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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Entre la racionalidad y el estigma

Una recientísima reunión en el Colegio de Abogados de Madrid, convocada para tratar ciertas propuestas presentadas por un grupo de miembros, retirada al advertir los proponentes que la mayoría no acompañaba el propósito, ha venido a demostrar, por encima de todo -y de los hechos concretos que constituían la moción- cuál es el talante y el sentir de una mayoría dentro de un cuerpo social definido y concreto, y cómo esa mayoría, si sé dispone a actuar democráticamente en defensa de sus derechos, convicciones e ideas, no permite que se impongan las aspiraciones minoritarias en cuanto éstas tengan de utopía o dislate.Una no tan reciente elección universitaria, que también está en el recuerdo de todos, ha permitido que resultara proclamado rector quien contaba solamente a su favor con un escaso porcentaje de votos. Ello fue posible porque la mayoría del electorado, cuyo signo era evidente e inequívoco, en lugar de superar discordias intestinas, personalismos y diferencias minúsculas, y concentrar sus votos y esfuerzos, dispersó aquéllos y éstos al presentarse dividida en varias listas, dando así la victoria al candidato de menor afinidad común. Este episodio viene a confirmar, «a sensu contrario», la filosofía enunciada en el párrafo anterior: de nada vale que exista una mayoría si ésta no se une y sino materializa su existencias y potencia en una acción solidaria.

Estos significativos sucesos se muestran todos los días, por ambas vertientes, en varios campos específicos. Si aplicamos sus parámetros al espectáculo político nos permitirán obtener las dos grandes conclusiones que más pueden gravitar sobre el tiempo español contemporáneo. La primera es constatar la existencia de una mayoría sociológica natural, agrupada en torno a los sentimientos e ideología del progresismo conservador. La segunda, que tal mayoría actúa dispersa y desconcertada; que no concentra sus es fuerzos y ni siquiera su fisonomía, en un solo cuerpo electoral actuante que presente un bloque unido, capaz de preferir al líder más afín y representativo del grupo, antes que a cualquier figura política adversaria, de intereses ideológicos opuestos.

La primera de las conclusiones es, obviamente, optimista. Conforta descubrir que, a pesar de la ceremonia confusionista reinante, en la cual casi nadie aparece donde debiera estar y tantos se presentan como no son, una gran masa social española comprende donde está situada, sabe separar el grano de la paja, acierta dónde se encuentra el rumbo para su destino trascendente y se muestra compacta y homogénea por encima de divergencias menores, ocasionales o criteriales, sumergidas dentro del conjunto. Pero el conjunto está ahí, ve claras las cosas, constituye un bloque serio y coherente, y forma, sin duda alguna, la mayoría natural entre todas aquellas fracciones ideológicas que ostentan entre sí diferencias fundamentales. Esa es la mayoría conservadora.

Conclusión desoladora

La segunda conclusión es, desoladora, pesimista y, en sus conclusiones últimas, aterradora. Resulta que los líderes de esa clara mayoría, los qué debieran estar intelectual, cultural y moralmente siempre por encima de la masa, ver más lejos que ésta, servir de ejemplo, marcar el derrotero..., hacen, si, protestas de unidad- pero no aceptan, de hecho, sacrificar ningunade sus apetencias, ni el reconocimiento de sus personales y específicos méritos, en aras de esa estratégica unidad de acción indispensable; de la unidad que la base necesita, implora, exige, y que las matemáticas anuncian como imperiosamente necesaria para realizar un programa desde el poder.

Claramente se advierte que esa actitud de quienes se hallan instalados en puestos de liderazgo, dentro del movimiento conservador español, es absurda, suicida y no responde al raciocinio más elemental. Repartidos los líderes en distintas capillas, están obligando a quienes les siguen a dispersarse, a romper la mayoría natural y a acentuar las diferencias internas, aun a riesgo de colisión o choques entre sí. En España, aquí y ahora, el gran bloque de los conservadores presenta -como ha presentado siempre- una gama de matices; pero a la larga éstos se resumen en dos: la tendencia conservadora situada intramuros de Unión de Centro Democrático, nervio sustentador de este partido, y la tendencia centro-derecha -rechazada por los sectores izquierdistas de la UCD- sustentada en las mismas bases sociológicas de la anterior, alimentada de un caudal cada vez más numeroso de apoyos y encuadrada en Alianza Popular.

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La suma de ambos grupos, netamente identificados ya, instalados como digo, el uno dentro del partido gobernante y situado el otro fuera de él, pero en sus mismas coordenadas ideológicas, cuenta con el apoyo mayoritario de los españoles. Pero, además, la filosofía de esos dos grupos, aplicada a los hechos cotidianos, o sea a la resolución de los problemas políticos concretos, es lo que puede dar coherencia formal- a un programa legislativo y de gobierno que saque al país del marasmo y resuelva las cuestiones específicas. Los problemas no podrán resolverse mientras se adopte una mixtura de tesis de izquierda y derecha a la vez, con la que conformar a los de este lado y a los de enfrente, o unas veces a éstos y otras a aquéllos, sino cuando se establezca una línea clara, en la que se impongan los criterios y las ideas propias, tal cual unos y otras se sintonizan con esa mayoría natural. Dicho de otro modo: la absurda política de UCD, al mostrarse como lo que su electorado no es, es decir, como un partido en el que predominan las tendencias izquierdizantes, ha alejado y sigue alejando de sí los votos de gran parte de su masa sociológica.

"¿Adónde van los votos?"

¿Adónde van esos votos? No creo que nadie lo dude: el trasvase se produce en dirección a Alianza Popular, que se encuentra sociológica e ideológicamente tan en el centro como la propia UCD, pero cuyo programa está inequívocamente definido y es ajeno a aquellas veleidades izquierdizantes que aquejan y desvirtúan al partido del Gobierno. El trasiego de preferencias electorales va, ciertamente, de un grupo conservador a otro del mismo estilo. Pero también es cierto que, mientras ambos grupos se mantengan separados, ambos están condenados a convertirse en minoritarios. Para que exista una mayoría neta sobre cualquiera de las fracciones, el grupo de signo conservador, el centro-derecha que representa a la gran mayoría de los españoles, habrá de unirse y configurar una sola opción electoral.

¿Qué se opone a que esta realidad se materialice? ¿Quiénes la dificultan? ¿Qué circunstancias la impiden? Nadie puede presentar argumentos sólidos para esa oposición. El argumento más razonable sería que la suma de votos de la unión conservadora que explicamos se vería también reducida, porque alejaría de su conglomerado, por la izquierda, a quienes no están identificados con esa línea conservadora-progresista; esto es: al progresismo de izquierdas. O también, dicho de otra manera: que el caudal de votos que se iría por la izquierda neutralizaría al que constituyera la aportación desde el lado derecho. Me parece, sin embargo, que es vox pópuli la innegable realidad de que las figuras políticas que esgrimen tal criterio dentro de la UCD son escasamente capaces de arrastrar tras ellas apreciable cantidad de electores. En cambio, por el otro sector es notorio que se han multiplicado los efectivos.

Pues bien: si las matemáticas, con su objetividad; si la historia, con sus aleccionadores episodios, no sirven para corregir el defecto de la desunión, convendremos en que quizá sea necesaria la derrota para que la unidad se produzca sobre nuevas bases. La derrota siempre impone depuraciones y clarificaciones. La derrota produce la desbandada -saludable- de quienes están donde están por arribismo y oportunismo. La acción desde el llano impone sacrificios e idealismos. Puede que todo ello sea imperioso que ocurra y que hayamos de aceptarlo como un fatalismo histórico o una irremediable catástrofe.

Pero reconozcamos que si así ha de ocurrir será por un fallo de nuestro temperamento, por un estigma de nuestra clase política dirigente. Que la unidad, en lugar de ser resultado de un análisis racional, intelectual, de quienes tienen la obligación de ver claro el proceso, se imponga como obligada consecuencia, cuando el implacable látigo de un nuevo poder barra sin contemplaciones a esos dirigentes ineptos, incapaces, mediocres y mezquinos, habrá de estimarse como un castigo inmisericorde, como una maldición bíblica para aquellos que no supieron otear el futuro común por encima de sus particulares intereses.

Todavía se está a tiempo de elegir. Y nuestra elección ha de ser, no entre éste y aquél, sino entre la racionalidad y el estigma.

Ramón Hermosilla, abogado, ha sido designado defensor por el general Armada. Este artículo fue escrito antes de los sucesos del 23 de febrero.

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