"Informaciones"
DESDE EL pasado lunes existe un ruidoso silencio en la prensa española: el diario Informaciones, decano de los vespertinos madrileños, ha suspendido indefinidamente su edición; se ha parado la más antigua rotativa de las que funcionaban en Madrid (y acaso en España), y un periódico con casi sesenta años de vida a sus espaldas ha interrumpido una cita cotidiana que venía manteniendo con al menos tres generaciones de españoles.No es éste el lugar en el que deban analizarse los problemas financieros del actual editor-propietario de Informaciones que han propiciado la huelga indefinida de unos trabajadores que llevaban rueses trabajando sin percibir sus salarios. Sí sería obligado apuntar la precaria situación de otros diarios que ya pasaron o van a pasar por el trance que ahora aqueja a Informaciones. Pero bien se puede y se debe extrapolar la ausencia de Informaciones como síntoma preocupante del acorchamiento que se advierte en la sensibilidad pública de este país.
Informaciones (como cualquier medio de difusión pública) no es exactamente una empresa mercantil común, sujeta a los vientos de la demanda del mercado o de una buena o mala gestión económica; sería ocioso y hasta intelectualmente ofensivo explicar ahora aquí que los medios de comunicación social son algo más que un entramado empresarial sujeto a los vaivenes de los negocios. Pero, además, Informaciones no es un periódico más que no haya encontrado lectores y anunciantes ni su hueco en la opinión pública española.
En la hemeroteca de Informaciones se encuentra buena parte de la historia europea de entreguerras, los cinco años de la Segunda República, un relato apasionado e imprescindible de la última contienda mundial, toda la prolongada etapa del franquismo y, tras el cierre del diario Madrid, el mejor empeño de entre los posibles por coadyuvar, en condiciones harto dificiles, a todo el combinado empeño por la pacífica transición de la autocracia a la democracia.
Es un periódico que ha sido dirigido por apellidos ya históricos en el periodismo español y que en estos momentos, precisamente en la peor dé sus horas, puede alardear el orgullo de haber formado en su escuela a profesionales que animan otros medios de comunicación.
La ausencia de Informaciones, acogida prácticamente sin reflejos por el Estado, por los partidos, por la misma opinión pública, tiene rasgos paralelos con la desaparición de la revista Cuadernospara el Diálogo. Es obvio que algo falla en las parcelas más íntimas y éticas del cuerpo social cuando se deja caer, entre el silencio y la indiferencia, a órganos de expresión que se esforzaron por orientarse hacia las libertades entre los siempre últimos y peligrosos coletazos del anterior régimen.
Tampoco sería lícito olvidar que mientras la antigua prensa del Movimiento se liquida sabiamente (salvaguardando, como es obligado, los derechos de sus trabajadores), los de la prensa independiente, los que globalmente afrontaron más riesgos por ayudar al Estado a llegar a su actual puerto democrático, sean ahora los más desprotegidos, los más olvidados, mera carne del seguro de paro a la que ni siquiera se agradecen simbólicamente los servicios prestados.
Es muy posible que así deba ser, por cuanto la prensa independiente conlleva tales riesgos profesionales que deben ser asumidos plenamente. Pero toda sociedad es algo más que un reparto de responsabilidades y de derechos: también convergen sobre la sociedad factores de agradecimiento común, de respeto por valores históricos, de defensa de un pluralismo informativo que cada día se nos está haciendo más estrecho, y de los que la sociedad democrática no puede dimitir.
Ya es sabido que la derrota es huérfana y que la victoria tiene siempre cien padres. En España ha triunfado la democracia y son escasísimos aquellos que admiten no haber contribuido a ella. Pero, al menos en el nivel de los generadores de la opinión pública, tendríamos todos que ser un poco más sensibles ante el paulatino acallamiento de cabeceras históricas como la de Informaciones, que, junto con algunas otras -no demasiadas-, contaron la Historia y, llegado el momento, ayudaron a la Historia.
Un país que deja perder con insensibilidad olímpica sus medios históricos de expresión, o a los que contribuyeron al perfeccionamiento de sus instituciones políticas, puede estar apuntando peligrosos rasgos de insolidaridad o indiferencia. La muerte de Cuadernos o el actual cierre de Informaciones no son anécdotas, sino categorías de desdén por la pluralidad informativa, por la historia de un bien social como es la prensa y por los esfuerzos y problemas aún no relatados de unos profesionales de la información que entendieron en su día que había que afrontar riesgos políticos, personales y laborales, por contribuir modestamente a la restitución de las libertades públicas.
Informaciones, ese viejo e histórico periódico, no merece la muerte, y menos aún la muerte sin gloria que arropa el silencio, la insolidaridad hasta la ingratitud.
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