La razón apasionada y la pasión racional
Se suele dividir a los hombres en racionalistas fríos y apasionados delirantes. Sin embargo, nada más falso que esta oposición dramática, pues crea una ruptura de la unidad real del hombre. La antinomia pasión-razón, que suscita batallas dialécticas entre racionalistas e irracionalistas, también opone la razón y la fe. Antítesis desgarradora que vivió Pascal, hasta desear embrutecer su razón fisico-matemática para creer. Unamuno, que se empeñaba en tener fe sin creer, renuncia a la razón cuando afirma: "Y es que, en rigor, la razón es enemiga de la vida. Todo lo vital es irracional...". Y este fue el origen de su sentimiento trágico. Pero, como me decía el maestro José Bergamín, la fe es involuntaria, y por más que deseemos creer no lo conseguimos. La fe es una visita inesperada del Espíritu, al caerse del caballo, como san Pablo, iluminado por una luz súbita. Igualmente, el existencialismo moderno se desgarra entre la pasión y la razón. Si para Kierkegaard la pasión no es hirsuta, sino reflexiva, la fe es la pasión de la pasión, un movimiento sin reflexión. Para Sartre, el proyecto racional de ser es una pasión inútil, porque el hombre nunca llega a una totalidad suficiente. Antinomias, paradojas, contradicciones, tales son las categorías básicas del existencialismo. También Ernst Bloch opone la razón fría, realista del marxismo, a su pasión utópica. Y hasta Lukács enfrenta la razón progresista a la pasión irracional fascista, sin darse cuenta que el fascismo también puede ser racionalista, como el clasicismo mediterráneo de Maurras, larrés y D'Ors y el romanticismo revolucionario de Víctor Hugo, Heine y Antonio Machado. En el pensamiento español contemporáneo, el profesor José L. Aranguren ha superado esta antítesis artificiosa y sabe, desde su catolicismo y protestantismo, que la razón esclarece la pasión y que el talante existencial determina los distintos sistemas de la razón. Siguiendo en nuestro análisis encontramos todavía más: la razón más pobre e impura, como la retórica que se ejercita para convencer al público, logra sus fines porque argumenta con emociones. Así las razones por la pasión se hacen más razonables, lógicas y comunicativas. Y hasta el disparate, que parecería estar fuera de razón, porque sale disparado como sin pensar, está cargado de razones. El verdadero disparate es atinado siempre, por razonable o por racional, dice Bergamín. Es el grito articulado, sazonado de la pasión. Desde sus orígenes están unidas la razón y la pasión, pues hasta todo lo que el cuerpo siente y padece, es decir, sus pasiones, tienen una razón: la causa exterior que las explica.Ahora bien, la razón no sólo argumenta y convence, sino que raciocina, sigue y prosigue su corriente, el discurso. Entonces es cuando puede enredarse en sus propios artilugios y marañas, convirtiéndose en una razón sin pasión, en puro juego formal. Tal la lógica astuta o la artimaña graciosa que nos enloquece o enajena. Pero aun así, por más sofisticadas que sean estas argucias y vericuetos racionales, siempre hacemos plástica, evidente y patética a la razón. Más tarde, serenada la pasión, llegamos a la vehemente coherencia del discurrir a través de distinciones sutiles, engarces, silogismos que crean la figura apasionada del discurso lógico, principio de la ciencia. La razón necesita siempre la pasión que la incita a la búsqueda y descubrimiento de nuevas verdades. Si podemos ir más allá de los datos empíricos de la experiencia sensible es porque nos mueve la pasión de conocer.
La razón crea sus propios ideales regulativos, como decía Kant, porque sobrepasa al entendimiento. También cuando Hegel afirma que sin pasión nada se puede hacer de grandioso en el mundo quería significar que el trabajo de una racionalización total del mundo sólo se puede realizar en virtud del ímpetu apasionado que lleva en sí la razón. Esto no quiere decir que la razón sea por si misma pasional, sino que la razón es una pasión de saber y comprender la realidad.
En este sentido, la razón es una verdadera pasión pura o contemplación pasiva, pues se limita a interpretar el mundo o a teorizarlo. Para hacerlo suyo, transformar el mundo y recrearlo de acuerdo a sus proyectos racionales, es necesario que la razón sea acción-pasión, "praxis teórica" (Marx).
Las pasiones no son ciegas, oscuras ni irracionales. Cada una de las pasiones es una idea fija, una idealidad permanente y obsesiva que se apodera de un hombre. Así, por ejemplo, los celos, pasión en apariencia inexplicable, el celoso los justifica poseído de sólidas razones. Calderón, en El médico de su honra y el pintor de su deshonra, racionaliza los celos hasta el extremo que ya no es una pasión, sino una fría razón teologal. Por el contrario, el Otelo shakespeariano es la pasión pensada hasta llegar a concebir el mundo poblado de fantasmas que se celan entre sí. También cuando la avaricia es una pasión absoluta, como en Magia roja, de Michel de Ghelderode, el avaro encuentra sus razones que le llevan a vestirse de harapos, no cohabitar con su mujer para no gastarla, y tiene por hija una muñeca de trapo que no cuesta dinero, convirtiéndose en el pobre total, el más mísero de los hombres. Todas las pasiones son racionales, se meditan aun las que parecen más bajas, elementales y primitivas. En consecuencia, toda pasión es racional y toda razón apasionada. La primera necesita una dialéctica, es decir, un proceso de racionalización, y la segunda una exploración inquisitiva, un camino siempre abierto Debemos, pues, razonar sin parsimonia, fogosamente, con pasión activa para cambiar nuestro mundo, mejorarlo y vivir la pasión con "razón de amor" para crear la armonía justa entre todos los hombres.
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