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La praxis de Miera y la pizarra de Kubala

No planeaban esta vez las gaviotas sobre El Molinón y eso suele preocupar seriamente a los aficionados locales, acostumbrados a relacionar el vuelo potente y elegante de las aves marinas con las roncas tardes memorables. Y para más agüero, con el cielo solamente decorado por avionetas mercantiles, la presencia de Quini travestido de milionarió y dispuesto a incurrir en fratricidio flagrante por un plato de butifarra. Temían lo peor los sportinguistas de este Barça concebido a imagen y semejanza del viejo modelo hollywoodiano de star-system, plagado el casting de la superproducción de primeras figuras de cartelera que habían destacado en otras productoras. Arcanos ecos mítológicos de nombre teóricamente rotundo y disuasorio: Kubala, Krankl, Quini, Alexanco, Canito, Migueli: un equipo saturado de terribles oclusivas que, como muy bien saben los fonólogos tienen la obligación histórica de provocar explosión en cualquier momento.Decidió Kubala el partido en la pizarra, empecinándose en organizar un absurdo reparto de arte y ensayo, cuando todo el mundo esperaba un western bronco a base de duelos territoriales, primordiales, naturales. De un tipo que saca a cuatro defensas centrales frente a un Spórting sin delantero centro y que colocó a un Migueli de cintura inflexible sobre un Ferrero que es todo imaginación y cadera, únicamente se puede decir que de antemano renuncia al Oscar de la Academia porque su aspiración límite es una mención oblicua en el festival de cine fantástico de Avoriaz.

Acabó Migueli con los riñones al rojo vivo de tanto bailar el tango barroco que Ferrero le tarareaba con un cuerpo diabólicamente porteño y en medio de un Spórting severamente norteño. Acabó Alexanco con la paciencia de los seguidores catalanes, que no se explicaban cómo es posible pagar cien millones por una barrera que salta cuantas veces quieren hasta los más viejos aguilares del lugar; estrella acaso genial en una economía atlántica de subsistencia, pero descolocado en un modo de superproducción mediterráneo. Acabó Quini jugando en su tierra como en los peores tiempos de la selección. Y acabó Kubala obsesionándose por un Joaquín indiscutible, plural, ubicuo, del que se había olvidado en la primera parte. Olvido ciertamente freudiano, que me contaba Helenio Herrera hace diez días en su guarida del oriente astur, de los peligros que, naturalmente, se derivan de Joaquín, de la biológica inferiorídad de Migueli ante Ferrero y hasta de sus temores por los ramalazos imprevisibles del desahuciado Aguilar. Inquietante relato anticipado de lo que ayer ocurrió en un Molinón sin graznidos de gaviotas.

La temporada en la que catalanes y asturianos decidieron sus divergentes caminos autonómicos, hace un año ahora, el enfrentamiento entre el Spórting y el Barca fue algo más que un partido, fue el esférico ajuste de cuentas del pobre 143 sobre el privilegiado 151. Esta vez, en un campo atiborrado de nervios y sudores, ni banderas asturianistas, ni senyeras catalanistas, ni barretinas, ni monteras piconas. Unicamente colores, mitos, ritos, gritos, pitos deportivos. Ocurre que el fútbol empieza a ser sólo fútbol después de haber sido el favorito vehículo expresivo de dictaduras, transiciones, desencantos y autonomías. Lo que esta vez se dirimió en El Molinón no tuvo que ver con la administración terrítorial; fue, sencillamente, la esperada venganza de la praxis sobre la pizarra. Sólo a Kubala se le puede ocurrir organizar el duelo asimétrico, imaginario, entre el romántico Miguelí y el barroco Ferrero.

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