Manuel Rivas, el joven de Jaén que ganó a Korchnoi
Un jiennense de diecinueve años, Manuel Rivas, ha sido capaz de ganarle una partida de ajedrez al ex ciudadano soviético Korchnoi, uno de los grandes del ajedrez mundial. El hecho ocurrió en el torneo internacional recién celebrado en Linares (Jaén) y Rivas trata de quitarle importancia. Aunque feliz por la victoria, se queja de la lata que le han dado los periodistas desde entonces y que no le dejan por unos días dedicarse a su gran pasión: estudiar y seguir aprendiendo.
«Korchnoi es mucho mejor que yo», confiesa Manuel Rivas a EL PAIS, y explica su triunfo sobre Korchnoi como el fruto de un grave error de éste, impropio de su categoría. Lo aclara con otro ejemplo deportivo: el que alguna vez el Betis le gane al Real Madrid no quiere decir que lo supere como equipo. Y, de todos modos, Korchnoi quedó segundo en el campeonato y él tuvo que conformarse con la tercera plaza.A Manuel Rivas Pastor no hay quien le saque de la cabeza que si ganó esa partida fue porque tuvo mucha suerte. «Aunque no jugué mal en esta ocasión.» Pero Korchnoi es, para él, un jugador increíble, un fanático del ajedrez que pronto puede ser campeón del mundo, tal vez tan fanático como este joven de cara de niño y pelo revuelto que acaba de vencerle.
Porque él reconoce que el ajedrez le absorbe totalmente, excluye de su horizonte vital otras actividades normales a su edad. Va perdiendo aficiones que tenía hasta hace poco, apenas puede ir al cine o salir con chicas, y todo por el maldito y apasionante tablero y sus 32 figuras blancas y negras, que exigen cada día más: hay que estudiar a los clásicos, empaparse en las teorías modernas, desmenuzar la complejidad de las aperturas, analizar miles de finales que ya han sucedido.
Sólo esta afición desbordante le compensa, porque económica mente no es que sea muy rentable Rivas, dos veces campeón juvenil de España y otras dos campeón absoluto -«pero hay por lo menos tres que son mejores que yo»-, con una norma de gran maestro en su poder, ha ganado 50.000 pesetas por quedar tercero en el torneo de Linares, después de once días de trabajo continuo, «y luego veo que cualquier ejecutivillo de banco se saca una pasta sin hacer nada».
No está pagado, no, esto del ajedrez para él, y a pesar de ello, Manuel Rivas le dedica las ocho horas diarias de cualquier otro profesional -«la verdad es que no me preparo todo lo bien que debiera»-, ha abandonado sus estudios de Ciencias Exactas y está, tal vez para siempre, vinculado a este juego, arte y ciencia, desde que su padre le enseñó a practicarlo a los cinco años y le llevó a competir a los doce.
«Un tonto puede jugar muy bien al ajedrez.» Con esta frase lapidaria quiere Rivas explicar que no hace falta ninguna superinteligencia para jugar. Tampoco hace falta una memoria especial, salvo a ciertos niveles de calidad. Más importancia le da él a la concentración o al estudio de la psicología del adversario. «Si tengo una partida a las cuatro o a las cinco, después de comer no puedo leer nada que me desorbite ni ver el telediario. Lo que hago es tenderme en la cama y repasar alguna variante, pero sin profundizar demasiado.»
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