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Los suplentes blancos demostraron por qué lo son

El Mundial acabó con muchas cosas. Para empezar, con la paciencia del público; después, con los torneos veraniegos, el siguiente empacho futbolístico. Aunque haya habido excepciones, ha sido sintomático el fracaso en otros. El caso del triste Trofeo Bernabéu puede servir de gran ejemplo. Si la entrada fue mala en la primera jornada, la eliminación madridista provocó otra peor aún ayer. En realidad, fue normal, porque ver a un Real Madrid de suplentes, un Castilla reforzado, sin figuras mínimas que garanticen el espectáculo, frente a un flojo Burdeos, incapaz de marcar un gol, no merecía más. Después, aunque jugaban la final dos equipos importantes, como el Hamburgo y el Standard, con triunfo del primero por 3-1, ya se sabe que eso no atrae a los hinchas.Para colmo, a partir de las once de la noche, en una de esas sorpresas, que suele dar RTVE a destiempo, se retransmitió el Betis-Universidad de México y un resumen del exotismo chino en Pamplona. No merecía la pena en ningún caso, pero se podía ver cómodamente en casa y gratis. Es evidente que los precios actuales del fútbol, para la pobreza de juego ofrecido como contrapartida, son auténticos delitos. Salvo en ocasiones esporádicamente atractivas, tanto inconveniente está echando a los espectadores de los campos y las deudas de ahora prometen ser propinas del futuro.

En el entrenamiento de ayer, los suplentes madridistas demostraron por qué lo son. El sopor llegó en algunos momentos a límites insospechados. Si el cuadro galo mejoró algo respecto al día anterior, con gotitas de calidad, como su tamaño, del pequeño Giresse -otro empachado de Mundial- fue por la escasez que,. también tenía enfrente. Di Stéfano, lógico para sus intereses, sacó nueve hombres nuevos de entrada, con Bonet y Salguero Ninguno hizo olvidar a los del martes. Acosta, el oriundo, no parece tener sitio en el Madrid Los demás, son de sobra conocidos. Para parches, solamente.

El Hamburgo, más seguro

En la final, con unos principios más sueltos del Standard, que marcó su gol, el Hamburgo fue a más y ganó un partido entretenido, pero en el que ambos no se emplearon a fondo. Empató Kaltz de penalti discutible, pero después explotó mejor su entidad. Ya en la segunda parte, Hansen y Milewski rompieron el fuera de juego rival. La tristeza general seguía. El Trofeo, ni siquiera había servido para. alegrar a la desunida afición. Ramón Mendoza buscaba firmas con un autobús mundialista; Diéguez tenía pancartas en el primer anfiteatro y repartía folletos, como el otro doctor, Campos, éste con menos efectivos; De Carlos permanecía sentado a la derecha del nuevo palco, que estará en juego y quizá no llegue a ocupar más. El Trofeo había sido distinto dentro y fuera del campo. Con vacío presidencial y en las gradas. Sintomático.

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