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No hubo color en el duelo vasco

Todo fue azul y blanco en Atocha. La Real barrió del campo a los bilbaínos, incapaces de contener el fútbol en oleadas de su rival. El Athlétic intento de salida frenar a la Real en el centro del campo para evitar el juego de contraataque de los donostiarras, pero éstos marcaron pronto, y obligaron a sus contrarios a abrirse. Y así les hicieron otros tres goles, que pudieron ser bastantes más.Desde 1962, en que Mauri y Arteche pusieron el 0-2 en el marcador, el Athlétic no vence en Atocha. Y hace doce años que ni siquiera logra el empate. Para cortar la racha, y sabido que la Real juega casi igual en casa que fuera -es decir, aprovechando al máximo la velocidad y capacidad de desmarque de sus puntas mediante el contraataque-, Senekowitsch intentó romper el ritmo de los donostiarras a base de retener el balón en el centro del campo. El ensayo resultó un fracaso porque ni los bilbaínos saben jugar al pase corto, ni a jugadores de la clase de Zamora, Satrústegui o López Ufarte se les pueden conceder las facilidades que el domingo dio la defensa bilbaína. Además, la Real actual es un equipo que lucha por cada balón. Así, mientras que López Ufarte logró robar en el centro del campo seis o siete balones que significaron otros tantos contraataques fulminantes, el constructor del juego bilbaíno, Rojo, no disputó ni una sola pelota que no tuviera previamente controlada. El joven número once de la Real no es, quiza, ya el expectacular extremo de hace dos temporadas, pero ahora lucha más, está más atento a abrir huecos y su equipo puede sacar mayor rendimiento de su talento para el desmarque, el regate o el pase. Si además cuenta a su lado con un interior de la calidad de Zamora y con la brega constante de dos obreros del equipo -Alonso y Diego-, uno se explica que la Real haya roto a tantos equipos por el centro y que marche invicta en cabeza.

Por lo demás, en Atocha se demostró que, si la mejor defensa es un buen ataque, todo ataque eficaz comienza por una defensa ordenada, pese a la ausencia de Gajate, excelentemente suplido por Górriz-, los hombres de atrás de la Real no sólo se sobraron para contener los tímidos intentos ofensivos bilbaínos -reducidos prácticamente a la lucha solitaria del «guerrillero» Dani-, sino que supieron salir de atrás con el balón siempre controlado, sin recurrir al patadón, buscando con sentido el pase en condiciones.

En el otro bando ocurrió todo lo contrario. Guisasola, el único bilbaíno salvable del naufragio, tuvo que acudir con excesiva frecuencia al cruce en apoyo de dos laterales fácilmente desbordables el domingo, dejando así desguarnecido el centro, donde Goikoetxea estuvo desafortunado. De Andrés, un hombre de clase que parece deslizarse por el césped como quien camina en zapatillas sobre una alfombra es un jugador demasiado pausado como para esperar de él el nervio que el domingo hacía falta para frenar a los delanteros realistas. Tanto más cuanto la tardanza de Rojo en retroceder ante balones perdidos adelante obligaba al navarro del Athlétic a multiplicarse en una amplia zona. En ella, Villar no supo, y Rojo posiblemente supo,, pero no pudo, poner cierto orden en las acciones constructivas. No sólo porque el capitán atlético estuvo menos inspirado que otras tardes, sino porque el contrario, por anticipación, cortó todas las maniobras de ataque apenas iniciadas. Así las cosas, Dani ni Argote recibieron en toda la tarde un balón en condiciones. Y Carlos tuvo que bajar a buscarlos a una zona donde sus cualidades nunca podrán brillar.

Sólo en los diez últimos minutos del primer tiempo los bilbaínos se acercaron con cierta convicción a la meta de Arconada. Pero fue justamente en esos minutos cuando Satrústegui, por dos veces, y Alonso dispusieron, en contraataque, de las mejores oportunidades de marcar de toda la tarde. Y cuando Zamora hizo su gran gol, sentenciando el partido.

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