Recomponer el centro
Ahora que se han apagado las candilejas de la larga campaña electoral en Andalucía ha llegado el momento de hacer las cuentas. Para un partido en cuyo seno conviven casi media docena de familias. ideológicas haber obtenido un 13% del voto popular plantea un problema básico de identidad, y la pregunta que cabe formularse es la (le si existe el centro.La respuesta no es evidente. En Europa, los partidos de centro no suelen llamarse así, porque se asientan desde hace tiempo en unas ideologías que, a menudo, son de corte liberal. En Inglaterra, Alemania, Suecia, Holanda, Italia existen partidos liberales que están. o han estado en el poder en coalición con conservadores o socialistas (más a menudo con estos últimos), que son las fuerzas políticas que dominan en Europa.
En España, por circunstancias históricas de todos conocidas, no ha sido posible ese proceso de decantación política que ha facilitado la consolidación de grandes tendencias ideológicas, habiéndonos encontrado, al principio de la transición, con un gran partido de centro cuya vocación y funcionamiento se asemejaba tal vez más a los norteamericanos que a los europeos. Pragmatismo y saber hacer reemplazaron durante algún tiempo las ideologías; pero ahora, tras las elecciones de Andalucía, es cada día más necesaria una mayor definición ideológica de un espacio político que se reduce a ojos vista. Porque, a pesar de todo, el centro sigue siendo necesario.
Es evidente que: el proceso de definición se va a ver empañado por el desbocado personalismo que agita nuestra vida política y al que es muy difícil poner coto. El origen de este personalismo, del afán desmedido de protagonismo que se ha apoderado de muchos de nuestros mejores políticos, hay que buscarlo en un sistema que prima. desmesuradamente al poder ejecutivo sobre el legislativo, a las personas sobre las instituciones. La ausencia de vida parlamentaria durante los últimos cuarenta años ha fomentado la absurda idea de que la política se realiza esencialmente en los ministerios, idea que favorece la perpetuación de prácticas autoritarias de poder.
En cualquier caso, los problemas esenciales a los que ese centro renovado deberá dar cumplida respuesta son, a mi entender, el de las libertades políticas, el del empleo y el de las reformas sociales.
El problema de la libertad
Hablar de la libertad como problema indica, de una u otra forma, que se encuentra amenazada. No tanto por una hipotética amenaza de golpe militar como por el desasosiego en el que parece haber caído nuestra, sociedad tras las ilusiones de 1977-1978. Una sociedad inquieta, huérfana de liderazgo, como es la española de 1982 tolera mucho más fácilmente el abuso de poder o de autoridad que una sociedad que confía serenamente en sus instituciones.
La resistencia ante la arbitrariedad, el recurso a la ley para amparar un legítimo derecho, el ejercicio de la autoridad del Estado para cumplir y hacer cumplir la ley se producen tanto más fácilmente cuanto mayor sea la tranquilidad reinante. En tiempos de intranquilidad como los actuales se tolera el abuso, se asiste a veces a la arbitrariedad sin rebelarse, creen -erróneamente- muchos ciudadanos que basta con refugiarse en la vida privada para escapar a los males de la pública. La calidad de la vida privada forma un todo con la pública, y cuando, como es el caso actualmente, esta última se hace incomprensible para los ciudadanos es que hay algo en el sistema que no funciona como debiera. Defender las libertades es, pues, la primera y principal tarea de cualquier partido hoy en España y, por consiguiente, el principal empeño de un partido de centro.
El empleo
Decir que el crecimiento económico va a encontrarse severamente limitado en los próximos años no es decir otra cosa que lo que repiten una y otra vez los organismos internacionales más solventes, la evidencia que cualquier economista no puede dejar de constatar.
Y aun para mantener ese crecimiento limitado será necesario dedicar cada vez más recursos a la inversión detrayéndolos del consumo. Avalan esta afirmación dos hechos convergentes. Por una parte, la escasez de fuentes energéticas hace que sea necesario dedicar una fracción creciente de recursos al mantenimiento de la oferta de energía. Por otra, el aumento de la tensión mundial hace que debamos dedicar cada vez más recursos a la defensa de nuestra población y nuestro territorio.
Hay muchas maneras de detraer recursos del consumo para dedicarlos a la inversión, teniendo todos ellos en común la dificultad del empeño. Reducir o mantener constante el nivel de consumo implica frustrar las expectativas de mejora de millones de ciudadanos, esos mismos de cuyo voto depende la victoria de cualquier partido.
De manera general, los Gobiernos conservadores están llevando a cabo esta reasignación mediante políticas monetarias cuya inusitada dureza está forzando al paro a centenares de miles de trabajadores. Tal vez sea hora de decir que, para un conservador inglés, la señora Thatcher tal vez sea liberal, pero para un liberal del mismo país la señora Thatcher no es otra cosa que una conservadora extremista.
En los países donde gobiernan los socialistas esta difícil asignación se intenta realizar por la vía de la política de rentas, y cuando ésta no da los resultados apetecidos, por la vía del aumento del déficit público; lo cual, como muy bien sabemos aquí, encuentra rápidamente sus límites.
En las circunstancias actuales, una política de empleo requiere la elección del grupo o la categoría de ciudadanos a quienes se intentará garantizar la conservación y mejora de su nivel de vida y que, por definición, no pueden ser el conjunto de los asalariados. A menudo son prácticamente los no asalariados (mujeres, ancianos, jóvenes sin empleo) quienes experimentan las mayores dificultades.
Estos debieran ser los principales ejes sobre los que podría estructurarse, siquiera fuera mínimamente, un partido de centro moderno. Y para que la respuesta sea políticamente viable necesita encontrar un eco social que la sola coherencia de las ideas no garantiza.
Es aquí donde se plantea el problema del llamado populismo. Si se analizan los votos obtenidos por UCD, si se leen con cuidado las encuestas que definen el perfil típico de su electorado, se verá que hay una proporción mayor que en otros partidos de esas categorías que no se han beneficiado del crecimiento económico: el electorado de UCD cuenta con una gran proporción de mujeres y ancianos. También es un electorado rural. Precisamente una característica común de las elecciones que han tenido lugar en Galicia y Andalucía consiste en el relativo mantenimiento del electorado rural de UCD.
El argumento de que el voto femenino y el de los ancianos es un, voto inercial de apoyo al poder tal vez haya que considerarlo como una demanda de protección ante las agresiones de que son objeto por parte de grupos más organizados.
Mensaje no transmitido
En Europa, los partidos que intentan tomar en cuenta explícitamente estos intereses y problemas suelen ser los partidos liberales, matizados por un componente radical capaz de atemperar los excesos del conservadurismo y de proteger a los menos organizados de los asaltos de los grupos de presión, incluidos aquellos que encuentran o han encontrado amparo en los programas de la socialdemocracia.
Es este el mensaje que conviene construir -o reconstruir- al margen de los personalismos. Es el mensaje político que, por las razones que fuere, UCD no ha logrado transmitir en las últimas elecciones.
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