_
_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las razones de una necesaria reflexión radical sobre la política

Es difícil negar que en España, y también en el resto de las sociedades industriales avanzadas, la época actual contempla una profunda crisis de los partidos y organizaciones de la izquierda clásica. Pero no es sólo una crisis coyuntural, fruto del avance de la derecha y del fracaso de las estrategias de la izquierda; además de ello parece estar también en crisis toda una concepción de la política.La raíces últimas de esta situación crítica puede que sean éstas:

a) La evolución histórica de la clase obrera no responde a las clásicas previsiones marxistas: las revoluciones de nuestro siglo han sido revoluciones campesinas en zonas periféricas, y no revoluciones «proletarias», tal como pensaba Marx; y la integración hoy de la clase obrera en los mecanismos de consumo alienado y forzado ha alejado toda esperanza de que desempeñe el papel de «sujeto revolucionario» que el marxismo le sigue atribuyendo.

b) La concepción del partido obrero como vanguardia y dirigente del proletariado en su lucha revolucionaria ha llevado a un sustitucionismo que ha alejado a las clases populares de la acción política, convirtiendo ésta en ocupación de burócratas y políticos profesionales. Los «partidos obreros», integrados cada vez más en sus círculos dirigentes por miembros de las clases medias, en lugar de luchar contra esta tendencia, se han dejado atrapar por ella: de ahí su burocratismo, su reducción del trabajo político a la lucha parlamentaria, su abandono de las luchas en la sociedad civil y su despreocupación por los problemas cotidianos -que han debido plantear así los sectores y movimientos sociales llamados «marginales»: ecologistas, parados, feministas, antimilitaristas, estudiantes, objetores de conciencia, presos, homosexuales, minusválidos, emigrantes, etcétera.

El llamado «movimiento obrero», en las sociedades capitalistas avanzadas, encuadrado y dirigido por centrales sindicales verticales de obediencia a los grandes partidos políticos, muestra, mientras tanto, su trágica esterilidad en actos testimoniales que tanto nos recuerdan las formas institucionales de la Iglesia: la manifestación procesión de recorrido oficial y el mitin-homilía-misa, en el aniversario oportuno.

c) La fe ilimitada que tanto la «derecha» como la «izquierda» clásica y progresista comparten en el proyecto industrialista, con la consiguiente interiorización de una auténtica creencia religiosa en el «progreso» sin límites del «desarrollo de las fuerzas productivas» como medio de liberación social, no tiene en cuenta las indeseables consecuencias que las relaciones técnicas productivas y los procesos de trabajo y consumo alienado conllevan, en orden a la perpetuación de la explotación, dominación y enajenación humanas, y en lo que se refiere a la destrucción del medio natural -claramente limitado- en que dichos procesos se desarrollan.

El abandono de las reivindicaciones cualitativas y éticas

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La evolución europea de los últimos cincuenta años demuestra el agotamiento de las concepciones y esquemas clásicos de la izquierda establecida. Los partidos socialistas y comunistas, incapacitados por su división para hacer frente al avance del fascismo, no han sido capaces tampoco de conseguir cambios sustanciales favorables a las clases populares tras el restablecimiento de los regímenes democráticos. A lo sumo, beneficiándose de la etapa de prosperidad económica coincidente con la reconstrucción europea tras la segunda guerra mundial, impulsaron el establecimiento del llamado «Estado del bienestar» en los países centrales, con total olvido de que ello podía llevarse a cabo merced a la sobreexplotación sin límites de los trabajadores -y los recursos- de los pueblos y países de la periferia «subdesarrollada» del proceso mundial de la acumulación del capital.

Las «conquistas económicas» de los trabajadores del «centro» empiezan ahora a desaparecer, como consecuencia de la crisis económica de nuestra década, que está evidenciando en este sentido el carácter profundamente antisolidario, y reaccionario en algunos casos, de muchos de estos trabajadores en los países capitalistas centrales.

Dominados por la misma concepción del crecimiento económico como objetivo supremo y final, el apoyo de los partidos socialistas y comunistas a las reivindicaciones cuantitativas ha ido acompañado por el abandono de las reivindicaciones cualitativas y éticas, únicas capaces de establecer una nueva sociedad basada en la igualdad y la auténtica emancipación de los individuos que la forman.

Por si esto fuese poco, en el último medio siglo entró también en crisis el mismo modelo «revolucionario». Frente a las esperanzas despertadas inicialmente por la revolución rusa, su desarrollo histórico ha demostrado la imposibilidad de crear una nueva sociedad sin clases, libre e igualitaria, a partir de la «dictadura del proletariado» y la nacionalización de los medios de producción: los partidos «comunistas» en el poder en los países llamados «socialistas» han favorecido la creación de una nueva estructura de clases y de un régimen de opresión política que nada tiene que ver con el auténtico socialismo.

La solución a esta crisis estructural de la izquierda no se encuentra, en nuestra opinión, en la creación de nuevas organizaciones de extrema izquierda que -dejando inalteradas las bases ideológicas ya criticadas aquí- acabarán cayendo en los mismos errores. Tampoco parece encontrarse en el sangrante ritual del terrorismo.

Pero tampoco se encuentra en el abandono sin más de la acción política, al estilo del viejo anarquismo. Al igual que en el caso del marxismo clásico, el anarquismo tradicional parece haber fracasado en cuanto organización revolucionaria. Su apoliticismo se apoyaba en la creencia de un triunfo cercano en el tiempo, y por ello intentaba evitar la desviación de las energías revolucionarias hacia actividades puramente reformistas; pero esta estrategia no resulta válida cuando la expectativa de un triunfo revolucionario, si es que existe, es muy remota; por lo que limitarse a esperarla significa caer en el inmovilismo.

Por otro lado, las críticas a la burocratización y el antiautoritarismo propios del pensamiento anarquista no han impedido que, dentro de las organizaciones anarquistas, se produjesen los mismos fenómenos criticados por sus teóricos: concentración del poder en pocas manos, imposición de concepciones ideológicas rígidas y cerradas, dificultades para el desarrollo de nuevas actitudes críticas...

Superar la crisis

En nuestra opinión, sólo se podrá superar esta crisis cuando se definan nuevos planteamientos teóricos y se proyecte una nueva forma de hacer política, que trascienda la vieja forma actual de ejercicio de la misma como algo que nos resulta no sólo ajeno a la gran mayoría de nuestros problemas cotidianos, sino carente en múltiples ocasiones de las consideraciones éticas a las que no queremos renunciar en ningún momento, como elemento fundamental de nuestra propia práctica política.

Este es uno de los sentidos claves del radicalismo, tal como nosotros lo entendemos; que no puede ser -tal como creen algunos- un simple conglomerado de grupos marginados (ecologistas, parados, feministas, antimilitaristas y otros movimientos sociales), ni «vanguardia» o «conciencia política» de estas organizaciones sectoriales o de otras -como «directorio» o coordinador de sus luchas, según pueden pensar aún quienes todavía tienen una visión leninista de la organización.

Por el contrario, lo que define al radicalismo es una nueva forma de acción: en lugar de dejar la resolución de los problemas a las cúpulas de las organizaciones políticas o sindicales y limitarse a la utilización de las fórmulas políticas clásicas (elecciones, actuación parlamentaria), los radicales defendemos formas de acción directa, a través de las cuales los sectores populares podemos intervenir -sin intermediarios- en la resolución de nuestros problemas. La finalidad es influir sobre la sociedad civil y no sólo sobre las elites políticas, con todo tipo de actividades de carácter imaginativo, y, al tiempo, con la utilización en el mayor grado posible de formas de participación masiva y democracia directa: las formas no codificadas de manifestación, el boicoteo, el referéndum por iniciativa popular, e incluso la desobediencia civil, responden a esta finalidad, y serán por ello instrumentos empleados por los radicales en su acción pública, destinada a recuperar la política como medio de relación personal y diversa: como medio de recuperar la vida, en una palabra.

En el terreno teórico, el radicalismo no es una ideología cerrada, una cosmovisión o un conjunto de dogmas destinados a dar solución a todos los problemas.

Antes al contrario, los radicales nos consideramos herederos de todas las corrientes de emancipación habidas en la historia: desde el socialismo utópico y el republicanismo avanzado hasta el marxismo crítico y los planteamientos del comunismo libertario. En lugar de defender un modelo de sociedad alternativa perfectamente definido y codificado, el planteamiento radical se define por la búsqueda de alternativas a los problemas reales del conjunto social, y acepta el pluralismo ideológico y toda aportación que favorezca la emancipación.

Ejes de análisis

Ahora bien, el que el grupo radical no se ocupe en absoluto de buscar la uniformización ideológica no significa que carezca de unos ejes de análisis e ideológicos básicos:

a) El objetivo último planteamiento radical -evidentemente utópico- consiste en el establecimiento de una sociedad libertaria: se trata de hacer compatible la máxima libertad e igualdad de posibilidades, en el marco de una sociedad autogestionada y dirigida a la plena realización de los individuos, más que a la persecución del «progreso económico» como un fin en sí mismo.

b) El camino que conduce a este objetivo no puede definirse al estilo del planteamiento «revolucionario» clásico: para nosotros no hay «sujeto revolucionario» privilegiado, ni ningún partido de vanguardia puede considerarse poseedor de las claves de la historia, ni se puede pensar en la revolución como la simple toma del poder por dicho partido...

La lucha radical no es la lucha de una minoría iluminada, sino que busca la máxima confluencia de los sectores sociales dominados, con la finalidad no de adueñarse del poder, sino de transformar la sociedad civil.

En suma, el planteamiento radical puede definirse como un conjunto de negaciones: es anticapitalista, antiautoritario, laico y no violento. Está en contra de los instrumentos de control y coacción, aunque no cree que pueda hacerlos desaparecer de inmediato. Se opone a la patrimonialización de la política por unas elites de políticos profesionales, a la creciente alienación existente entre la sociedad y sus representantes políticos, y al carácter manipulador de los mecanismos políticos de mediación. Y está a favor de toda lucha dirigid a a recortar y, si es posible, eliminar todo poder ajeno a los individuos.

Francisco Alburquerque Llorens y Manuel Pérez Ledesma forman parte del Grupo de Radicales de Madrid.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_