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Un ruandés de veinticinco años da la vuelta a Africa en bicicleta

Para ser la primera vez que salía de su aldea natal, el ruandés, de veinticinco años, Fausten Rusanganwa ha realizado una auténtica proeza deportiva. En dos años y medio le ha dado la vuelta a Africa en bicicleta, con la excepción del Africa racista, claro está. Ha recorrido un total de 35.000 kilómetros, por desiertos, selvas, montañas heladas; tuvo que usar el tren o el transporte fluvial cuando se le acababan los caminos y se perdió media docena de veces. Cada uno de esos errores le representaba unos 1.000 kilómetros más de recorrido.

Estuvo un mes hospitalizado en Bangui, a causa de la malaria, y su bicicleta, después de 67 pinchazos y otros tantos desperfectos, quedó reducida a la mínima expresión. A pesar de todas las dificultades, Fausten Rusanganwa logró llegar de Bujumbura, en Burundi, a Tánger, en Marruecos. La proeza le ha entusiasmado tanto que ahora se dispone a dar la vuelta a Europa. Aquí, las dificultades son otras: para empezar, el visado para atravesar España le ha sido difícil de obtener, y aun así, en la frontera le exigían mil pesetas por cada uno de los treinta días que le han concedido para que atraviese España en bicicleta.Por Africa se ha movido sin dinero y con un simple título de viaje expedido por la ONU, porque Fausten es un «tutsi» ruandés, que se refugió en Burundi con parte de su tribu, huyendo de las vendettas de una tribu rival.

El viaje de este Marco Polo moderno ha sido para él una verdadera revelación y casi una lección de historia. En Nairobi (Kenia) vio por primera vez un tren. En Mombassa pudo meter los pies en el agua salada del mar por primera vez en su vida, también. Toda su impedimenta se reduce a una cajita con parches y dos destornilladores, un anorak para el frío y dos calabazas para agua, que en Marruecos trocó por dos bidoncitos de plástico.

Los africanos han compartido con él sus frugales comidas y le han cobijado, aunque Fausten confiesa que prefiere dormir bajo las estrellas. Trabajó tres meses como porteador en Nairobi, para pagarse un viaje en tren imprescindible, y un mes de pintor de brocha gorda en Port Sudan. Llegó a Uganda cuando todavía «reinaba» Idi Amín; a Somalia, en plena guerra del Otgaden. Entró en la República Centroafricana con el imperio de Bokassa, y salió con la república de Dacko. Desistió de atravesar el sur de Tanzania, porque las fieras le atacaban por la carretera. En Zaire, no le dejaban avanzar los monos, que se agarraban a su bicicleta.

Recuerda Fausten con Agrado a las autoridades del Sudán, que le pagaron el viaje en barco de Jartuin, Nilo arriba, hasta Alejandría. Los argelinos le devolvieron después de que habla llegado a Tamarirasset, en pleno corazón del Sahara, porque no llevaba visado. Los libios no le dejaron entrar y le obligaron a dar un rodeo de 3.500 kilómetros.

Si las fieras le hicieron abandonar Tanzania, los hombres de Lagos le causaron tanto miedo que no se atrevió a entrar en la capital de Nigeria, y se atravesó el país casi sin parar. De allí siguió, sin saberlo, las famosas rutas de los caravaneros del imperio de Malí, llegó a Znider, Agades, en pleno desierto, y se volvió a perder.

Su última escala en Africa negra fue Dakar, en Senegal. De allí quiso seguir hacia Mauritania y luego atravesar el desierto del Sahara en dirección a Marruecos, pero los senegaleses le disuadieron, convenciéndole de la imposibilidad de atravesar el antiguo Sahara español en bicicleta. Ante esa, contrariedad, tomó un barco para Canarias en la capital senegalesa, y de Canarias otra embarcación hacia el puerto del sur de Marruecos de Safi. Sus últimas tres etapas africanas fueron Casablanca, Rabat y Tánger, desde donde debía seguir por España, si solucionaba el problema del dinero.

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