Karol Wojtyla estrena en el Vaticano
La pasada semanael Vaticano era escenario, nunca mejor dicho, de algo insólito: la sala del Consistorio, lugar de reunión de los cardenales, transformada en patio de comedias. Un grupo de actores profesionales iba a representar ante el Papa una pieza teatral no sacra, aunque su autor sea el propio Juan Pablo II. «Después de 35 años de tablas», comentó uno de los actores, Lucio Rama, «me siento tan emocionado como un jovenzuelo el día de su debut».
¿Es una vuelta al Renacimiento? ¿Ha sido, acaso, la manera de festejar castamente el fin del carnaval, celebrado este año por los italianos entre nuevos ataques terroristas y un congreso de la Democracia Cristiana? El hecho es que la otra tarde el Papa polaco tomó asiento de primera fila en la sala del Consistorio vaticana y, como hacían algunos de sus augustos predecesores en el siglo XVI o algunos reyes franceses, aplaudió a los commedianti que, con emoción controlada, representaron para él La tienda del orfebre. Su autor: Karol Wojtyla, cuando aún era arzobispo de Cracovia, Género: un drama en tres actos, de hora y media de duración. Principales actores: Vanna Polverosi, Andrea Bosic, Franco Giacobini, Gioietta Gentile, Lucio Rama, Manlio Guardabassi, Gabriella Giacometti y Maurizio Mancini. Dirección: Leandro Bucciarelli. Argumento: una apología del amor, carnal o no; un tema de máxima actualidad ahora que tanto se habla de la indisolubilidad del vínculo matrimonial.En los círculos bien informados se pone especial interés en recordar ahora, y parece que la fuga procede de fuentes jesuitas, que a Pablo VI también le gustaba el teatro. Y que en cierta ocasión incluso asistió a la representación de una obra de Shakespeare; sólo que en aquella oportunidad fue el Papa el que se trasladó al teatro y no, como ahora, los comediantes al Vaticano.
Sea como fuere, lo que verdaderamente le gustaba al papa Montini era el cine y, más concretamente, el cine de Ingmar Bergman. Las películas teológicas, las primeras del director sueco, según se dice, agradaron sobremanera a Pablo VI, hasta el punto que las vio una y otra vez, y meditó mucho sobre ellas. Todo lógico: el hombre y su alma, un Papa y la angustia del tiempo y del mundo que nos rodea.
Eran los años setenta; como quien dice, ayer. Pero en Italia se habla ahora de los ochenta, y se había de ellos como los años del riflusso (literalmente, reflujo), de la vuelta a la esfera de lo privado, al rechazo de todo compromiso. De ahí que cuando un Papa monta su propio espectáculo en el Vaticano -eso sí, sin el fasto y la fanfarria de las espléndidas cortes renacentistas- el hecho confirme a la gente en el sentimiento de que la vida continúa a pesar de todo.
En Italia no se deja de hablar de Karol Wojtyla. Hace unas semanas, porque Juan Pablo II recordó el pecado de Adán y Eva e hizo comprender que la atracción carnal, aunque reprobable, es admisible en los modos y en los términos consentidos. Hace unos días, porque el Vaticano disparó toda su artillería (artículo en L'Osservatore Romano incluido) contra un cómico, Roberto Benigni, que hizo en televisión una definición del Papa considerada irreverente (a lo que replica el actor, denunciado por ofensa a un jefe de Estado extranjero: «No, afectuosa.») Ahora, en fin, porque La tienda del orfebre, obra estrenada en Roma en diciembre pasado, con gran éxito de público y de crítica, se haya puesto en escena en la sala del Consistorio y ante un público tan selecto.
En el clima del riflusso, mientras hombres armados siguen matando en nombre de ideologías aberrantes e inconfesables, mientras la inflación crece sin control, escasea el petróleo y son invadidas algunas naciones, sin que sepamos dónde acabará todo esto, es una fortuna que se pueda hablar de una ofensa al Papa y de una representación teatral en el Vaticano.
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