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Pancartas, sangría y discursos en la fiesta del PCE

Varias decenas de miles de personas asistieron ayer a la última jornada de la fiesta anual dle Partido Comunista de España en el viejo ring de la Casa de Campo. En un abigarrado ambiente en el que coexistían todas las tendencias, alas y fracciones de la cocina y el folklore, rodeados por lagos de sangría, fotos de Julián Grimau, pancartas anti OTAN y por una nube de polvillo lento, pero incansable, los comunistas volvieron a tener, un año más, la fiesta en paz.

A media tarde había en el pabellón de Cataluña, ocupado por el PSUC, una reunión improvisada de gaiteros y escanciadores de champaña. En aquel momento, la masía limitaba con dos grandes pancartas, un área cultural y una veleta rodeada de bailarines de chapa entregados a una sardana voluble y política. Las pancartas decían "Contra el golpismo y el terrorismo" y "Consolidar la democracia es un objetivo de clase", los chicos bebían vinos claros en vasos electorales y deletreaban entre sorbo y sorbo "Un partido para el cambio; la firmeza de izquierdas", y desde las primeras páginas de Treball, órgano del partido, Antoni Gutiérrez señalaba el cielo con el índice y lucía su eterna barba recortada en Montjuic, tal vez por un barbero curtido en Sierra Maestra.En una esquina, curtido por el sol de Madrid, estaba el ambigú cubano con el cartel turístico "Ayude a Cuba visitando Cuba" .

Sobre una colección de postales llenas de palmeras y de un aire antillano de color azul, los camareros tenían el cuba-libre en oferta, como era de esperar. En una curiosa analogía lo despachaban al mismo precio que las copas presidente. "Son siento veintisinco pesetas, compay"

Luego, calle arriba, junto al pabellón rural de Extremadura, se podía leer "No al exterminio palestino" en mitad del perfume agradable pero un poco ácido de los vinos de cava, mientras enfrente un impetuoso muchacho pregonaba mantecadas de Astorga, "Qué ricas, qué ricas", mirando a las muchachas a través del ojo hueco de un megáfono. Frente a los pabellones de Aragón, Comisiones Obreras anunciaba la rifa de un Ford-Escort de color rojo-rojo a beneficio de las elecciones sindicales. Entonces, todos los feriantes, protegidos por viseras, tenían forma de pájaro, y saboreaban a la vez el polvillo mesetario y las notas líquidas que venían de las flautas de los Calchaquis. "Son los Calchaquis, ¿no?" / "Sí: están tocando en el anfiteatro" / "Qué tocan, ¿quenas o zampoñas" / "Tocan revolución, amigo".

En una librería popular se ofrecían a voluntad libros, medallas y fotos de Julián Grimau; retratos en blanco y negro para comunistas de buena memoria que antaño sólo podían disfrazarse con brillantina y con el libro "El único camino" de Dolores Ibárruri; cuando Dolores vendía mucho menos que monseñor Escrivá, se entiende.

A las ocho las pamelas se cruzan con los pañuelos de pico y las banderas azules frente al pabellón de Asturias. Una señora lee en voz alta "D'entre todes les regiones/ que estrenen autonomía / Asturies diz con orgullu / la más buena ye la mía / con menistru comunista / pa que se chinche la CIA". En el pabellón del PCE en Francia, el librero discute con un cliente el concepto de explotación; le reprocha ciertos análisis demasiado simplistas, compañero, y le hace una exposición del dernier cri en estrategias de lucha. Muy cerca, la delegación Suiza ofrece también las últimas cifras de emigrantes "Residentes: 73.099; Anuales: 26.567; Temporeros: 24: 200. Total: 123.866", y trae saludos y mítines desde St Gallen, Berna, Zúrich y Aarau, el pueblo de los compases.

Al atardecer, hay sobre los pabellones un nuevo polvillo dorado que cubre la feria como una boina de segador. Los de Uruguay convocan a la lucha contra el fascismo; los de Vizcaya convocan a sardinas bajo un cartel bilingüe que dice "Aquí estamos"-"Ongi etorri". Y de pronto el polvillo es ya rojo-rojo, y Santiago va a hablar en el anfleatro. Cuando todos quieren darse cuenta, es la hora de la cena y en el viejo ring de la casa de campo los feriantes se entregan a sangrias incruentas y proclaman, en un gesto de buena voluntad, la dictadura del emparedado.

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