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RELIGION

En un Estado laico hay sitio para la religión, afirma Martín Patino en el Club Siglo XXI

«España atraviesa a mediados del siglo XX el mismo drama espiritual que Francia vivió en la segunda mitad del siglo XVIII: el enfrentamiento entre la Iglesia y la revolución». Con estas palabras del historiador benedictino Raguer comenzaba Martín Patino, pro-vicario general de Madrid, su conferencia en el Club Siglo XXI sobre La Iglesia ante la crisis de la modernidad.

La necesaria confrontación entre la Iglesia y lo que se ha dado en llamar la modernidad debe ser, según Martín Patino, una pelea como la de Jacob con el ángel, «en la que no se trata de vencer o dominar, sino de identificar o saber el nombre propio de cada uno de los contendientes». Y a esa tarea se aplicó el conferenciante tratando de desmenuzar todo lo que se esconde bajo el concepto de modernidad y exponiendo el papel de la Iglesia en la nueva sociedad.

No parece descabellado afirmar que la Iglesia española dio con el tono justo en los momentos de transición. Más aún, se pueden dar por logradas las líneas maestras de aquel planteamiento: separación de la Iglesia y el Estado, respeto a las etnias y a las culturas históricas, y reforma social «dentro de un marco económico más bien cercano al neocapitalismo». Pero esa misma Iglesia no acierta ahora con la democracia, cundiendo la opinión de que «esos mismos obispos intentan frenar los procesos que ellos mismos ayudaron a desatar». Martín Patino recomienda a los obispos, también a políticos y empresarios, que hay que pensar ya no con categorías de transición, sino de transformación.

Los españoles parecemos encerrados en la mortal alternativa que va del laicismo al Estado confesional, olvidando que es posible un Estado laico. Ejemplo del laicismo es la convicción latente entre muchos españoles según la cual lo laico se opone a lo religioso; y ejemplo del confesionalismo político es la dificultad de los prelados a admitir una legislación sobre el divorcio vincular. El Estado laico, por su parte, puede «reconocer la presencia y actividad públicas de la religión y colaborar con ella en el ámbito de la paz social, de la cultura y del bien común ».

Cuando se habla de modernidad se suele sobreentender que todo cambio es un paso hacia el progreso y la emancipación. Se pierde entonces de vista que los mayores cambios sociales son fruto «de las fuerzas productivas, inherentes a la misma organización económica y capitalista de la sociedad». Apenas si hay un campo, social, político, cultural, familiar o psíquico que no haya sido profundamente alterado por la revolución industrial. Sin negar sus grandes aportaciones históricas, bien se puede decir, sin embargo, que ha acabado fragmentado «el mundo vital» del hombre, escindiendo su ser entre las exigencias privadas y las imposiciones públicas, dejándole a la intemperie en un mundo sin hogar, sin que las nuevas posibilidades materiales aumenten el ejercicio de la libertad.

Martín Patino evoca a la Escuela de Francfort, cuya Teoría crítica ha puesto en evidencia la frustración en que ha derivado el nuevo mito del progreso, al que tan decididamente y desde distintos ángulos se había dedicado Hegel, Marx y Freud. Ya sea la crítica de la razón instrumental, en el caso de Horkheimer, o de la unidimensionalidad del progreso ilustrado, en Marcuse, o la crítica tanto del idealismo como del positivismo, en el caso de Habermans, que busca sentar las bases de una moral universal, todas estas actitudes levantan acta del fracaso del ideal ilustrado del progreso.

Tras estas consideraciones filosóficas, el conferenciante volvió sobre la realidad española, denunciando la superficialidad del reflejo democrático. «Un acontecimiento tan trágico como la fabricación, distribución y venta de aceite tóxico», decía, «demuestra hasta qué grado ha hecho mella entre nosotros la despreocupación por los demás». Se impone un rearme moral en el que la inspiración cristiana, lejos de cristalizar en un partido confesional, actúe como «utopía profética, abierta al futuro, por encima de cualquiera de las ideologías actualmente operantes». Para extraer todo lo que socialmente tiene de relevante el cristianismo, Martín Patino aboga por diálogos institución al izados entre políticos y teólogos.

La Iglesia debe renunciar al poder, a todo poder coactivo: el del dinero, de la presión social y de la política. Le tiene que bastar el poder de la palabra que no es exclusivo de los pastores, por más que éstos tengan la última palabra: los fieles y los medios de comunicación también tienen la suya, que deben saber administrar.

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