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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los profetas son caros

Los PROFETAS están en sus fechas. La caída de un año les inspira siempre. Basadas en datos científicos, en leyes políticas, en curvas de estadísticas o en cualquier bola de cristal, sus predicciones son rigurosamente catastrofistas. En realidad basta con un cierto instinto para caer en el pesimismo. Estamos risicamente más cerca de una guerra mundial que en cualquier otro momento de las dos últimas décadas; entramos en el rearme vigorosamente y, lo que es probablemente más grave -las armas obedecen todavía al hombre-, en una fogosidad verbal, en un ambiente agresivo y jaquetón en el que los atribulados pacifistas son maltratados de palabra y obra. Hay pueblos -polacos o turcos- que vuelven a ser oprimidos. Hay un abandono de la racionalidad y de la lógica que había sido el mayor orgullo de la civilización desde que Galileo comenzó a duras penas -sobre todo para él- a establecer un nuevo concepto del hombre y de su real estancia en el universo, desde que amanecieron el humanismo y la llustración y desde que las ciencias comenzaron a darnos versiones distintas de las que imperaban hasta entonces. Hoy, la ciencia da miedo y las verdades no prevalecen. Sabemos con más certidumbre cosal que no podemos vivir. El mundo está gobernado por razones de fuerza, por actos y palabras de violencia: aparecen llamamientos a lo oscuro, a lo misterioso, a lo sobrenatural. Se están apagando las luminarias del Siglo de las Luces.Esta reproducción del mílenarismo, canalizado por los fabulosos medios técnicos que nos aproximan al segundo milenario -como si el humanismo se hubiese quedado anclado muchos siglos atrás y regresaran todos los terrores y supersticiones, mientras la ciencia penetra en el futuro-, no se limita a la contemplación global de un mundo cada día más arrasado.

No es imposible luchar contra esta situación. Entre las pocas cosas que vamos sabiendo con alguna seguridad es que el porvenir no está escrito, ni la historia es una fatalidad, ni el destino es irreversible. El futuro es un asunto de todos. Aquí, como en todas partes, lo que vaya a suceder depende de nosotros mismos; de nuestras ac.ciones o de nuestras omisiones, de nuestra decisión o de nuestra abulia. Convendría escuchar menos a los profetas, dejar de escrutar desde el tarot a Nostradamus y, sobre todo, rechazar con energía a quienes nos quieren llevar a un oscurantismo irracional y a los que nos ofrecen falsas soluciones de más allá de este mundo en el que debemos convivir. Profetas de distintos terrorismos, trabajadores de la tumba y de la ultratumba.

Hay unas cuentas claras que hacer de nosotros mismos y de nuestra convivencia; hay una lectura imparcial del pasado que en ningún caso nos aconseja volver a él. Dejemos a los profetas mesarse sus barbas jomeinistas o aludir a misterios y a esperanzas irreales. Que se queden solos; que se queden solos los profetas de la Goma 2 y la Parabellum, y solos los que bombardean las conciencias y ahuecan la voz para asustarnos. Que se quede el miedo con ellos; ahuyentarlo de nuestras sociedades es un trabajo de todos. No paguemos más el tributo que nos piden los profetas. Son demasiado caros.

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