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Duras autocríticas de los sindicatos italianos tras la reapertura de Fiat

Juan Arias

Fiat ha vuelto a abrir las puertas de sus fábricas sin piquetes de huelga. Todo ha vuelto a la normalidad. El más satisfecho es Gianni Agnelli. En los trabajadores ha quedado mucha amargura, casi una sensación de traición por parte de los sindicatos. Y en éstos, un verdadero terremoto a todos los niveles. Se multiplican en estas horas reuniones a todos los niveles para hacer la «autocrítica» y para examinar a fondo todo lo que ha pasado en esos 35, días de verdad más largos que una cuaresma, de la negociación más importante y difícil de la historia de la República italiana.

Pero no sólo los sindicatos recitan abiertamente el «por mi culpa». Lo hace también el partido comunista, que desde el primer momento hizo todo lo posible, desde la oposición dura al Gobierno que estaba ejerciendo, para no desaprovechar el caso Fiat y demostrar a la base «su fuerza». Y fue así cómo Enrico Berlinguer, secretario general del partido, tuvo aquella salida -hoy tan criticada hasta por muchos de sus compañeros - de partido- de haber ofrecido toda la organización y apoyo de su partido a los obreros «en el caso de que hubieran decidido ocupar las fábricas».Por eso ha sido el partido comunista el primero que ha empezado su autocrítica. Ayer, el responsable del partido en asuntos económicos, Gerardo Chiaramonte, sintetizó en tres puntos en el diario del partido, L'Unità, los errores cometidos durante las negociaciones Fiat, «también por el partido comunista». Son las siguientes: se ha tratado de, una batalla «sólo defensiva». El PC no ha sido capaz de convencer a los obreros de que la crisis del automóvil es auténtica y grave, ha habido formas de lucha «equivocadas», y en ellas ha caído también el partido; y, finalmente, ha faltado durante las negociaciones un contacto con los cuadros intermedios: los técnicos, los capataces y los empleados, que fueron los que organizaron la imponente manifestación antisindicato, empujando a la calle a más de 40.000 trabajadores, ante el asombro de los mismos líderes sindicales nacionales, que han confesado públicamente: «No nos esperábamos una cosa semejarte».

El líder comunista ha acusado también a los sindicatos de no haber encontrado todavía formas de verdadera democracia en el interior de la fábrica.

Los sindicalistas, por su parte, que salieron de Turín «humillados», y alguno hasta «apaleado», dicen también abiertamente que durante estas negociaciones Fiat «nos hemos equivocado todos». Pero, al mismo tiempo, los secretarios nacionales de los tres grandes gremios: CISL, CGIL, UIL, reconocen que, a pesar de todo, han logrado obtener de Fiat para los trabajadores cosas que los sindicatos alemanes y americanos no han obtenido nunca.

En las reuniones de los líderes sindicales en Roma y Turín se reconoce que quizá no ha sido valorado suficientemente el hecho de que la crisis del automóvil es una realidad muy grave en todo el mundo, y que la famosa «clase obrera» hoy no existe como en los años sesenta. Turín ha demostrado que en esa genérica «clase obrera» existen toda una serie de escalones que no aceptan ser confundidos en su identidad ni tampoco en el sueldo. Como ha afirmado el socialista Benvenuto, secretario general de U IL, «no se puede ir hacia adelante sosteniendo una especie de caricatura de la igualdad, que lleva a la muerte de la profesionalidad». Y se condena también el que en las asambleas de los trabajadores en fábrica los sindicatos permitan «sectarismos, violencias e intimidaciones», y que no se combata el absentismo grave. Se puede afirmar que la negociación Fiat, que en parte se les escapó de las manos a los grandes sindicatos, ha revelado una situación grave en el seno del mundo del trabajo en la industria, que obligará en el inmediato futuro a los sindicatos a revisar muchas cosas y de fondo. Y al partido comunista, a ser más prudente. De lo ocurrido en Turín, el señor Agnelli se aprovechó para lanzar en una entrevista a través de la televisión, repetida tres veces,en un solo día, un durísimo ataque a Berlinguer.

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