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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El giro a la derecha en Europa

(Ex subsecretario del Ministerio de Industria y Energía miembro de UCD)

En distintos ambientes políticos y en parte de la opinión pública se ha extendido la idea de que en la Europa occidental se encuentra en marcha un proceso político general de «giro a la derecha».

Personalmente, me preocupa el análisis que se hace del fenómeno casi exclusivamente con criterios políticos y desde posiciones ideológicas. Pienso que un movimiento de tanta importancia y de ámbito tan extenso sólo puede explicarse y entenderse ampliando el análisis de los factores y variables que lo condicionan, especialmente los económicos.

A mi juicio, el comportamiento del ciudadano europeo y el desplazamiento o corrimiento de su voto hacia posiciones más a la derecha conservadora viene producido, entre otras, por tres razones económicas.

En primer lugar, y posiblemente la más importante, por una reacción contra los niveles de presión fiscal. Presión fiscal entendida de forma directa y personal. No se trata de atacar el sistema o la filosofía fiscal, sino simplemente sus niveles de aplicación directa a nivel de ciudadano medio. Se está difundiendo el juicio de que el balance, a nivel industrial, de prestaciones sociales y de cargas fiscales es negativo. Posiblemente porque muchas de las prestaciones del Estado, que fueron reivindicaciones históricas, se han consolidado ya como derechos (enseñanza, sanidad, etcétera), lo que lleva a valorar psicológicamente las cargas fiscales como irrentables o improductivas.

Otro factor económico que parece encontrar un mayor rechazo por el europeo medio es el creciente intervencionismo económico del Estado. El desprestigio y la ineficacia de la empresa pública es creciente. El papel y la acción tutelar del Estado y de otros organismos e instituciones públicas es una marea que va inundando inexorablemente nuevas parcelas y terrenos de la libertad individual y empresarial.

El ciudadano europeo se encuentra más seguro, más protegido, más defendido que nunca por el Estado, y, en la misma medida, menos independiente, menos libre.

Hay también una conciencia más clara, en todo el continente, de los riesgos que supone la concentración del poder político y del poder económico en el mismo equipo gobernante. El Presupuesto de la Administración, la gestión de la Seguridad Social y los intereses económicos públicos (en nuestro caso, INI, banca oficial y otros organismos autónomos) conforman el mayor grupo de intereses del país. Y si es cierto que en la gran empresa capitalista (nacional o internacional) el poder está siendo desplazado de la propiedad (accionistas y capitalistas) a los gestores (tecnócratas, tecnoestructura, etcétera), también la opinión pública percibe que todo el sector público está sometido a un proceso de concentración de poder en los gestores (partidos políticos), a costa de los legítimos propietarios, los ciudadanos del Estado.

El instinto de supervivencia alerta al europeo medio de los riesgos reales de un nuevo, moderno y sofisticado «despotismo ilustrado». No debemos extrañarnos que reaccione contra el fenómeno en marcha, defendiéndose.

Además, a mi entender, hay un tercer fenómeno económico-social que rechaza el ciudadano europeo: el exceso de poder y la falta de control de los sindicatos.

No creo que sea necesario exponer el tremendo crecimiento del poder de los sindicatos.

Me importa más destacar el proceso de concentración interno del uso del poder habitualmente por un reducido grupo de líderes que ejercen la gestión sindical en un ambiente de disciplina férrea. No es fácil verificar un sistema interno de control democrático de estos líderes, que pasan a ser un sistema cerrado. Pero es totalmente inexistente un sistema de control externo de la gestión sindical. Cuando la mayor parte del país trabaja y, sobre todo, viene afectada por la gestión y las estrategias sindicales, no se dispone de mecanismos democráticos que permitan juzgar, valorar y depurar a los gestores sindicales.

El ciudadano europeo que trabaja se siente más distanciado de los políticos y de los sindicalistas. Los sistemas de sindicalismos asamblearios en su propio centro de trabajo implantan en la práctica dictaduras minoritarias, invocando formalmente mayor pureza democrática. Se ha extendido la violencia con los «piquetes de información». El trabajador, amenazado y coaccionado, percibe que no siempre todo ello se hace para defender sus intereses concretos. Las «huelgas de solidaridad», reiteradas y gratuitas, movidas más por intereses políticos que laborales, acaban supeditando los intereses individuales del trabajador a unos generales, indeterminados y ambiguos «intereses de clase»; en definitiva, se manipula al ciudadano que trabaja.

Finalmente, la imagen de progresismo que inicialmente tuvieron los sindicatos se ha convertido en un reaccionarismo práctico. Los sindicatos se oponen a la renovación tecnológica (huelga del The Times), dificultan las reconversiones industriales en el centro de la crisis (industria siderúrgica o automovilística) y difícilmente se interesan por la mejora de la productividad en todo el ámbito europeo.

En resumen: estimo que el europeo medio siente últimamente dos problemas graves en nuestra organización social y política:

- La libertad amenazada. La libertad individual en el aspecto fiscal y sindical. La libertad de grupo, por el intervencionismo estatal y la gestión sindical.

- El desequilibrio de poderes. Por un lado, el Estado emerge como un poder superior a los demás; por otro, el sindicalismo consigue un poder excesivo y se vincula al poder político.

Y, en consecuencia, hay un mayor número de europeos que reaccionan políticamente contra este estado de cosas. No es una reacción ideológica, sino sociológica. No se trata de hacerse de derechas o de dejar de ser de izquierdas. Se persigue cambiar la situación. Por eso, los grupos políticos que primero o mejor recojan estas reivindicaciones latentes, no explícitas, se montarán en la ola, utilizarán su fuerza y antes conseguirán y mantendrán el poder político.

Por todo lo expuesto, mantengo que no existe un giro a la derecha en Europa, sino que hay un creciente estado de insatisfacción que puede ser resuelto tanto desde la derecha como desde la izquierda.

Creo que confirman mis conclusiones dos hechos:

- Que los reveses políticos más destacados, la pérdida del poder de laboristas y socialistas en el Reino Unido y en Suecia, se han producido en países donde la presión fiscal a las personas es la, más elevada, donde la intervención del Estado es mayor y donde los sindicatos se encuentran más vinculados al poder político.

- Que donde principalmente la izquierda se mantiene, en Alemania y Austria, se cuenta con presiones fiscales medias del continente, con más fuerza se defienden los principios liberales en la economía y se reduce el intervencionismo del Estado y actúan con mayor moderación y realismo sus sindicatos.

Por todo lo expuesto, mannosticar no una pérdida, sino una consolidación política de la socialdemocracia en Alemania y Austria. Europa entera debería aprender esta lección y seguir este camino.

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