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El Museo de la Villa de Madrid

Al poco tiempo de mi regreso a Madrid, después de varios años de ausencia, pasé por el viejo hospicio de la calle de Fuencarral, admirando, una vez más, su churrigueresca fachada, que tanto de niño me impresionó. No sabía entonces que estaba ante un modelo único en su género del más elaborado estilo barroco español. Ahora, la armonía del conjunto, dentro de lo contorsionado del detalle, me pareció más bello que nunca y pensé que ningún edificio podía efectivamente servir mejor como museo municipal de la villa de Madrid. Me llenó de satisfacción saber que el Ayuntamiento iniciaba una nueva etapa, organizando una exposición que había de divulgar entre el público, tanto nacional como extranjero, la historia de la capital de España.Esperé con ansia la apertura oficial de las salas para recorrerlas con el interés del apasionado por la historia del arte y con el amor del madrileño de corazón. El primer acierto me pareció que no se iniciase esta «biografía de Madrid» con Felipe II, cuando estableció aquí la capitalidad de las Españas, en el año 1561. Aun antes incluso de la época del viejo «Magerit», o fortaleza árabe, rodeada de bosques ricos en caza mayor, las exhumaciones arqueológicas en las orillas del Manzanares han puesto de relieve valiosísimos yacimientos prehistóricos del Paleolítico europeo, que en el museo se muestran en una primera sala dedicada a la prehistoria madrileña.

Hay que tratar de poner de relieve con mayor énfasis vestigios de la época romana y de la misma árabe, destacando además el reciente descubrimiento del ábside gótico de la capilla del Obispo, así como otorgarle la importancia extraordinaria que se merece como pieza renacentista única en Madrid al interior de la capilla aneja a la iglesia de San Andrés, ya que el todo constituye uno de los conjuntos histórico-arquitectónicos más importantes del tiempo de los Austrias.

No pretendo en absoluto que esto pueda sonar a crítica en el trabajo realizado, que reconozco es de lo más meritorio, y comprendo que todo no se puede ni se debe hacer de una vez.

Es más, al hablar con la directora del museo, Mercedes Agulló, la encontré, como persona inteligente y admirablemente preparada para el cargo, abierta a todo género de sugerencias encaminadas a mejorar lo mejorable y a completar con aportaciones particulares las lagunas que en un principio tienen necesariamente que existir. Me confirmó la preocupación especial del alcalde profesor Tierno Galván por los problemas culturales.

De las obras expuestas, que son muchas, lo que al que suscribe llamó más la atención, entre estatuas, cuadros, grabados y porcelanas.... fue la maqueta de la villa de Madrid, que León Gil de Palacio modeló tan hábilmente en madera hace 150 años. Por otra parte, tal vez la pieza más valiosa la constituya el retrato de Juan de Villanueva, portentoso y magistralmente trazado por el pincel de Goya, que no pudo o no quiso disimular su malquerencia hacia el insigne arquitecto. Siempre consideré a éste uno de los mejores cuadros del genial aragonés, cuando podía contemplarlo en el museo de procedencia, es decir, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Pero, volviendo a las posibles aportaciones particulares, el que suscribe desearía hacer una muy modesta, pero que puede llenar un pequeño vacío, referido al paso por Madrid de Francisco I, después del desastre de Pavía. Se trata de un grabado del siglo XVII que, por suerte, se pudo adquirir en uno de los famosos «bouquinistes» de la ribera del Sena, en París.

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Sirve para recordar un hecho histórico que poca gente conoce y es que Francisco I, durante su real cautiverio en Madrid, dedicó largas horas a dibujar planos, inspirado en el viejo alcázar. Cuando volvió a París, tal vez por una extraña nostalgia o por añadir una residencia más a las numerosas que poseía, hizo construir dentro del recinto de lo que hoy es el «Bois de Boulogne» un palacio que el vulgo dio en llamar el «Chateau de Madrid» y que fue demolido durante la Revolución francesa.

El destino definitivo de este grabado, hallado de una manera fortuita y feliz, debe ser el museo que nos ocupa.

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