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La defraudada afición de Elche ovacionó al Cádiz

ENVIADO ESPECIALPor primera vez en su historia, el Nuevo Estadio de Elche completó, y aun superó, su aforo oficial de 55.000 aficionados. Casi la mitad de la población se dio cita para saborear el ascenso de un equipo al que le bastaba el empate para volver a Primera. La ovación con la que se despidió al Cádiz al final del encuentro, cuando la decepción por la derrota estaba en sus orígenes, evidenció tres cosas, a saber: Elche tiene una afición de Primera División, un campo de idéntica condiciones -malos accesos al campo al margen- y un equipo de Segunda. El Cádiz fue justo vencedor, y su ascenso, merecido.

Todo estaba preparado para el retorno a Primera. Las calles de Elche llenas de banderas con los colores locales, alegría y optimismo en los aficionados, y confianza en que la inmejorable ocasión no iba a desaprovecharse. Pero el Elche no tiene capacidad de conjunto para jugar ordenadamente un partido y, sobre todo, carece de una defensa sólida. Por ahí empezó a escribirse la historia de una decepción, a la que contribuyó Campos con su precipitada salida, que dio origen al gol de Zúñiga.

El Cádiz, hasta ese momento, no había acumulado méritos para tanto premio. Su entrenador, el yugoslavo Milosevic, consciente de la fortaleza global de sus hombres; atrás y en la media, y de la habilidad de Mané y Megías al contragolpe, dispuso a su equipo en tono prudente, con un 4-4-2 que propició un mayor acoso ilicitano. Nando, Terry y Txomín intentaron dar consistencia individual a la carencia de bloque del Elche, y los disparos de Nando habían llevado el único peligro a Bocoya. El gol de Zúñiga fue algo así como una tromba de agua sobre la célebre cohetería ilicitana. Y el gol anulado al propio Zúñiga poco después el único alarde de «buena vecindad» que tendría la honesta y aceptable labor de Pinter.

La esperanza local llegó en la segunda parte con el magnífico gol de Txomín, aunque ya Campos había enmendado su error en el gol con una gran parada a disparo de Hugo Vaca. Terry pudo luego asegurar la euforia, pero su disparo, en buena posición, se marchó rozando el poste. Y el Cádiz comenzó a querer dejar clara su superioridad desde ese momento, consciente de que la defensa del Elche lo poseía todo menos firmeza. Con Valle como único soporte válido, y a pesar de la voluntad profesional del veterano Capón como libre, Quesada era un coladero continuo, y por la izquierda ni Castroverde ni Asensio demostraban ser laterales netos. Llegaron las ocasiones, el empuje que nacía ya en los defensas Juan José y Hugo Vaca, que proseguía con la fuerza de Zúñiga y Luque, y que tenía el estilete hábil en Mané. El tanto de Megías cayó así por el peso de la lógica, el Cádiz se asentó atrás, y el Elche fue ya incapaz de sobreponerse.

Al final quedó el consuelo para el aficionado imparcial de esa lección de deportividad del público ilicitano. Y la cara y cruz del fútbol volvió a vivirse de nuevo. Alegría desbordante, júbilo, abrazos, cánticos y tanguillos en el vestuario del Cádiz, que alcanza la Primera División por segunda vez en su historia. Seguirá como técnico Milosevic y, por supuesto, como presidente, Irigoyen. El equipo ciertamente tiene futuro, formado por gente joven y surgida de la cantera local, aunque habrá que seguir tapando los amplios agujeros económicos heredados.

La cruz quedó reflejada en las botellas de champaña, que permanecieron cerradas en un rincón del vestuario, y preparadas para festejar el ascenso del equipo ilicitano. El presidente, Martínez Valero, dimitió y llegó a señalar que ya no aparecena por el club ni siquiera el lunes -ayer-. Al modesto técnico Evaristo Carrió le queda el honor de haber mantenido hasta el final la esperanza de ascenso tras sustituir en el banquillo a Héctor Rial. Y en el estadio del Elche volverá a verse la próxima temporada cemento hasta que llegue algún otro partido de excepción. Resulta difícil imaginar cómo puede construirse un campo que necesita casi la mitad de la población de la localidad para llenarse.

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