, hay que mecanizar la recogida, con lo que perdemos los cuarenta jornales por hectárea que produce si se hace a mano. Pero es la única manera. Porque competimos en la venta de países desarrollados, de nivel salarial alto, pero mecanizados, o países tercermundistas, que recogen a mano y pagan salarios de miseria".

"La vega del Guadalquivir", prosigue Manaute, "puede dedicar al menos una superficie del triple de la actual al algodón, o sea unas 150.000 hectáreas, a costa de terrenos dedicados ahora al girasol u otros cultivos, todos los cuales dan menos jornales por hectárea que el propio algodón mecanizado. Y las posibilidades de exportación de nuestro algodón son magníficas por su calidad. Con la mecanización, en dos años habremos conseguido que los algodones sean la gran riqueza de la vega del Guadalquivir y que resuelvan el problema de muchos jornaleros desocupados".

En dos años quizá sí, pero ¿como razonarle eso al jornalero que ha esperado a que llegue el momento de recoger el algodón y se encuentra a una máquina trabajando por él? "Es difícil, pero...". Sí, es difícil que aquí nadie piense en lo que va a ocurrir dentro de dos años. Aquí la obsesión es el jornal de mañana. Y Manaute confiesa: "En las condiciones actuales, que nadie piense que el campo puede salvar a Andalucía. El campo puede ser un pequeño colchón para la crisis si se hacen las cosas bien, y yo creo que hay caminos a desarrollar, pero se le exige mucho. Si la industria no reacciona y el campo, en lugar de enviar gente a las ciudades no hace más que recibir gente que vuelve con las manos vacías, es muy difícil que se resuelvan sus problemas".

A no ser que se produzcan milagros como el de Almería, donde la idea de los cultivos en invernaderos ha hecho saltar a esta provincia desértica al tercer puesto nacional en producción agrícola. Pero las condiciones que se dan en la costa almeriense (pocas variaciones de temperatura, escasa humedad, lo que preserva a los cultivos de enfermedades, y muchas horas de sol por la falta de nubes) existen en muy pocos otros puntos de la costa andaluza. No obstante la experiencia almeriense está tratando de ser repetida en otros puntos: en Málaga, Cádiz o Huelva.

De momento, el rendimiento que los cultivos extratempranos han dado en Almería es extraordinario, y para comprobarlo basta con darse una vuelta por El Egido, el pueblo situado en esta zona antes desértica y hoy privilegiada. Lo que hasta no hace mucho era un pequeño pueblo que sobrevivía en medio del desierto, sin que nadie lograra explicarse cómo es hoy una ciudad en plena expansión, donde se construyen casas, se instalan sucursales de todos los grandes bancos y donde, milagro en la España de hoy, hay empleo. Incluso se absorbe un chorro de emigrantes procedentes de Murcia y Valencia.

Otra gran baza, más fácilmente desarrollable que la anterior, como remedio a los males agrarios andaluces, es el cooperativismo, que tiene su ejemplo más favorable en el pueblo granadino de Dúrcal, cuyo alcalde, José Haro, se siente orgulloso de que sólo haya doscientos parados en esta población, que pasa de los 5.000 habitantes.

La industria

El panorama de la industria andaluza no es mejor que el del campo. La industria andaluza sólo representa el 8,6% nacional, cuando Andalucía supone el 17% de la población española y el 12,9%. de su producto interior bruto.

Algunos rasgos específicos de la industria andaluza son la menor participación de su valor añadido en el conjunto de la producción bruta, el mayor consumo energético medio y el bajo tamaño medio de sus establecimientos. El número de ocupados en la industria en Andalucía ha descendido en los cinco últimos años a más velocidad que en el resto de España, a razón de un 24,2% menos en Andalucía frente a un 15,7% en el total nacional.

Martín Almendro, presidente de los empresarios andaluces y beligerante al máximo en las elecciones al Parlamento andaluz, ve con pesimismo la situación: "En España estamos manejando criterios económicos de una época que no es ésta. Todo eso de polígonos de expansión, Sodian no sirve. Hay que proteger los puestos de trabajo que existen, rebajar la carga de la Seguridad Social y tomar conciencia de que esto no se arregla en cuatro años ni en ocho. Y menos con los socialistas". Y repite sus ataques al socialismo: "Yo no sé de ningún sitio del mundo donde el socialismo haya creado riqueza. La riqueza siempre la ha creado el empresario. Además, ellos dicen que van a fomentar la inversión pública, pero ¿de dónde van a sacar el dinero? No hay más caminos que subir los impuestos, aumentar la deuda exterior o darle a la maquinita e incrementar la inflación". Pero, a pesar de sus palabras, se manifiesta dispuesto a colaborar, aunque matiza que "si ellos no cumplen con lo que hasta ahora se ha acordado, volveremos al ruedo".

La cultura

El cuadro de Andalucía se completa con unas tasas de escolarización bajas, claramente inferiores a la media nacional. En educación preescolar, Andalucía presenta una tasa media del 68,5%, frente a un 77,9% en el total nacional. En BUP, estas tasas son, respectivamente, del 33% y el 40,2%. En formación profesional, 24,7%, frente al 28,2%. Con un 6,5%, en Andalucía registra el índice regional más alto de analfabetismo.

Para Juan José Ruiz-Rico, catedrático de Derecho Político en Málaga y escritor, a estos problemas se unen los derivados de una serie de clichés creados que hacen que al andaluz se le vea desde otras regiones como un individuo de condiciones inferiores para cualquier trabajo intelectual. Así, en una experiencia desarrollada por él, una mayoría de consultados, incluso en Andalucía, tras escuchar a dos lectores, uno de ellos con acento andaluz, consideraban que este último estaba menos capacitado para un determinado cargo.

Con todas estas premisas, no resulta extraño esperar que Andalucía vote otra vez a la izquierda. El PSOE tuvo aquí, en las elecciones autonómicas, un triunfo brillante que espera repetir, y más si la derecha sigue cometiendo errores como el de Guillermo Kirkpatrik, número uno de AP por Granada, que se presentó a la conferencia de Prensa en que anunciaba su intención de encabezar la lista con un sombrero cordobés para hacer profesión de andalucismo. O como el de UCD, que insiste en medidas de fuerte tufo electoralista.

Por su parte, el CDS se enfrenta, como en todas partes, a la difícil tarea de organizarse y, al tiempo, atender a la campaña electoral; el PSA se recupera de sus heridas y trabaja con humildad, y el PCA trabaja bajo la opresión del voto útil, cuya fuerza ya pudo comprobar en las elecciones autonómicas. Por lo que respecta al PSOE, su tiempo al frente de la Junta no parece haberle mejorado ni empobrecido su imagen en la calle.

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