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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La soberbia del español

El conferenciante, sentado también hoy como en el primer episodio, ordena sus apuntes. Se quita el reloj, da cuerda y lo coloca sobre la mesa mientras echa una ojeada a los asistentes, los mismos de la conferencia del pasado viernes.El exiliado Ceballos (interpretado por Jesús Puente) introduce así su discurso: «Señoras, señores, amigos todos: después de tantos años de autoalabanza complaciente de nuestras virtudes quizá convenga ahora, sin embargo, empeñados como estamos en una operación colectiva de esperanzada transformación de la sociedad española, quizá convenga, digo, utilizando ese bisturí aseptico y cauterizador que es el, humor, que meditemos también sobre nuestros defectos, que nos atrevamos a confesarlos humildemente, en aras de una convivencia más justa, más amable y alegre, menos agresiva y flagelante. En una palabra, señoras, señores, amigos todos: que aprendamos a tolerair sin acritud, cordialmente, nuestros propios pecados, especialmente los; capitales».

Jesús Puente aparece en la pantalla al estilo de los presentadores de telediarios, como busto parlante. En realidad, Juan Miguel Lamet, guionista, autor de los diálogos y de esta versión para Televisión Española, hubiera preferido para esta tarea a Fernando Fernán-Gómez: «Fernán-Gómez tiene una voz y una cabeza que se salen del marco de la pantalla». Pero la primera equivalencia con ún programa de estudio, con la mesa por delante, se rompe acto seguido. Sobre un fondo musical entre épico y castizo, es decir, entre marcha imperial y pasodoble, dice el guión, un jinete, que no es otro que un Don Juan Tenorio de Zorrilla, cabalga cuando la música suena a organillo (compuesta por Antón García Abril, el autor de la banda sonora de Fortunata y Jacinta) y los pecados desfilan como los follajes y adornos de los frisos.

El conferenciante, que de alguna manera personifica también al autor de El español y los siete pecados capitales, Fernando Díaz-Plaja, pasa de busto parlante a cocinero de una abadía en el siglo XVI (secuencia filmada en el monasterio de Santa María de la Huerta), mientras él mismo, en off, afirma que los españoles, en vez de «orgulloso» o «soberbio», preferimos decir «arrogante», «gallardo», «airoso», «apuesto», etcétera. Juan Miguel Lamet introduce aquí, como en todos los capítulos (al margen del libro de Díaz-Plaja), un cuento, en este caso recogido por Joan Timoneda en El patrañuelo, sobre el rey que quiere destituir al abad mitrado con tres preguntas capciosas. El gusto por los cuentos clericales es un hobby de Lamet, quien, además de radios de galena, discos antiguos, viejos tomavistas del mudo y otras arqueologías audiovisuales, colecciona manuscritos antiguos, como una convocatoria a Cortes de Felipe IV, vidas de santos (con muchas ediciones del siglo XVII) y, sobre todo, sermones eclesiásticos contra el teatro y contra la mujer.

La acción vuelve a interrumpirse para pasar a la conferencia en la que el busto no respeta ni al Cid Campeador ni a Guzmán el Bueno. Un grupo de ultras recrimina al conferenciante, pero éste vuelve a la carga: «Hay una organización, sin embargo, que necesita, si quiere sobrevivir, romper esa libertad individualista de todo español. Me refiero al Ejército. Para compensar esa tendencia disgregadora e independiente del español, la disciplina de nuestro Ejército es de las más severas del mundo, incluida la alemana del káiser y Hitler». JuanJo Meriéndez y Jesús Puente interpretan a un par de reclutas de la misma manera que actúan en los ensayos estudiantiles del Tenorio. Todo ello para Ilustrar la soberbia, que, según Andrés Piquer, es « aquel acto de la voluntad con que el hombre quiere ser superior a los demás o ser tenido en más que los otros contra lo que dicta la recta razón». Un último sketch quiere reflejar el arraigo de la soberbia y las razones intelectuales que puedan explicarla. El rey Alfonso XIII recibe en el palacio real a Miguel de Unamuno, quien quiere agradecer la condecoración recibida. Unamuno hizo ver al Rey la justicia que por fin se había hecho con él. Alfonso XIII contesta: «Es curioso. Otros condecorados dicen que no se lo merecen». Unamuno responde: «Y tienen razón, majestad».

A pesar de la antipatía que los dos protagonistas pueden suscitar en el telespectador por aquellos montajes ridículos de 625 líneas, en que jugaban a adivinar títulos de películas, y a pesar de su imagen comercial de vendedores de atún (cuyos spots les han proporcionado conjuntamente más millones de los que percibirían por protagonizar media docena de películas), esta serie, dirigida impecablemente y al estilo clásico por Jose María Forqué (autor de cuarenta títulos, entre ellos Amanecer en puerta oscura, Oso de Plata de Berlín), ofrece un montaje inédito hasta ahora para Televisión Española y unas intenciones sociales que nos pueden venir muy bien a todos.

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