El "modelo alemán"
EL "MODELO alemán" para la persecución, extinción y penalización del terrorismo despertó una cierta envidia, en la que se mezclaba el mito nórdico -el de la eficacia, frente al Sur, anárquico y relajado-, por parte de los fieles de la fuerza y de la energía sin límites, y el Sur -España, entre otros- trataba de importar leyes, computadores, especialistas y sistemas penales para resolver sus problemas a la alemana. Al mismo tiempo se producía una repulsa, dentro y fuera de la RFA, contra el propio método, que ponía en peligro la anulación de la democracia, y de ciertos principios que han costado mucho trabajo y hasta mucha sangre -sobre todo en Alemania- hacer valer en la vida pública. Las leyes especiales, restringiendo libertades individuales y colectivas, la intrusión en la intimidad, el registro policiaco indiscriminado de los ciudadanos, la violación de garantías procesales y las de derechos humanos en las cárceles, producían la inquietud en quienes tienen una vieja sensibilidad para un país que alcanzó su máxima eficacia policiaca con Himmler -que también fue admirado como modelo e importado al Sur- y la Gestapo. El suicidio de Ulrike Meinhof -ahorcada en su celda de máxima seguridad en mayo de 1976-, algunas otras muertes extrañas; las irregularidades del proceso de Stuttgart (exclusiones de abogados, ausencia de los acusados, jueces que facilita ban documentos confidenciales a la Prensa conservadora, micrófonos ocultos en las conversaciones de los acusados con sus defensores legales, el endurecimiento del Código Penal y del de procedimiento penal); la facilidad de los cuerpos de seguridad para disparar, la conversión de todo el mundo en sospechoso ensuciaban notablemente el concepto de algo que va más allá de la democracia: de un humanismo, de una filosofía del derecho, de un progreso histórico. Los que pensaban así sostenían que la defensa de la democracia ha de hacerse acentuando las condiciones democráticas y sus principios básicos y esenciales, y no disminuyéndolos, hurtándolos o pervirtiéndolos. Fueron generalmente maltratados, acusados de «tontos útiles», a veces perseguidos por una supuesta complicidad; acusados, en fin, de «apología del terrorismo». Prevaleció la idea de la «eficacia». Y se produjo la importación.En este mismo Sur en el que estamos ahora brota el mismo fenómeno: leyes especiales, restricciones a la libertad de Prensa, complicación de las Fuerzas Armadas, un «mando único» que emite declaraciones contra partidos políticos, incluso un golpe de Estado más o menos fallido y unas apologías incesante y estimuladas de ese golpe o de cualquier otro, ante la pasividad del poder y la indignación impotente de la sociedad. También aquí, en este Sur extremo, se aplica una inversión absurda, y en lugar de afirmar la democracia frente a sus asaltantes, se la limita y contrae, como los propios asaltantes desean.
Los sucesos que están produciéndose en Alemania Occidental, que acosan a un Gobierno minado ya por diferencias internas y que trata de equilibrarse en el terremoto de la política internacional, en la que tiene una responsabilidad- importante, ponen ahora en entredicho este modelo de actuación. En primer lugar, demuestran que el terrorismo no ha llegado a su extinción, pese a todo, y que la eficacia del sistema es dudosa. En segundo lugar, que hay una opinión pública determinada que no acepta la crueldad, aunque esté dirigida contra personas que la han ejercido. Hay que distinguir en los disturbios alemanes (véase EL PAIS de ayer) dos hechos concretos: uno es el de la reaparición del terrorismo, que realiza actos agresivos en esto s momentos, quizá precisamente para demostrar la inutilidad de las medidas del máximo rigor, y su capacidad para seguir dando señales de vida. Otro, la protesta contra lo que siempre se ha llamado el terrorismo de Estado: entre los que la protagonizan, además de los manifestantes., hay médicos que consideran que las condiciones en que están los detenidos equivalen a una tortura, y periódicos que protestan por la violación de derechos humanos, por la detención de personas en condiciones imposibles. La no discriminación en cuanto a las culpabilidades o inocencias de las personas maltratadas es una de las bases de la filosofía humanista que se trata de defender: contra lo que se lucha es contra cualquier tortura aplicada a cualquier persona. Y es evidente que sólo otra forma de crueldad, incluso otra forma de terrorismo intelectual, puede confundir a los que mantienen estos puntos de vista con los terroristas.
La incapacidad del Gobierno de Bonn para reaccionar debidamente ante los sucesos parece fruto de la angaustia gubernamental de nuestros tiempos; del miedo a que el humanismo, la defensa de las conquistas de la civilización, el resprto a los derechos humanos puedan ser confundidos con el abandono o la debilidad. En realidad, hace falta mucho más valor, hoy, para defender el civismo y la instauración de valores y derechos humanos que para adoptar medidas tenidas Por valientes y que son sólo el fruto de una incapacidad política. Y así es como el terrorismo va ganando día a día su partida contra la democracia: impulsando a los que deberían ser sus defensores a abandonarla.
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