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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un helado furor

Oliver Hardy, el gordo por excelencia del cine norteamericano, una vez desaparecido Fatty Roscoe Arbuckle, era un actor y cantante sureño, de Georgia, que aprendió el oficio a finales del siglo pasado, en los legendarios teatrillos de variedades de los barcos fluviales del río Mississippi. Entró en el cine en 1912 y por la puerta siniestra: haciendo de malo en dramones y westerns, que hoy resultaría divertido revisar. Sus primeros contactos con el cine cómico fueron detrás de las cámaras, como director de Larry Semon, aquí llamado Jaimito, en los famosos estudios, la fábrica de carcajadas, de Hal Roach. Y allí fue donde coincidió, al final de la década de los años diez, con otro cómico, a quien Roach había encargado tambien dirigir cortos de Semon. Era inglés, sin más carnes que un suspiro, se llamaba Arthur Stanley Jefferson, aunque en las pantallas se le denominaba Stan Laurel y procedía, como Chaplin, del music-hall londinense de Fred Karno.¿A quién se le ocurrió unir a aquellas dos antípodas de la comicidad? Se dice que fue una idea iluminada del propio Hal Roach, pero lo cierto es que la imagen de un gordo y un flaco emparejados y haciendo de las suyas procedía, en diversas variantes, de los estudios de Mack Sennet y tenía, entre otros, el precedente de la pareja Fatty Arbuckle-Buster Keaton, que entre 1917 y 1920 hicieron juntos dieciséis cortometrajes, algunos todavía hoy desternillantes. De esta manera, la audacia de Roach, de ser cierta, no era tanta por el lado de la fórmula, como por otro lado más sutil..., pero intuido y desarrollado por otro hombre a sueldo de Roach, el director y gagman Leo McCarey. Lo que se trataba de unir y oponer en la pareja Laurel-Hardy, más que el resultón y chocante contraste de sus figuras, eran sus estilos de comicidad, diametralmente distintos y de escuelas casi opuestas.

McCarey, Laurel y Hardy realizaron en los cinco años que duró su colaboración un número no determinado de cortometrajes, -que McCarey los cifró exageradamente en 100, cuando Roach produjo tan sólo 70- y entre ellos hay verdaderas joyas, auténticos monumentos del cine de todos los tiempos, en los que el humor extravertido, zumbón y de técnica de improvisación cabaretera propio de Hardy, complementó perfectamente al contenido, cerebral, calculado y casi matemático de Laurel. El precipitado hizo de ellos una pareja devastadora, asoladora, que pasaba por los escenarios como una plaga de furor helado que destruía y contagiaba su capacidad de destrucción, casas, caravanas de coches, e incluso ciudades enteras.

Tras aquellos cortos geniales, Laurel y Hardy se vaciaron en parte y llegaron al sonoro y a los largometrajes con casi todo lo que tenían que decir ya dicho. El segundo de sus largometrajes es Fra Diavolo, rodado en 1933 bajo la dirección de Charles Rogers, pero supervisado personalmente por el propio Hal Roach. Es, ciertamente, una de sus mejores películas largas, pero, como todas las sonoras de esta famosa pareja, de inferior rango y poder que los grandes cortometrajes mudos. La fría y terrible comicidad silenciosa de la pareja tenía su marco idóneo en la intensidad propia de los cortos, en los que los acontecimientos se disparaban y acumulaban en torrente, con técnicas escénicas que se adelantan a su tiempo y preparan el advenimiento de los hermanos Marx, de Jerry Lewis y hasta del humor intelectual del teatro del absurdo y, en concreto, de Eugene Ionesco y sus escenas de acumulación y agolpamiento de objetos, personajes y situaciones.

En cambio, en los largos hablados, una perjudicial distensión y alargamiento de los gags y las escenas, rompe el ritmo adecuado para el funcionamiento pleno de ambas personalidades. Fra Diavolo, por ello, se resiente de un ritmo algo moroso, como ocurre en todas las películas habladas de Laurel y Hardy. Tiene baches, en ocasiones aburre, y hay que esperar a que, de tiempo en tiempo, brote, sobre todo en Stan Laurel, ese frío, disparatado pero tierno e inimitable humor que hizo de él una de las figuras mayores del cine mudo.

Fra Diavolo se emite esta noche a las 21.30 por la segunda cadena.

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