"Nicolás Sartorius sería un magnífico sustituto de Carrillo", según los renovadores
Quienes han dado el gran susto a Santiago Carrillo, al conseguir -en convergencia de intereses con los duros del partido- la legitimación de las corrientes organizadas, acuden al X Congreso con las armas afiladas: allí replantearán de nuevo el reconocimiento de las corrientes internas, someterán a revisión qué aspectos del eurocomunismo se han desarrollado y cuáles han sido bloqueados, e intentarán obtener un tercio de los delegados -alrededor de cuatrocientos sobre el total- para lograr una presencia estable en los órganos de dirección. En caso contrario, es muy probable que se retiren de las listas de candi datos, como ya hicieron durante la elección del comité provincial de Madrid. Pero, ¿quiénes son y qué proyecto político ofrecen los renovadores? EL PAIS intenta responder a esta pregunta, tras haber mantenido una serie de entrevistas con sus dirigentes más destacados y con militantes de base, que firmaron el Manifiesto renovador, documento con el que se dieron a conocer y que constituyó una auténtica sorpresa, por ser la primera vez que una parte de los comunistas madrileños se atrevían a cuestionar la dirección de Santiago Carrillo con sus nombres y apellidos.En realidad, el desplazamiento del actual secretario general y de sus hombres claves, situados en el aparato del partido (fundamentalmente las secretarías de formación política y organización), es el objetivo a medio plazo de los renovadores. «Para ello habrá que esperar al XI Congreso», reconocen, ya que, hoy por hoy, saben que plantear la sustitución del todavía carismático Santiago Carrillo les iba a reportar más animadversión que apoyos. Sin embargo, no dudan en afirmar que Carrillo simboliza hoy la división de los comunistas españoles, mientras que el dirigente sindicalista Nicolás Sartorius sería para ellos «el secretario general capaz de rellevar adelante la necesaria renovación del PCE y reconstruir de nuevo la unidad interna».
Los renovadores son, en su inmensa mayoría, intelectuales y profesionales, aunque ellos están convencidos de que más pronto o más tarde conseguirán el apoyo de los obreros «más abiertos, aquellos que no se limitan a ser repetidores pasivos de las consignas que emanan de una dirección todopoderosa», y localizan su espacio electoral en el hueco que podría dejar el PSOE cuando deje de ser alternativa y se convierta en poder: «Las circunstancias políticas españolas obligarán a los socialistas a gobernar con una moderación derechizante», razonan, «y ahí surgirá un espacio para la gente de izquierdas que no esté encuadrada en grupúsculos radicalizados».
Federalismo para el PCE
No cuestiona esta corriente del PCE las actuales tesis eurocomunistas: « Las asumimos en su totalidad», declaran. Y tampoco son contrarios a la actual organización interna de su partido, salvo en dos cuestiones fundamentales: democratizar la comisión de candidaturas mediante la adopción del sistema proporcional y de listas alternativas, y reconocer una estructura federalista en el partido, en base a un programa común. Concretamente, conceder plena autonomía a los partidos comunistas de las nacionalidades y regiones para aliarse con aquellas fuerzas políticas que consideren más oportunas, sin tener que esperar el visto bueno de Madrid.
Hasta hace menos de dos años los renovadores confiaban en que el propio Carrillo llevaría adelante la renovación y el desarrollo del eurocomunismo, tal y como se aprobó en el IX Congreso. «Nosotros, en la clandestinidad », señalaron, «esperábamos la vuelta de Carrillo con los brazos abiertos, y ninguno dudamos en salir a jugarnos el tipo cuando le detuvieron con la peluca puesta». Una serie de gestos audaces adoptados con firmeza por Santiago Carrillo le convirtieron en su líder incuestionable. Estos gestos audaces fueron, entre otros, la adopción de la política de reconciliación nacional, en 1956; la condena de la invasión soviética en Checoslovaquia, en 1968; el abandono del leninismo en el IX Congreso; la autonomía con que funcionaban durante la clandestinidad bajo la inteligente dirección de Simón Sánchez Montero y, sobre todo, el Manifiesto de 1975, donde se definía con claridad el acceso al socialismo en libertad y democracia, y donde la «alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura» resultaba capital para esa transformación del capitalismo.
Sin embargo, dicen que no tuvieron que esperar mucho para cuestionarse su plena confianza en Carrillo, ya que se produjeron una serie de hechos a su juicio alarmantes: Santiago Carrillo había colocado en los puestos clave del partido a los viejos estalinistas. Esta fue la primera gran contradicción: «¿Cómo van a ser capaces de llevar adelante el eurocomunismo y defender la democracia», se preguntaron, «hombres que han creído desde siempre en la dictadura del proletariado y en la gran patria soviética, y han hablado peyorativamente de las libertades burguesas?».
Después, en la práctica cotidiana, comprobaron como la actual dirección comunista barría literalmente a los intelectuales, al eliminar las organizaciones profesionales que habían funcionado eficazmente hasta la llegada de Carrillo de su exilio de París. Las agrupaciones de base se convirtieron -según ellos- en lugares donde jamás se ha producido el debate político, y la misión de los militantes no ha sido otra que pegar carteles o vender bonos para la financiación de las fiestas del partido. Junto a ello, los movimientos sociales que cuestionan al capitalismo, como pueden ser el feminismo, los homosexuales, las asociaciones de vecinos o los ecologistas, se «trataban muy bien en los papeles, pero en la práctica no se les ha prestado ninguna atención, ni se les ha permitido elaborar su propia política de actuación».
El «desastre de Mundo Obrero» que, en palabras de José Luis Malo, «nos ha costado más millones que una campaña electoral y ahí siguen, tan campantes, sus responsables, el masivo abandono de la militancia y la contradicción entre predicar la unidad de acción con el PSOE y estar constantemente hostigándoles en el terreno sindical» parece ser que han sido las gotas que han colmado el vaso de los recelos y que les han conducido a plantear abiertamente la crítica, y exigir responsabilidades ante tantos errores.
Los ataques de Carrillo
Actualmente, los renovadores no piensan abandonar el partido ni dar marcha atrás en sus planteamientos. Su fuerza responde a que han aglutinado el descontento existente en el seno del PCE que, a juzgar por los resultados, parece no ser poco.
Sin embargo, los comunistas de la línea dura (leninistas y prosoviéticos) les acusan de reformistas y Socialdemócratas, y con un enemigo de la talla política de Carrillo, que ya les ha declarado abiertamente la guerra, las cosas no les van a resultar nada fáciles a hombres como Luis Larroque, Jaime Sartorius, Alberto Infante, Eduardo Mangada, José Luis Malo, Alfredo Tejero y tantos otros; ni a los diputados como Pilar Brabo, Emerit Bono y el andaluz Pérez Royo, ni tampoco a los secretarios generales de Galicia y Euskadi, Guerreiro y Lertxundi, respectivamente, considerados como renovadores.
Estos aseguran que Carrillo no les perdona el haber desplazado el debate que él tenía preparado para este congreso: eurocomunismo o prosovietismo, y que por ello les ha acusado de haber hecho pinza con los prosoviéticos, lo cual no es cierto más que en el punto referente a las corrientes de opinión.
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