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Los empresarios, con peluca

Antes de las primeras elecciones libres, que fueron la primera comunión democrática para las tres cuartas partes del electorado, Santiago Carrillo, el hasta entonces innombrable secretario general del Partido Comunista de España (PCE), se quitó la peluca y lució su venerable calva de mitin en mitin predicando Gobiernos de concentración.A partir de entonces, casi todos los agentes sociales y políticos de. nuestro encorsetado país se fueron quitando la peluca y recuperando sus nombres auténticos, sus calvicies, sus servidumbres y grandezas, para mostrarse tal como eran o querían ser ante un desorientado público de votantes.

Los empresarios españoles y una buena parte del partido del Gobierno -siguiendo el ejemplo ocultista de su presidente- son los únicos sectores que aún pasean sus vergüenzas y complejos -y también sus éxitos- bajo la cobertura de anacrónicas pelucas. El hermetismo informativo que muestran en general nuestros empresarios no tiene parangón en ninguno de los países modernos a los que tratamos de aproximarnos. Cuando un periodista de la sección económica pregunta la historia o la estrategia de una empresa, o la saludable batalla entre dos competidores, el empresario le mira como si se enfrentara a un inspector de Hacienda o a un enemigo que trata de hundir su empresa y dejar en paro a unas cuantas familias.

Todavía quedan muchos empresarios que tienen miedo de quitarse la peluca y buscan hombres de paja que den la cara para que se la rompan, o agencias de imagen, sacaperras, en cierta medida, que psicoanalizan sus complejos o tratan de ganar la voluntad del periodista con galanterías y algo más. No parece que ninguno de estos sea el camino más adecuado para que nuestros empresarios -buenos o malos, son los únicos que tenemos- recuperen el papel social que les corresponde en una sociedad del grado de desarrollo alcanzado por la española.

Ya sabemos que el partido del Gobierno tardará en quitarse la peluca, y así les va. Pero los empresarios interesan muy especialmente a todos, en estos momentos, para salir de la crisis de incertidumbre que atenaza a nuestra economía. Y para salir de la crisis no hay más remedio que quitarse urgentemente la peluca y mostrarse tal cual, sin complejos, ante la sociedad española.

Muchos empresarios piden confianza y son los más desconfiados; predican el mercado libre y son los más proteccionistas; se quejan de su cuenta de resultados, cuando los que han sobrevivido a esta ya larga crisis saben muy bien que han ajustado sus empresas sobre las espaldas de los parados, han invertido casi exclusivamente para sustituir hombres por máquinas y han reconstituido sus excedentes -ahora se llama -así a los beneficios- sobre la base de una reducción de costes entre los que destacan los salariales, gracias a la sensatez y responsabilidad manifestada por nuestros sindicatos, recién liberados de su peluca.

Ahora les toca ser responsables y patriotas también a los empresarios. Y en esa medida, la sociedad les reconocerá su papel de creadores de riqueza y de puestos de trabajo, su valentía en asumir riesgos y el mérito personal de hacerse a si mismos. Por lo demás, a los periodistas se nos compra fácilmente con información responsable -aunque a veces sea crítica o negativa-, y es nuestro deber transmitirla a lo que los americanos llaman público y los rusos pueblo. Así es que, señor empresario, si quiere que su hijo o nieto sea empresario sin necesidad de avergonzarse y de ocultar que sabe ganar dinero, entonces, ¡fuera pelucas! Nos falta ilusión e inversión, a estas alturas, pero también nos faltan toneladas de naturalidad y de frescura.

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