_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Encuentro de Moratín con la democracia

El 19 de enero de 1793, Leandro Fernández de Moratín -que está en Londres desde el mes de agosto anterior- mostró interés por asistir a un acto político que se anunciaba importante y que iba a tener lugar en la tavern londinense La Corona y el Ancla. Era un amplio local entre el Strand y el Támesis, en la cuesta que baja desde la iglesia de Saint Clemens al río, donde hoy está el inmenso edificio de una multinacional telefónica.Moratín nos describiría el amplio local donde se celebra lo que él llama junta, comida pública o función, perdiendo, por cierto, la ocasión de castellanizar entonces la palabra meeting. El y un pequeño grupo de españoles tenían ya por entonces reuniones cada jueves en un incipiente Club Hispanus, pero este meeting del 19 de enero es un acontecimiento en todo Londres, pues está ardiendo la Revolución en París y ello -según expresión moratiniana- «ocupaba los ánimos» en Inglaterra.

Los elementos políticos más avanzados habían proyectado pocas semanas antes la creación de una Sociedad de Amigos de la Libertad de Imprenta y, en aquel 19 de febrero, querían constituirla formalmente. En el ánimo de todos estaba que con ello se quería defender el derecho a la difusión del libro de Thomas Payne Los derechos del hombre, que estaba prohibido. Payne era un inglés excéntrico que se había ido a Filadelfia alistado por Benjamín Franklyn y había actuado desde años atrás como pensador y escritor en defensa de los colonos independentistas, produciendo el consiguiente escándalo entre sus compatriotas ingleses. Su obra estaba prohibida y Payne escapado a París. (El personaje sigue sin ser santo con mucha devoción en Inglaterra; hasta 1964 no se erigió una estatua en su pueblo natal de Thatford, y eso quizás porque veinte años antes los norteamericanos de una base cercana inauguraron en él una placa en su honor. El viajero español que visite hoy Thatford puede completar la jornada alargándose hasta East Dereham, pueblo natal de George Borrow, el de las biblias.) Moratín no habría ido solo a la «junta» porque se habría enterado de muy poco, pero le acompañaban sus amigos Lugo -un canario con muchos años en Estados Unidos y ahora empleado en la embajada de España en Londres- y el médico barcelonés Gimbernat, joven muy corrido, que fue su mejor amigo en ella; sería Gimbernat quien llevara a Moratín a los teatros de esta ciudad por primera vez.

Una curiosidad especial tendría Leandro en asistir al meeting de los radicales, pues, aunque el orador principal en él era el conocido abogado y diputado Thomas Erskine, le seguía en protagonismo el también muy conocido Robert Sheridan, también diputado whig, y conocido como autor de éxito en el teatro inglés. Moratin había visto el 18 de diciembre una representación de La escuela del escándalo, la obra maestra de Sheridan, su coetáneo y casi homólogo, pues ambos eran renovadores triunfantes en el ámbito teatral de sus respectivos países. Mas ahí acaba el símil, pues Sheridan dedicó solamente cinco años de su vida a ser autor teatral y treinta a ser político, hombre de sociedad, jugador y libertino, mientras que Moratín solamente fue un poco de lo último y nada de lo anterior.

El madrileño se sumerge, pues, en un acto democrático que se anuncia tumultuoso y que nos describirá con laconismo, y con sus excelentes dotes de observador, en su Apuntación IX, una de las más extensas anotaciones que escribiera como recuerdo de su año en Londres. Estaba ante los prohombres enemigos de los tories, ante la crema del radicalismo británico de la época, rodeados de unos dos mil fervorosos partidarios. Burgueses todos ellos, ricos sin duda la mayoría, y que querían «alterar del todo el gobierno político de este país».

Leyó Erskine un extenso discurso y Moratín nos dio un resumen de él; las aclamaciones se sucedían en defensa de la libertad de imprenta, salvaguardia de la felicidad de la nación. Erskine era un gran orador parlamentario -hoy sus discursos y escritos están recogidos en un centenar largo de ediciones-, pero en aquella ocasión prefirió leer para que no le interpretaran torcidamente. Entre el público se estaban haciendo circular papeles contrarios al orador. Como del entusiasmo presente nació la resolución de editar el discurso, hoy contamos con un folleto con el texto íntegro, que, por cierto, se nos aparece lleno de circunloquios y sobrentendidos y mucho menos radical que en la resumida versión moratiniana. Creemos ver en el texto original una defensa del juicio por jurados, un ataque a quienes en aquellos momentos querían desvirtuarlos y, finalmente, una defensa de la libertad de la prensa para decir todo lo que se desee. A título de ejemplo, el folleto no menciona a Payne, como hiciera don Leandro. ¿Dónde está lo más aproximado a la realidad? Sin duda, en el cuadernillo editado en Londres en 1793, y hemos de creer que, dada la dificultad de entender en un idioma ajeno y entre una multitud enfervorizada, Moratín se ayudó de alguna reseña periodística del día siguiente. La confrontación de ambos textos es muy interesante, pero al lector español no le será fácil hacerla, pues las apuntaciones, y en general los viajes de Moratín por Europa, no son accesibles al lector corriente (se ve que aquí interesan pocas cosas), aunque sí está publicado recientemente el Diario de Moratín, donde se contiene un croquis de su vivir.

Lo que siguió fue aún más interesante. Subió a la tribuna de oradores Sheridan -«a la mesa», escribe Moratín, creando un equívoco-, y entonos encendidos elogió a Erskine, reprochándose, no obstante, su «demasiada moderación». Pasaron a comer los alrededor de ochocientos privilegiados que habían adquirido tickets pagando siete chelines, 35 reales para Moratín, suma no desdeñable, y como con cada ticket se adquiría el derecho a una botella de espirituosos la sala se caldeó. Parece que más de un millar de adictos quedaron sin cubierto y hubieron de irse. El relato del español es una delicia, admirado de cuanto está presenciando y atónito ante los usos políticos y sociales de los ingleses.

Acabada la comida, vinieron los brindis, y la coincidencia exacta de ellos en las dos versiones nos corrobora la utilización por parte de Leandro de algún texto periodístico. A partir de ahora el folleto, que con probabilidad confeccionó el escritor Sheridan, pues fue quien propuso editarlo, es casi tan jugoso como la apuntación moratiniana. En ambos se mencionan las intervenciones de mister Grey, de mister Rous, las de un capitán que cantaba sus propias canciones patrióticas, y se relatan los incidentes que provocara el muy conocido ciudadano Horne John Tooke, veterano agitador y anarquizante personaje que atacó a los oradores anteriores y a todos cuantos buscaban medro en la política. Todos estos personajes son muy conocidos en la historia política del momento. El folleto es muy circunspecto en relatar la baraunda que produjo este revolucionario, y consta la elegancia de la presidencia que hizo posible que Tooke prosiguiera sus ataques hasta que, en medio de la alegría de las canciones patrióticas del capitán Morrice, se logró «la vuelta a los placeres propios» de la convocatoria.

Moratín, como espectador objetivo, es más explícito y descriptivo y nos descubre que una docena de participantes comenzaron «a darse de cachetes», cayendo las mesas al suelo llenas de botellas y vajillas. Indica los gritos inútiles del presidente y la pacificación final por la retirada de los alborotadores, tras de lo cual «prosiguió con bastante serenidad la junta», quedando Sheridan nombrado presidente del comité organizador de la próxima.

Lugo se despediría, Moratín fue con Gimbernat a casa de éste y de allí al Covent Garden y a casa de una meretriz ya conocida; Gimbernat, el divertido, quedó con la mujer ad futtutionem, como apunta Leandro en su diario de ese día. La extensa apuntación IX sería probablemente redactada al siguiente, apoyada en la prensa matutina. No hay opiniones ni pareceres en este encuentro de Moratín con la democracia hablada, pero sí, sin duda, conciencia de la importancia de la jornada vivida. Hemos de decir, sin alegría, que en el manuscrito conservado de las interesantísimas apuntaciones se tacharon a conciencia varios párrafos de la correspondiente a estajornada, párrafos que, afortunadamente, se salvaron porque antes de su ennegrecimiento se habían hecho copias que han llegado hasta nosotros, hasta poder ser utilizadas en la única edición que existe, que sepamos, de las apuntaciones; edición que se remonta al reinado de doña Isabel II. Párrafos inocentes a más no poder, que quizá Moratín borró -si es que no los borró otro celador cualquiera-, ofreciendo un ejemplo de las dificultades que amenazaban al futuro. La democracia oral, difícil en Inglaterra -país que veía como habitado por hombres toscos y brutales- sería probablemente más difícil aún en otros lugares. Grave tema, asustante tema, pensaría Leandro al recogerse en su habitación aquella noche.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_