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Reportaje:Los momentos dramáticos del Madrid en la Copa de Europa / 1

Juanito Alonso: "Sobre el hielo de Belgrado nos dieron 12 tiros en los postes"

Para Juan Alonso, nunca el Madrid glorioso estuvo tan cerca de la eliminación como en Belgrado, cuando jugó contra el Partizán el partido de vuelta en la segunda eliminatoria de la primera Copa. Allí, sobre hielo, con mucho sufrimiento y más suerte todavía, nació, al juicio de Alonso, ese temple que hizo al Madrid diferente.

Juan Alonso regenta ahora una cafetería y un restaurante en Madrid. Cuando tiene tiempo hace una escapadita a su Fuenterrabía natal. Por supuesto, le gusta recordar aquellos tiempos: «En la primera eliminatoria habíamos tenido enfrente al Servette, suizo, y no fue difícil. Pero contra el Partizán fue otra cosa. La verdad es que tuvimos mucha suerte ... ». En el partido de ida, en el Bernabéu, el Madrid alcanzó un 4-0 poco convincente a los Ojos de Juanito Alonso: «Ellos marcaron los dos primeros goles del partido, pero se los anularon. Y uno, injustamente. Luego, apretando y apretando, conseguimos ganar por cuatro a cero. Recuerdo que el extremo derecho, Castaños, desconocido para muchos porque desapareció pronto, hizo un partidazo y marcó dos goles. Al acabar, respiramos, porque la ventaja era muy buena y sabíamos que el Partizán era un equipo difícil, que no habíamos merecido ganar por tanta diferencia y que debíamos pasar».Enorme nevada

El partido de vuelta estuvo rodeado de una serie de factores que pusieron a los jugadores en una situación límite: «De momento estaba el misterio de viajar a un país del Este. Yo creo que éramos el primer equipo que iba. Entonces todavía había un enorme secreto respecto a esos países. No nos dejaron ni llevar cámaras de fotos. Acompañaron a la expedición unos veinte aficionados o periodistas, que eran mirados allí como espías. Recuerdo que en la primera salida que hicimos del hotel, al volver nos encontramos con que nos habían registrado las maletas. Pero la verdad es que nos trataron bastante bien, aunque no nos dejaron visitar las cosas que queríamos. Lo peor fue la nevada». La nevada fue, asegura, la mayor con diferencia que había visto Juanito Alonso en su vida: «Cayó el martes, víspera del partido. Era tremendo. Estábamos seguros de que se suspendería el partido. A última hora de la tarde, paró. Vinieron unos directivos al hotel para hablar con Bernabéu, a preguntarle si prefería que se limpiara toda la nieve o que se dejaran veinte centímetros. Lo primero tenía la desventaja de que el suelo quedaría helado y durísimo. Con veinte centímetros de nieve pensaron que no llegaría a helar, pero fue peor».

Efectivamente, la noche del martes al miércoles la temperatura fue bajísima: «Por la tarde, a la hora del partido, estábamos a nueve o diez grados bajo cero, y aquello era hielo, hielo puro, con un espesor de veinte centímetros. Era como jugar en la pista de hielo de la Ciudad Deportiva. Pintaron las rayas con pintura roja. Los yugoslavos se ve que estaban acestumbrados, y tenían unos tacos que terminaban en punta, con los que se agarraban bastante bien, y podían jugar. Pero nosotros... En cuanto salimos al campo se nos cayó el alma a los pies. Siempre me acordaré de que en la primera jugada avanzaron ellos, fue Marquitos al corte, se resbaló y se fue patinando casi hasta el banderín de córner».

El peor rato de su vida deportiva

Empezó entonces un auténtico calvario para Alonso: «Se puede imaginar. Al momento empezaron a chutar desde todos los lados. Llegaban claramente al balón, porque mis compañeros se escurrían, y yo me caía cada vez que intentaba moverme. En los cinco primeros minutos me habían metido tres balonazos en el palo, y en el séptimo llegó el primer gol. Yo me caía al suelo, me pelaba de frío, tenía las piernas y las manos ateridas, y lo peor de todo era la seguridad de que nos íbamos a ir de allí con una goleada escandalosa. Encima, para una vez que llegamos al área de ellos nos hicieron penalti y Rial lo echó fuera. Se le escurrió el pie de apoyo y lo tiró desviado ».

Al descanso llegaron relativamente indemnes: el Partizán sólo ganaba por tres a cero. Trataron de calentarse y de retemplar los ánimos, pero era imposible: «Yo tenía las piernas heladas. No, no saqué pantalón de chándal porque siempre he pensado que restaba movimiento al portero. Ahora lo usan quizá porque son prendas más ligeras, de otra calidad. Con lo que había entonces, se hubiera empapado en seguida y hubiera cogido mucho peso. Tampoco guantes, porque nunca me gustaron. Perdía tacto con el balón. Tampoco eran como los de ahora, por supuesto. El portero utilizaba entonces unos simples guantes de lana».

El segundo tiempo lo pasó el Madrid en su área: «Allí no había nada que hacer. La delantera nuestra ni apareció en todo el partido. Todo eran culadas y costaladas al borde del área y dentro de ella. Y tiros de los yugoslavos. Las que no me venían a mí iban al palo. La verdad es que no puedo presumir de haber hecho un gran partido; fueron los palos los que me salvaron. Quienes mejor jugaron fueron Becerril y Zárraga, los únicos que conseguían, mal que bien, mantener el equilibrio. Por cierto que Becerril jugó casi todo el partido con el pie roto, sin enterarse, porque con aquel frío no se sentía dolor ni nada. Una vez acabado, cuando tomamos un baño caliente para templarnos, empezó a dar gritos de dolor y tuvo que ser escayolado».

La angustia fue a más según el partido llegaba a su final: «Echábamos el balón lo más lejos que podíamos cuando nos llegaba. A minuto y medio del final, ellos tiraron un golpe franco que yo veía dentro, pero tocó el larguero por arriba, se marchó fuera y ya no apareció más. Así terminó el partido. Menudo alivio. La mayoría no nos lo podíamos creer».

Doce tiros al palo

Quizá exagere, pero asegura que recibió en los postes doce balonazos: «De verdad, aquello fue tremendo. Salimos muy enfadados, porque había sido una encerrona y estábamos convencidos de que nos había salvado un milagro. Yo creo que fue allí donde se cuajó esa leyenda de invencibilidad que nosotros mismos nos llegamos a creer, porque saliendo de aquello podíamos salir de cualquier cosa. Nosotros nos sabíamos un buen equipo; hablo desde el punto de vista técnico. Desde el año 1952, cuando ganamos las dos pequeñas copas del mundo en Caracas, antes de que llegaran Alfredo, Gento y Rial, nos sentíamos un equipo importante. Pero ese temple, esa seguridad de que podíamos dar la vuelta a cualquier resultado en cualquier sitio vino después. Y se consolidó en la final de aquel año en París. Jugábamos contra el Stade Reims, que tenía un prestigio enorme, y jugadores supercélebres, comandados por Kopa. En poco tiempo perdíamos dos a cero; por cierto que uno de los dos no entró: lo cogí yo en la raya. Empatamos antes del descanso. Nada más comenzar la segunda parte marcaron ellos otra vez y dimos la vuelta al resultado. El tres-tres de Marquitos fue un poema. Se fue adelante como un loco y metió el balón no sé cómo».

Alonso, que nació en Fuenterrabía y se inició en el infantil del Kerizpe, jugó en el Logroñés y El Ferrol antes de llegar al Madrid, en la temporada 1948-1949. Estuvo hasta 1962, cuando se retiró con 34 años, quizá prematuramente por culpa de una grave lesión de hombro, provocada en choque con Adelardo: «Pero aclare que él no tuvo ninguna culpa, contra lo que se ha dicho a veces. Se coló en el área con varios regates, yo salía a sus pies, me regateó a mí también y le agarré un pie; mi postura era forzada, y él, que tenía mucha potencia, me arrancó el brazo con su impulso. Desde entonces no volví a jugar hasta el día de mi homenaje, contra el River».

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