Vittorio Gassman: "El teatro es la sublimación de la mentira"
Pocos actores dramáticos han llegado a ser toda una institución dentro del mundo del teatro como Vittorio Gassman. Las posibilidades de difusión que presenta el cine han provocado que sea más popular por sus 80 películas que por sus 120 piezas teatrales. Para él, el teatro es "la sublimación de la mentira", un engaño al que dedica su vida y que practicó en el festival de Aviñón.
Gassman dio voz en Aviñón, con singular maestría, mientras bebía vino de alta calidad y se refugiaba de las tormentas, a textos de personajes tan dispares como Kafka, Dumas y Shakespeare, y demostró sus facultades de actor de mil caras al que la Mostra de Cinema Mediterrani de Valencia dedicará un homenaje en noviembre.El festival de Aviñon le ha tenido como invitado de honor. Gassman ha estado a la altura de las circunstancias. Pasados los nervios justificados de lo que debía haber sido su día de estreno -si una torrencial e inusual tormenta de lluvia y relámpagos no lo hubiera impedido-, abarrotó en sus dos sesiones el patio de honor del palacio de los Papas en los días siguientes.
Desde la plaza central de Aviñón, centenares de espectadores seguían el espectáculo por una pantalla gigante de vídeo, y el estreno era retransmitido en directo por el canal tres de la televisión francesa. El programa de ambas sesiones se preveía, cuando menos, atrevido: Discurso para la academia, de Kafka; No quiero morir, de Boris Vian; Un clásico del clásico Oreste, de Vitorio Alfieril y Kean, de Alejandro Dumas, según Jean Paul Sartre, en una primera sesión; a lo que añadió el monólogo de Hamlet, recitado en inglés, y diversos poemas de autores italianos y franceses.
Apoyo de la estrella
En una segunda sesión ofreció Las fechorías del teatro, de Lucciano Codignola. En ambas ocasiones la compañía estuvo formada, junto con Gassman, por Dorotea Ausenda, Laura Andreini, Maximo Roderi y Nino Prester, todos ellos actores preparados en la escuela La Bottega (La Boutique), que Gassman dirige en Florencia desde el año 1979. "Una escuela de teatro muy libre, donde intentamos enseñar a los estudiantes algunos principios de teatro y mucho de locura", dice el actor.Estos actores, que se presumió que podrían ser arrollados y absorbidos por la fuerza de Gassman en escena, adoptan el único papel que les deja salir airosos: convertirse en un apoyo para el star en los momentos necesarios, llevando a cabo una buena interpretación.
Lo que menos sorprende del espectáculo de Gassman son sus meticulosos estudios de personajes clásicos. Es cuando juega a ser él mismo y se crece hasta el punto de convertirse en el mejor imitador y burlón de Gassman. Es cuando el actor arrolla aquello que encuentra a su paso. "Para mí el teatro es la sublimación de la mentira", dice Gassman.
Bandejas de flanes
Y este engaño consiste, para este actor, en prescindir, a lo largo de muchos momentos del espectáculo, de todo papel preestablecido, para terminar interpretándose a sí mismo. Y se convierte en un niño grande que a sus sesenta años aún da volteretas, cuenta anécdotas, mira al público y localiza entre él a sus amigos, con los cuales conversa; bebe varias botellas de vino Chateauneuf du Pape, engulle de un solo bocado y sin cubierto varios flanes -eso sí, hechos en casa-, y practica, bien con los actores, bien con el público, varios juegos infantiles tradicionales de Italia.En el entreacto tampoco hay descanso para él. Invitando previamente a los espectadores, sale a la calle, donde esperan numerosas cajas llenas de vinos frescos tintos y rosados de Chateau du Pape y bandejas repletas de flanes, que invita a zampar a la manera de Gassman. Y canta, moviéndose de un lado a otro, y se ríe, y pregunta si quieren más vino. Mira a las chicas con minifalda y busca a sus amigos para jugar a la rayuela y muestra las acrobacias que es capaz de hacer a la pata coja; apenas suda, porque no está haciendo ningún esfuerzo, y vuelve a entrar al escenario.
Y cuando todos pensamos que el vino ha podido con él, nos damos cuenta de que no, de que es él quien puede con todos, incluido el Chateauneuf du Pape. Todo es tan apasionante que tiene que sufrir varias interrupciones, entre los bravos y los aplausos, sin olvidarse de preguntar de vez en cuando, como si hiciera un viaje en tren, cuánto falta para terminar. Pero vuelve a calmar al público con problemas de Boris Vian y con un perfecto recitado del monólogo de Hamlet, que se atreve a hacer en puro inglés de Shakespeare. Y habla de la muerte. Y del teatro. Y nos convence de que sobre un escenario también hay que dejar tiempo para lo lúdico, sin que ésto entre dentro del guión.
Finalmente, tiene que salir varias veces a contar lo que quiere, descubriendo que lo que le apetece es que alguien le cuente a él algo. Busca actores entre el público y les pone a trabajar.
Cuando todo hace intuir que se ha retirado, derrumbado, al hotel, con el cuerpo y la mente al límite de sus posibilidades, sorprende comprobar que ha aceptado la invitación a una pequeña y tranquila fiesta ofrecida por la organización del festival. Y allí habla con los amigos, soporta el acoso de las mujeres que esa noche han salido del teatro enamoradas de él y cena tranquilamente sobre el césped de un bello jardín palaciego. Y, por fin, hallamos la explicación íntima y profunda de la fuerza de este hombre sobre un escenario. Ya sobre él ha ofrecido todo un desarrollo lógico acerca del teatro, de lo que es y significa.
Todo es mucho más creíble escuchándole hablar frente a un plato de pasta. "Yo reconozco que lo que podría llamarse mi recital es esnob, pero hay que dejar claro que el esnobismo no es elitista. Cuando subo a un escenario y hago teatro, me siento protegido. Es una visión anestésica. Allí arriba, con el público delante, me siento bien y estoy convencido de que nada malo me puede pasar. Es posible que sea una nostalgia de la posición fetal".
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